José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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sábado, 4 de julio de 2020

XIVº Domingo del Tiempo Ordinario, 5 de julio de 2020


DIOS ALIVIA NUESTRO CORAZÓN

“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor”.

I° lectura: Zc 9, 9-10; Salmo 144; II° lectura: Rm 8, 9.11-13; 
Evangelio: Mt 11, 25-30

A través de la Sagrada Escritura encontramos respuestas a los interrogantes que se nos presentan, y más aún cuando deseamos ser testigos del Evangelio de la verdad, el Evangelio de Jesús en medio de adversidades y momentos de dificultad. Este domingo se nos muestra la omnipotencia de Dios, su grandeza y su humildad para bendecir por siempre su nombre. Viviremos en Dios y en su amor si reconocemos y sentimos de verdad que estamos insertados en su Espíritu, el cual nos vivifica y hace caminar hacia la vida.

APRENDER DE DIOS

En este período hemos podido vivir todo aquello que respecta al tema del coronavirus, lo que está afectando al mundo y lo que está padeciendo cada nación, cada persona. Esto debe hacernos reflexionar en cuanto somos testigos de la historia, una historia que no debe, por ningún motivo, alejarse de Dios y más aún en este momento en el cual tanto necesitamos de Él. Si estamos unidos a Dios, si vivimos junto a Él, si en nuestra vida cotidiana ofrecemos nuestras obras con amor y sinceridad, estamos siendo partícipes de esa historia en la que encontraremos destellos de luz en medio de la oscuridad.

Construir la paz en tiempo de crisis, vivir la armonía como verdaderos discípulos del Resucitado, estar en comunión como hermanos, conlleva no sólo leer el Evangelio, sino vivirlo, ponerlo en práctica, hacerlo vida en gestos concretos de fraternidad en medio de la dificultad. Dios alivia nuestro corazón y nosotros, a su vez aprendemos de Él, que es manso y humilde de corazón. Es allí donde radica nuestra condición de cristianos: ser como Jesús.

El cristiano debe estar unido a la historia, a lo que sucede a su alrededor, a tener fe en Dios que abre el corazón del hombre para vivir y compartir el sufrimiento y la esperanza de tantos que necesitan de ello, de los pobres y excluidos de la sociedad, de aquellos que en la actualidad han perdido la esperanza, la ilusión.

Reflexionemos: ¿hemos aprendido de Dios ser fraternos, sinceros y generosos? ¿estamos poniendo por obra lo que Jesús nos enseña en el Evangelio? ¿valoramos los detalles de amor que Dios tiene para con nosotros? Es necesario interpelarnos y ser agradecidos, ya que el amor de Dios está por encima de cualquier dificultad.

Encontraremos descanso en Dios cuando -con fe, esperanza y caridad- reconozcamos la grandeza de su amor y su misericordia. Esto nos ayudará a sentir la urgente necesidad de ayudarnos los unos a los otros, siendo conscientes del cuidado y la prevención que es menester vivir entre todos. Debemos ayudarnos en lo material, en lo espiritual y ser conscientes de la necesidad de ser obedientes, honestos, transparentes y dóciles, ante la necesidad de tomar conciencia de lo que debemos hacer.

MARÍA SANTÍSIMA NO NOS ABANDONA

En este itinerario de vida y de amor, María Santísima nos guía y nos lleva de la mano. Debemos insistir en el amor y devoción que todo cristiano le debe profesar, como verdaderos hijos suyos. Nuestra madre es la luz, la esperanza, el pilar del amor que nos lleva a Jesús. Ella nos enseña la sencillez que falta en tantos sitios, la humildad de la que carecen muchos corazones y cómo proclamar las grandezas y maravillas que Dios nos regala a cada momento. Así sea.

Señor Jesús, Maestro del amor y de la vida, presente en el Santísimo Sacramento del Altar, te pedimos por el mundo entero,
por nuestro país Venezuela a ti consagrado hace 121 años.
Estamos en tus manos y en ellas tenemos la confianza de recibir la sanación
y la liberación que necesitamos.
Estamos ante ti, sin miedo y con esperanza, recibiendo el regalo de tu presencia en la Eucaristía, de tu misericordia, de la nueva creación, de la luz.
Te pedimos por todos y cada uno de nosotros, quienes ratificamos nuestra adhesión a ti y nuestro servicio misionero en pro de los más necesitados.
Te encomendamos los enfermos, los más débiles, los pobres y excluidos. Confiamos en ti y nos refugiamos en tu amor.
Señor de la paz, de la salud y de la misericordia, escucha la súplica de tus hijos en esta hora en la que estamos y debemos estar más unidos que nunca. Así sea.

