APRENDER DE LOS MÁS PEQUEÑOS
“Dejen que los niños se acerquen a mí: no se lo impidan; de los que son como ellos es el Reino de Dios.” (Mc 10, 14)
“Dejen que los niños se acerquen a mí: no se lo impidan; de los que son como ellos es el Reino de Dios.” (Mc 10, 14)
Iª lectura: Gen 2,18-24; Salmo:
127; IIª lectura: Heb 2,9-11; Evangelio: Mc 10,2-16
¡Qué bien nos hace encontrarnos con Dios en la oración, en la paz y en la
calma! Ese ruido carente de paz que atormenta las mentes y los corazones, está
consumiendo lo que de esperanza pueda tener el hombre de hoy. En este momento, lo menos que deseamos son
mentiras, calumnias, falsas esperanzas, insultos entre pueblos y entre
familias; lo menos que desea el corazón de nuestras familias es desequilibrio
de ningún tipo, lo menos que desea cada uno de nosotros es estar mal.
LA HUMILDAD ES FUNDAMENTAL
Necesitamos y deseamos paz, esa paz que cada uno puede dar pero que se
niega a dar por no pensar más allá de lo que se tiene al frente. Qué tristeza que se desprecie la gente por su condición social, política o
religiosa. Qué triste es encontrarse en el camino obstáculos que destruyen
siempre más lo que de bueno existe. Los pobres, los pobres de verdad sufren.
Los excluidos de la sociedad se
enfrentan a una manipulación tal que no encuentran la vía sincera y veraz que
les ayude a encontrar tranquilidad. En este domingo, cada palabra de Jesús
tiene un significado profundo. Por ejemplo ¿qué podemos aprender de los niños? Ante todo podemos aprender el gozo, la
alegría. La sonrisa florece más fácilmente en el rostro de un niño que en aquel
de los grandes. Los niños poseen ese don que llenan de plenitud la vida. Otro aspecto es que podemos aprender la
capacidad que tiene un niño de admirar los detalles que para otros parezcan
insignificantes. Elementos como estos, entre otros, debiéramos tener en cuenta
al momento de relacionarnos con Dios, sería para todos y cada uno de nosotros,
más fácil comprometernos con Él y dar testimonio de vida en medio del mundo en
el que vivimos.
MARÍA, MADRE SILENCIOSA
“Jesús a los doce
años quedó tan cautivado por aquella catequesis en el Templo de Jerusalén que,
en cierto modo, se olvidó hasta de sus padres. María y José, regresando con
otros peregrinos a Nazaret, se dieron cuenta muy pronto de su ausencia. La
búsqueda fue larga. Volvieron sobre sus pasos y sólo al tercer día lograron
encontrarlo en Jerusalén, en el Templo. «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2, 48). ¡Qué misteriosa es la respuesta de Jesús y cómo hace pensar! «¿Por qué
me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2, 49). Era una respuesta difícil de aceptar. El evangelista Lucas añade
simplemente que María «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón»
(2, 51). En efecto, era una respuesta
que se comprendería sólo más tarde, cuando Jesús, ya adulto, comenzó a predicar,
afirmando que por su Padre celestial estaba dispuesto a afrontar todo
sufrimiento e incluso la muerte en cruz.” (San Juan Pablo II, carta a los
niños, 1994). Así sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com