“Esto dirás a los israelitas: Yahvé, Dios de sus padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a ustedes: Este es mi nombre para siempre; así me llamarán de generación en generación”.
Iº lectura: Ex 3,1-8ª.13-15; Salmo: 102; IIº lectura: 1Cor 10,1-6.10-12; Evangelio: Lc 13,1-9
El itinerario cuaresmal nos invita a discernir cada instante de nuestra vida como un encuentro particular y especial con Jesús, el cual nos motiva nuevamente a ir más allá de nuestro pensamiento y encontrar en Él la vía que, como discípulos y misioneros, nos anima a seguir adelante. Las lecturas en este domingo nos hacen reflexionar sobre la presencia de Dios en nuestro camino. Así como Moisés, también nosotros estamos llamados a confiar en la palabra del Señor, quien nos guía siempre y nos habla, como a Él. Bendecir a Dios y no olvidar sus beneficios, es un deber de todos y cada uno de nosotros; por ello podemos entender mejor que la seguridad la tenemos solo en Dios: “el que se cree seguro, ¡cuidado, no caiga!”.
Dios es misericordia…
La palabra que se nos presenta en este día es la clara demostración de la paciencia de Dios para con nosotros. La parábola de la higuera, nos recuerda en cierto sentido, la parábola del hijo pródigo. Nos enseña algunos puntos fundamentales de reflexión. En primer lugar, hablar de paciencia es hablar de misericordia y bondad. Es un tema de reflexión que cae muy bien en este tiempo de Cuaresma y que nos sumerge en el misterio de la actitud de Dios para con el hombre. En segundo lugar, podemos ver que el amor de Dios es eterno, desde siempre y para siempre, el amor de Dios se conserva en nuestras vidas y se manifiesta en cada uno de nosotros. En tercer lugar se nos invita a reconocer la confianza de Dios para con sus hijos. Estamos seguros si fijamos nuestra mirada en Dios; estamos seguros, si oramos y nos unimos a Él. Esto nos da confianza y nos ayudará en la Misión a la que todos estamos llamados a extender, pues con paciencia y constancia, tendremos la oportunidad de ver los frutos de lo que la predicación del Evangelio y es testimonio de él, podemos dar… ¡Qué grandeza y misericordia la de nuestro buen Dios! Es algo que nos enseña, que nos transmite, que nos dona: su presencia es fundamental en nuestros corazones, en nuestras almas, en todo nuestro ser.
María, madre de quien nos habla siempre
Nuestra Madre del cielo, María Santísima, nos da ejemplo de cómo seguir los pasos de Jesús: hagamos lo que Él nos diga. La Misión Diocesana, a la que todos estamos llamados a participar, nos encamina a vivir como discípulos y misioneros y el deseo de llevar el mensaje de Jesús a todos.
P. José Lucio León Duque