“No
se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios
en la oración y la súplica, llenos de gratitud…”
Iº lectura: So 3,14-18; Salmo: (Is12); IIº lectura: Fil 4, 4-7; Evangelio:
Lc 3,10-18
Alegría, regocijo y gran expectativa nos produce la venida del Señor. El
tercer domingo de Adviento, nos muestra de manera especial la espera del
nacimiento de Jesús. El profeta Sofonías deja ver la imagen victoriosa del
Señor que reina y da confianza a sus hijos (Iº lectura); se subraya la
alegría y la tranquilidad que debe existir entre todos, ya que el Señor está
cerca (IIº lectura) y con el Evangelio se ratifica el inmenso amor de
Jesús para los suyos resaltando la grandeza de Juan el Bautista, el precursor,
indicándonos así lo que cada uno de nosotros debemos poner en práctica.
Juan el Bautista, el mayor entre los nacidos de mujer…
El itinerario del Adviento nos presenta a Juan el Bautista como ejemplo de
lo que la liturgia de hoy nos ofrece: regocijo, alegría, fortaleza, fidelidad,
justicia, paciencia… Juan es quien anuncia y denuncia, es quien sin miedo habla
de Dios como guía de nuestra vida; es aquel que prepara no solo a los de su
tiempo, sino también a nosotros en la vida cotidiana para perfeccionar nuestra
adhesión a Dios y al mensaje del Evangelio.
La actitud de Juan y la liturgia de
hoy es lo que permite al fiel cristiano ser testigo de la presencia de Jesús;
es lo que hace ver las cosas desde otros puntos de vista, es decir, nos muestra
la verdadera vía para encontrar la felicidad. Juan predica la justicia y la
verdad y es allí donde crece y se fortalece la esperanza, es en Dios donde
encontramos la justicia y la honestidad, la laboriosidad y la entrega sincera
al Evangelio de la verdad.
¡Cuántas dificultades encontramos en nuestra vida!
¡Cuántos momentos de tristeza, de dolor, de angustia! ¡Cuánta impotencia ante
la injusticia que reina en ciertas situaciones que parecen no tener vía de
salida! Ante todo esto se asoma una luz que nos ilumina desde lo más profundo
de nuestro ser: la llegada de Jesús.
Ante la duda de muchos y el asombro de
otros, ¡Él es quien debe venir!, Él es quien nos salva, quien nos ilumina,
quien nos da la fuerza para cultivar aún más el regocijo de su venida, la
alegría de su presencia y la fidelidad a su mensaje. La presencia de Jesús,
reflejada en el pesebre, en cantos y en celebraciones, se hace vida, se hace
realidad perenne si nuestro corazón se dispone a abrir sus puertas y aceptarlo
sin condiciones.
Juan el Bautista nos da muchas enseñanzas y entre ellas nos
recuerda que debemos tener valentía para ayudar a preparar la vía del
Señor y sencillez para que quien escucha pueda entender que Dios es
vida, alegría y armonía. Quien está lejos de la palabra del Señor, quien no
vive en Dios sino que usa y abusa de la vida misma en desprestigio del hombre,
se acerca más a la experiencia del mal y por ende, al pecado. Juan es el mayor
entre los nacidos de mujer, es quien nos estimula y nos da ánimo para ser
testigos en espíritu y verdad de lo que nos anuncia el Evangelio.
María nos enseña y ayuda a esperar con alegría…
En pocos días celebraremos el nacimiento de Jesús. En los pesebres
colocaremos su imagen. Muchos le dejarán sus “carticas” y los tradicionales
villancicos hacen que un solo canto se eleve al cielo para entonar junto a los ángeles
la paz, la alegría y la justicia.
No dejemos pasar este momento favorable y
recordemos siempre que alguien espera de nosotros la alegría que viene de Dios
y el testimonio de una vida, que como la de María Santísima, nos enseña la
paciencia y la humildad. Así sea.
p. José Lucio León Duque