“Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él”
Iª lectura: 3,13-15.17-19; Salmo: 4; IIª lectura: IJn 2,1-5; Evangelio: Lc 24,35-48
El tiempo de Pascua nos enseña a vivir la experiencia del Resucitado, caminar junto a Él, hablar con Él, compartir la fracción del Pan y darnos cuenta la importancia de lo que significa verdaderamente seguir a Jesús. El Santo Padre Benedicto XVI, en el Mensaje que nos dirigió el Domingo de Resurrección nos recuerda lo siguiente: “la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su «pascua», su «paso», que ha abierto una «nueva vía» entre la tierra y el Cielo (cf. Hb 10,20). No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba”. (Benedicto XVI, mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2009). Jesús resucitado nos da unas pautas importantes para que los cristianos seamos testigos de la vida que Él mismo nos da. Ante todo nos invita a extender la paz y vivir en ella, a ser mensajeros de la paz que solo en Él y por Él podemos obtener. En segundo lugar, esa paz nos lleva a disipar las dudas, a quitar de nuestros corazones el miedo que pueda existir para que, en tercer lugar, seamos testigos de su mensaje, de su palabra, de la Fracción del Pan, del Evangelio vivo y presente en cada cristiano, en cada hombre y mujer que coloca en sus vidas la fuerza del anuncio de la Resurrección. Esa fuerza es la que nos debe animar a vivir de cerca la Misión Evangelizadora que la Iglesia vive en el nombre de Dios, una misión que conlleve a compartir de cerca las necesidades del pueblo que es Iglesia y que, a partir de ella, sea portadora del mensaje de salvación a todos los hombres y mujeres sin exclusión…
En su mensaje del Domingo de Resurrección, el Santo Padre nos coloca el ejemplo de María Santísima, “Estrella de la Esperanza” a quien la Iglesia invoca “para que conduzca a la humanidad hacia el puerto seguro de la salvación, que es el corazón de Cristo, la Víctima pascual, el Cordero que «ha redimido al mundo», el Inocente que nos «ha reconciliado a nosotros, pecadores, con el Padre»” (Benedicto XVI, mensaje Urbi et Orbi, Pascua 2009). Ella nos guía, nos protege y nos da la esperanza de caminar juntos en la extensión del Reino de Dios en los demás y en nuestro corazón…Así sea.
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