DIOS ALIVIA NUESTRO CORAZÓN
“Te doy gracias, Padre,
Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha
parecido mejor”.
I°
lectura: Zc 9, 9-10; Salmo 144; II°
lectura: Rm 8, 9.11-13;
Evangelio: Mt 11, 25-30
A través de la Sagrada Escritura
encontramos respuestas a los interrogantes que se nos presentan, y más aún
cuando deseamos ser testigos del Evangelio de la verdad, el Evangelio de Jesús
en medio de adversidades y momentos de dificultad. Este
domingo se nos muestra la omnipotencia de Dios, su grandeza y su humildad para
bendecir por siempre su nombre. Viviremos en Dios y en su amor si reconocemos y
sentimos de verdad que estamos insertados en su Espíritu, el cual nos vivifica
y hace caminar hacia la vida.
APRENDER DE DIOS
En este período hemos podido vivir todo
aquello que respecta al tema del coronavirus, lo que está afectando al mundo y
lo que está padeciendo cada nación, cada persona. Esto
debe hacernos reflexionar en cuanto somos testigos de la historia, una historia
que no debe, por ningún motivo, alejarse de Dios y más aún en este momento en
el cual tanto necesitamos de Él. Si estamos unidos a Dios, si vivimos junto a
Él, si en nuestra vida cotidiana ofrecemos nuestras obras con amor y
sinceridad, estamos siendo partícipes de esa historia en la que encontraremos
destellos de luz en medio de la oscuridad.
Construir la paz en tiempo de crisis, vivir
la armonía como verdaderos discípulos del Resucitado, estar en comunión como hermanos,
conlleva no sólo leer el Evangelio, sino vivirlo, ponerlo en práctica, hacerlo vida
en gestos concretos de fraternidad en medio de la dificultad. Dios
alivia nuestro corazón y nosotros, a su vez aprendemos de Él, que es manso y
humilde de corazón. Es allí donde radica nuestra condición de cristianos: ser
como Jesús.
El cristiano debe estar unido a la historia, a lo
que sucede a su alrededor, a tener fe en Dios que abre el corazón del hombre
para vivir y compartir el sufrimiento y la esperanza de tantos que necesitan de
ello, de los pobres y excluidos de la sociedad, de aquellos que en la
actualidad han perdido la esperanza, la ilusión.
Reflexionemos: ¿hemos aprendido de Dios ser fraternos, sinceros y generosos? ¿estamos
poniendo por obra lo que Jesús nos enseña en el Evangelio? ¿valoramos los detalles
de amor que Dios tiene para con nosotros? Es necesario interpelarnos y ser
agradecidos, ya que el amor de Dios está por encima de cualquier dificultad.
Encontraremos descanso en Dios
cuando -con fe, esperanza y caridad- reconozcamos la grandeza de su amor y su
misericordia. Esto nos ayudará a sentir la urgente necesidad de ayudarnos los
unos a los otros, siendo conscientes del cuidado y la prevención que es
menester vivir entre todos. Debemos ayudarnos en lo material, en lo espiritual
y ser conscientes de la necesidad de ser obedientes, honestos, transparentes y dóciles,
ante la necesidad de tomar conciencia de lo que debemos hacer.
MARÍA SANTÍSIMA NO NOS
ABANDONA
En este itinerario de vida y de amor,
María Santísima nos guía y nos lleva de la mano.
Debemos insistir en el amor y devoción que todo cristiano le debe profesar,
como verdaderos hijos suyos. Nuestra madre es la luz, la esperanza, el pilar
del amor que nos lleva a Jesús. Ella nos
enseña la sencillez que falta en tantos sitios, la humildad de la que
carecen muchos corazones y cómo proclamar las grandezas y maravillas que Dios
nos regala a cada momento. Así sea.
Señor Jesús, Maestro del amor y de la vida, presente
en el Santísimo Sacramento del Altar, te pedimos por el mundo entero,
por
nuestro país Venezuela a ti consagrado hace 121 años.
Estamos en tus manos y en
ellas tenemos la confianza de recibir la sanación
y la
liberación que necesitamos.
Estamos ante ti, sin
miedo y con esperanza, recibiendo el regalo de tu presencia en la Eucaristía,
de tu misericordia, de la nueva creación, de la luz.
Te pedimos por todos y cada uno de nosotros,
quienes ratificamos nuestra adhesión a ti y nuestro servicio misionero en pro
de los más necesitados.
Te encomendamos los enfermos, los
más débiles, los pobres y excluidos. Confiamos
en ti y nos refugiamos en tu amor.
Señor
de la paz, de la salud y de la misericordia, escucha la súplica de tus hijos en
esta hora en la que estamos y debemos estar más unidos que nunca. Así
sea.
#YoMeQUedoEnCasa
#HoyMasUnidosQueNunca
#YoTengoUnAmigoSacerdote
#YoSoyDevotoDelSantoCristo
José Lucio León Duque
Sacerdote de la Diócesis
de San Cristóbal