“Hermanos: les
digo y les pido en nombre del Señor que no vivan como viven los paganos, con
sus vanos pensamientos. No es eso lo que ustedes han aprendido de Cristo.” (Ef
4,17.20)
Iº lectura: Ex 16,
2-4.12-15, Salmo: 77, IIº lectura: Ef 4,
17.20-24, Evangelio: Jn 6, 24- 35
Cuando comulgamos, el mismo Jesús con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad,
se dona totalmente en unión plena e íntima que nos configura a Él en modo real,
a través de la transformación y asimilación de nuestra vida en la suya. Esto se destella a partir de la primera lectura, en la que se evidencia
cómo Dios manifestó su providencia hacia los israelitas, en el desierto,
dándoles el maná, símbolo y prefiguración de la Eucaristía. En la
segunda lectura, San Pablo nos exhorta a revestirnos del hombre nuevo, dejando
las cosas pasadas y renovándonos en lo que Dios nos ha enseñado en su Hijo
Jesucristo.
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EL ALIMENTO QUE DURA PARA LA VIDA ETERNA
La presencia real de Jesús en el
Santísimo Sacramento nos ayuda a meditar sobre lo siguiente: ante todo, es sacrificio que nos redime, nos salva y nos
purifica. En segundo lugar, es
misterio por el cual cada cristiano siente admiración plena. En tercer lugar, es sacramento,
en el cual nos deleitamos y participamos sin cesar. La nueva Evangelización
debe llevar como bandera nuestro amor a Jesús Eucaristía y a la Santísima
Virgen María. Ello conlleva a creer y vivir la fraternidad, la unión y el
amor, si esto falta, la evangelización decae y no produce fruto. Seamos amantes
de la Eucaristía y fieles al mensaje del Evangelio: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí
no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6,35).
El Papa Francisco, nos dice: “En la Eucaristía, Cristo siempre lleva a cabo nuevamente el don de
sí mismo que ha realizado en la Cruz. Toda su vida es un acto de total entrega
de sí mismo por amor; por eso Él amaba estar con sus discípulos y con las
personas que tenía ocasión de conocer. Esto significaba para Él compartir sus
deseos, sus problemas, lo que agitaba sus almas y sus vidas. Ahora, cuando
participamos en la Santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todas
las clases: jóvenes, ancianos, niños; pobres y acomodados; originarios del
lugar y forasteros; acompañados por sus familiares y solos... Pero la Eucaristía que celebro, ¿me
lleva a sentirlos a todos, realmente, como hermanos y hermanas? ¿Hace crecer en
mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y de llorar con el que llora?
¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a
reconocer en ellos el rostro de Jesús? Todos vamos a Misa porque amamos a Jesús
y queremos compartir su pasión y su resurrección en la Eucaristía. Pero, ¿amamos
como Jesús quiere que amemos a aquellos hermanos y hermanas más necesitados?” Papa
Francisco, 12 de febrero de 2014.
MARÍA, MADRE DE LA EUCARISTÍA
María Santísima, conservando y guardando todo en su corazón, nos enseña el
camino que debemos seguir para ser adoradores de la Eucaristía. Sigamos a Cristo, estemos junto a él y confiemos plenamente en su
presencia en medio de nosotros, en medio de su pueblo. Así sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com