José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
En Sintonía con Jesús Radio

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viernes, 8 de julio de 2011

Contamos desde hoy con el aporte de reflexiones de hermanos sacerdotes de nuestra diócesis...bienvenido hermano sacerdote Jhonny Zambrano!!


Una misma palaba…

cuatro clases de oyentes…


Contexto. Al escuchar la parábola de este domingo, uno se traslada a Palestina en tiempos de Jesús. Según la historiografía donde se describe su geografía hay zonas en que la tierra, dividida en pequeñas parcelas, está cruzada por veredas y senderos transitados por agricultores y ganaderos. Hay también tierra rocosa, desprovista de profundidad para que la semilla pueda echar raíces. Por el abandono de los agricultores, y la misma aspereza de la tierra, hay superficies llenas de maleza, de cardos y de espinos. Y hay, por fin, áreas fértiles. Estas cuatro clases de tierra pueden darse juntas en una misma parcela.

Ilustración. La semilla es la Palabra de Dios. El sembrador es Dios, Jesucristo, sus discípulos y sus seguidores que predican el evangelio. Las cuatro clases de tierra son las cuatro clases de oyentes que escuchan la Palabra.

Oyentes sin esfuerzo. Oyen la Palabra, pero sin que provoque en ellos la más mínima reacción espiritual de acogida, no reflexionan, ni lo más mínimo, sobre ella, no la siembran en la tierra de su corazón, la dejan al descubierto y así no puede germinar. A esta clase de personas se refiere San Pablo cuando dice esto: «No basta con oír la ley..., hay que cumplirla» (Rm. 2,13).

Oyentes superficiales. Reciben la Palabra con alegría, pero al mismo tiempo con vanidad. En un principio se muestran entusiasmados, pero eso es cosa de un momento, enseguida lo dejan, son inconstantes. No siembran la palabra en el interior de su corazón. Tienen poca tierra, es decir, no tienen una voluntad firme, son superficiales. Su entusiasmo se desvanece con la misma prisa con que la manifiestan, son débiles en la fe.

Oyentes descuidados. Son los que acogen la Palabra con el corazón abierto, deseoso de ella. La Palabra germina y crece, pero no la cuidan como es debido, no limpian la tierra, y así, junto a ella crece también la maleza: los vicios, la primera carta de Juan (2,16) concreta en estas tres cosas: Las pasiones carnales (la orientación equivocada y perversa de los impulsos humanos en sus diversas manifestaciones); Los deseos de los ojos (El ansia de las cosas, el apetito insaciable de bienes, el afán incontenido de poder, las miradas lujuriosas); el alarde de las riquezas (la arrogancia del rico, el amor al dinero).

Oyentes con profundidad. La siembran en las profundidades de su alma y la cuidan con toda solicitud. La semilla germina, crece y fructifica. Igual que hay tres clases de tierra mala, hay tres clases de tierra buena. Una da el ciento por uno, otros el sesenta por uno y otra el treinta por uno. Esta diferencia se debe al cuidado que se ha tenido con la Palabra, la cual no actúa de manera mágica, al margen de la voluntad del hombre.

La palabra es siempre la misma y la clase de tierra es igualmente buena, pero produce más o menos en función de cómo haya sido cultivada. Para que produzca más, hay que suavizar bien la tierra, abrir los poros del alma para que la palabra entre hasta el más profundo centro de la misma y luego seguir cuidándola de una manera constante y esmerada, con fe, esperanza y amor.

La diferencia en el fruto producido, las buenas obras de fe y de caridad, está en relación directa con los cuidados que se hayan tenido con ella. Sin la cooperación del hombre la Palabra no fructifica por sí sola.

La Palabra de Dios produce efectos diferentes en proporción directa con la diversidad de las disposiciones con las que se recibe y se cuida. No basta con que la tierra sea buena y fértil, hay que cultivarla, en entrega absoluta, con todos los esfuerzos, sin escatimarlos.


Pbro. Jhonny Zambrano

Párroco de San Pedro apóstol de La Palmita


Sembrar el bien…

Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ven ustedes y no lo vieron, y oír lo que oyen y no lo oyeron.”…

I° lectura: Is 55, 10-11; Salmo: 64; II° lectura: Rom 8, 18-23; Evangelio: Mt 13, 1-23

La Iglesia católica, una y santa, fundada por Jesucristo, nuestro maestro y Señor, nos da la posibilidad de encontrar en ella la fuente de paz, de amor, de esperanza que todos necesitamos. Actualmente son muchos los caminos equivocados que se presentan y la actitud inerte de muchos cristianos, dejan sin fertilidad la tierra buena que Dios nos ha concedido desde siempre. La palabra de Dios es semilla que llena, que da plenitud y que no deja vacío el corazón del hombre (I° lectura); ya que la semilla que cae en tierra buena, da fruto (Salmo). Con esto podemos estar seguros que seremos liberados por la gracia de Dios (II° lectura).

El cristiano: tierra buena

Hay dos cosas que se desprenden, entre otras, de la liturgia de este domingo. En primer lugar, quien siembra y en segundo lugar, la siembra y los frutos que se producen. Quien siembra, sin duda, es Dios. Él coloca en nuestra vida y en nuestro itinerario cotidiano, la posibilidad de encontrar el verdadero camino. Un camino que puede ser difícil de recorrer o que puede ser más accesible. Dios nos indica una vía llena de expectativas, una vía no de escape, sino de esperanza y confianza. De esto se recoge, con toda certeza buen fruto, ya que Dios nos da la fuerza para que dicha semilla caiga en buena tierra. En este día es necesario reflexionar sobre lo que hemos hecho o estamos haciendo: ¿qué hemos sembrado?, ¿qué estamos recogiendo?, ¿cómo es nuestra cosecha? Difícilmente se puede recoger paz cuando se siembra y existe guerra. No nos vayamos tan lejos, miremos alrededor de nuestra vida. Se dice que “se recoge lo que se siembra” (refrán popular) y ello indica que debemos tener muy en cuenta que estamos llamados a hacer el bien, aunque nos cueste en algunas oportunidades, aunque nuestra condición social, cultural, académica o política, nos indiquen lo contrario: no dejemos de hacer el bien y sembrar por todas partes y en todos los corazones, el mensaje de Jesús. Defendamos la Iglesia, es la iglesia a la que pertenecemos y en la que somos discípulos; y quien la insulta, la profana y busca la manera de hacerla sucumbir, no lo logrará, “el que tenga oídos que oiga”.

De la mano con María…

Nuestra Madre María nos lleva de la mano, nos conduce hacia la paz, la armonía y el amor. Ella nos ayuda a entender y practicar el hecho de ser partícipes de la siembra verdadera: la que Jesús nos enseña y en la que debemos dar frutos de sinceridad y humildad.

Hermanos y hermanas: seamos testigos sinceros del mensaje de Jesús y llevemos a todas partes el evangelio de la verdad. Así sea.

P. José Lucio León Duque

joselucio70@gmail.com

IIIº Domingo de Cuaresma, 7 de marzo de 2021

LA CASA DE DIOS ES NUESTRA CASA “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.”...