#YoMeQUedoEnCasa
#HoyMasUnidosQueNunca
#YoTengoUnAmigoSacerdote
#YoSoyDevotoDelSantoCristo

José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal

domingo, 28 de junio de 2020

XIIIº Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de junio de 2020


LA VIDA NUEVA EN JESÚS
“El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.”

Primera lectura: 2Re 4,8-11.14-16ª; Salmo: 88; II° lectura: Romanos 6,3-4.8-11; Evangelio: Mateo 10,37-42

La liturgia de la Palabra de este domingo se presenta como un llamado a la fe, la esperanza y la caridad, vividas en el nombre de Jesús y manifestadas en el testimonio de una conducta de vida digna y recta, en medio de la situación que ha involucrado en los últimos meses toda la población mundial.

DIOS: AMOR TOTAL

A partir de la primera lectura nos sumergimos en la sensibilidad humana, la acogida y el reconocimiento. La segunda lectura nos recuerda el gran don de la Fe, recibido en el Bautismo y el significado teológico que este sacramento tiene en la vida de cada cristiano. El Evangelio, tomado de San Mateo, es una de las páginas más hermosas escritas con la vida y con las palabras dichas por Jesús a todos y cada uno de nosotros. Es un llamado a colocar el Evangelio al centro de nuestra vida, manifestado en aquello que cuenta realmente y que tiene un valor infinito y eterno. Y lo que realmente cuenta en nuestra existencia terrena no es nada material, sino todo aquello que es expresión de amor hacia el Señor.

Los afectos y sentimientos hacia nuestra familia son pequeños en comparación al amor de Dios. Se nos pide acoger la llamada de Jesús con convicción, rectitud y sin doblez, una respuesta recibida y vivida en plenitud hasta el final. ¡Cuántas veces pensamos con una visión humana y quedamos desilusionados! Esto sucede porque no se ama en plenitud, con la sinceridad y la convicción necesarias para dar el lugar que merece Dios en nuestra vida.

El amor de Dios se concreta con el amor hecho de gestos sencillos: hasta dar un vaso de agua a quien lo necesita, un gesto que hasta el más pequeño puede hacer y que refleja la frescura y la sencillez con la que se debe anunciar, de palabra y obra, el Evangelio. El amor llena, quita la sed, regenera, da vida y esperanza. Y si el amor es donado en el nombre del Señor, adquiere un valor de eternidad que sólo Dios puede recompensar en el mejor de los modos. Los santos son el ejemplo de este modo del cual se habla de la caridad y ante la cual, en diversas ocasiones, somos indiferentes e insensibles en relación al prójimo.  

Para cambiar el mundo y la convivencia humana no bastan solo las palabras, es necesaria una conversión en la vida de cada uno de nosotros, en las relaciones personales y comunitarias, viviendo a plenitud el respeto y la solidaridad. Es por ello que Jesús nos enseña la importancia de los pequeños detalles que podemos y debemos compartir. En medio de la crisis que estamos viviendo a nivel mundial, cuando estamos tan necesitados de Dios, es necesario que demos espacio a aquello que realmente importa: la dignidad de la persona, la fraternidad vivida con conciencia, solidaridad y convicción.

MARÍA SANTÍSIMA: HUMILDE SERVIDORA DE DIOS

“Aquí está la esclava del Señor”. De esta forma María Santísima nos enseña a ser dóciles a la llamada de Dios. Ella, humilde y sencilla, nos da ejemplo del camino que debemos seguir. Imitémosla. Así sea.

Señor Jesús, Maestro del amor y de la vida, te pedimos por nuestro país y por el mundo entero. Estamos en tus manos y en ellas tenemos la confianza de recibir la sanación y la liberación que necesitamos.
Estamos ante ti, sin miedo y con esperanza, recibiendo el regalo de tu presencia en la Eucaristía, de tu misericordia, de la nueva creación, de la luz.
Te pedimos por todos y cada uno de nosotros, quienes ratificamos nuestra adhesión a ti y nuestro servicio misionero en pro de los más necesitados.
Te encomendamos los enfermos, los más débiles, los pobres y excluidos. Confiamos en ti y nos refugiamos en tu amor.
Señor de la paz, de la salud y de la misericordia, escucha la súplica de tus hijos en esta hora en la que estamos y debemos estar más unidos que nunca. Así sea.

#YoMeQUedoEnCasa
#HoyMasUnidosQueNunca
#YoTengoUnAmigoSacerdote

José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal

IIIº Domingo de Cuaresma, 7 de marzo de 2021

LA CASA DE DIOS ES NUESTRA CASA “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.”...