El alimento
que da la vida
“Hermanos: les digo y les pido en nombre del Señor que no vivan como viven
los paganos, con sus vanos pensamientos. No es eso lo que ustedes han aprendido
de Cristo”
Iº lectura: Ex 16, 2-4.12-15, Salmo:77, IIº lectura: Ef 4, 17.20-24, Evangelio: Jn 6, 24- 35
Cuando
comulgamos, el mismo Jesús con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, se dona
totalmente en unión plena e intima que nos configura a Él en modo real, a través
de la transformación y asimilación de nuestra vida en la suya. Esto se destella
a partir de la primera lectura, en la que se evidencia como Dios manifestó su
providencia hacia los israelitas, en el desierto, dándoles el maná, símbolo y
prefiguración de la Eucaristía. En la segunda lectura, San Pablo nos exhorta a
revestirnos del hombre nuevo, dejando las cosas pasadas y renovándonos en lo
que Dios nos ha enseñado en su hijo Jesucristo.
Buscar el alimento que dura para la vida eterna…
En la
historia de la salvación, en la cual cada uno de nosotros somos partícipes,
encontramos un itinerario de la presencia de Dios en el corazón de sus hijos.
Esa presencia eucarística es real, verdadera, cierta, que se hace vida en cada
hombre y mujer, en la medida que la reconocemos como "fuente y cima de
toda la vida cristiana" (LG 11). El Santo Padre, Benedicto XVI, nos dice
al meditar sobre el misterio eucarístico: “Nuestra respuesta a su amor tiene
que ser entonces concreta, y tiene que expresarse en una auténtica conversión
al amor, en el perdón, en la recíproca acogida y en la atención por las
necesidades de todos. Son muchas y múltiples las formas de servicio que podemos
ofrecer al prójimo en la vida de todos los días, si prestamos un poco de
atención. La Eucaristía se convierte de este modo en el manantial de la energía
espiritual que renueva nuestra vida cada día y, de este modo, renueva al mundo
en el amor de Cristo.” La presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento
nos lleva a reflexionar sobre los siguientes puntos: en primer lugar,
es sacrificio que nos redime, nos salva, nos purifica. En segundo
lugar, es misterio por el cual cada cristiano, creyente y amante
de la Eucaristía, siente admiración plena. En tercer lugar, es
sacramento, en el cual nos deleitamos y participamos sin cesar. San Agustín en
el Comentario al Evangelio de San Juan, habla de la Eucaristía como "¡Sacramento
de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad!". La
Evangelización debe llevar como bandera nuestro amor a Jesús Eucaristía y a la
Santísima Virgen María. Ello conlleva a creer y vivir la fraternidad, la unión
y el amor, si esto falta, la evangelización decae y no produce fruto. Seamos
amantes de la Eucaristía y fieles al mensaje del Evangelio: “Yo soy el
pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed jamás”.
María, mujer
de la Eucaristía
La presencia
de María Santísima, nuestra madre, es permanente y sincera. Ella, conservando y
guardando todo en su corazón, se convierte en discípula fiel que nos enseña el
camino que debemos seguir para ser adoradores de la Eucaristía. Sigamos a
Cristo, estemos junto a él y confiemos plenamente en su presencia en medio de
nosotros, en medio de su pueblo. Así sea.
P. José Lucio León Duque