¿Vacíos o llenos de Dios?
“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien
común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar
con inteligencia, según el mismo Espíritu…El mismo y único Espíritu obra todo
esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.”
La fuerza del Evangelio
de hoy, está en el hecho que Juan lo relata como el primer signo cumplido por Jesús.
Se hablamos de “milagro”, nos encontraremos ante algo un tanto simple ante la
cantidad de enfermos, cojos, ciegos, sordos, leprosos que había en tiempos de Jesús.
Si leemos este episodio como “signo”, entonces
estamos siendo invitados a observar los aspectos, detalles y mensajes que nos
llegan a todos y cada uno de nosotros.
Las
ánforas vacías, no hay vino…
Las bodas, en tiempo de Jesús, como hoy, son signos
de la alianza de Dios y el pueblo de Israel, entre Cristo y la Iglesia: “como
se alegra el esposo por la esposa, así tu Dios se alegrará por ti” (Is 62, 5);
es el gran misterio (Ef 5, 32) del que nos habla San Pablo. No podemos pensar
en esto si no es en el ámbito de lo que es hermoso y gozoso de una fiesta. Es
la mirada de Dios que siempre nos observa con ojos de misericordia y amor, que
nos une cada vez más a Él.
El vino se termina y se termina la fiesta. Cuántas
veces Dios nos guía a pesar de nuestra infidelidad, ante nuestra falta de
caridad. La fiesta necesita del gozo, de la experiencia de amor que se manifiesta
con la existencia del vino en la mesa de la vida; es el gozo de mantener vivo
cada detalle que construye nuestro caminar en Cristo.
Las ánforas están vacías. Así somos nosotros. A
veces, en los momentos en los que necesitamos dar testimonio de Cristo, estamos
duros como una piedra y vacíos como esas ánforas, las cuales necesitan del agua
viva que se llenan de la presencia de Cristo y su experiencia de vida en
nosotros.
Jesús vino al mundo para llenar de nuevo esas
ánforas y a darle plenitud a la fiesta de cada uno con el don del vino nuevo.
No es cualquier vino, sino vino del bueno. No nos encontramos ante un simple
milagro sino ante un signo que envuelve nuestra fe y relación Dios, que nos pide
encontrar los fundamentos auténticos de esa relación alegre con Él y con los
demás.
No nos asombremos si Dios nos pide que hagamos lo
que Él desea para nosotros. Dios nos ama como hijos y siempre desea el bien
para nosotros, aunque a veces pasemos por el camino de las pruebas. Aceptar lo
que Dios nos pide es luchar contra aquello que nos obstaculiza caminar junto a
Él.
La petición de la Virgen…
La presencia de María Santísima, nuestra madre, es
permanente y sincera. Ella, conservando y guardando todo en su corazón, se
convierte en discípula fiel que nos enseña el camino que debemos seguir para
unirnos cada vez más como testigos fieles del Evangelio de la verdad y de la
Eucaristía, indicándonos que el verdadero camino a seguir está en Jesús. Así
sea.
P. José
Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com