“Te doy gracias, Padre,
Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha
parecido mejor”.
I° lectura: Zc 9, 9-10; Salmo 144; II°
lectura: Rm 8, 9.11-13; Evangelio: Mt 11, 25-30
A
través de las Sagradas Escrituras encontramos respuestas a los interrogantes
que se nos presentan, y más aún cuando deseamos ser testigos del Evangelio de
la verdad, el Evangelio de Jesús en medio de adversidades. Este domingo se nos muestra la omnipotencia de Dios, su grandeza y su
humildad (I° lectura) para bendecir por siempre su nombre (Salmo). Viviremos en
Dios y en su amor si reconocemos y sentimos de verdad que estamos insertados en
su Espíritu, el cual nos vivifica y hace caminar hacia la vida (II° lectura).
APRENDER
DE DIOS
En
estos días hemos podido conocer una serie de noticias que conllevan aspectos
políticos, religiosos, culturales, sociales.
Todo esto debe hacernos reflexionar en cuanto somos testigos de la historia,
una historia que no debe, por ningún motivo, alejarse de Dios. Si estamos
unidos a Dios, si vivimos junto a Él, si en nuestra vida cotidiana ofrecemos
nuestras obras con amor y sinceridad, estamos siendo partícipes de esa historia
de la que cada día nos llega información y en la que debemos aportar soluciones
positivas.
Construir
la paz, vivir la armonía, estar en comunión como verdaderos hermanos conlleva
no sólo leer el Evangelio, sino vivirlo, ponerlo en práctica. Dios alivia nuestro corazón y nosotros, a su vez aprendemos de Él, que
es manso y humilde de corazón. Es allí donde radica nuestra condición de
cristianos: ser como Jesús.
El
cristiano debe estar unido a la historia,
a lo que sucede a su alrededor, a tener fe en Dios que abre el corazón del
hombre para vivir y compartir el sufrimiento y la esperanza de tantos que
necesitan de ello, tal como lo recitamos en la oración de la Diócesis de San
Cristóbal: “…queremos contagiar esperanza y servir a todos,
particularmente a los pobres y excluidos de nuestra sociedad”. Reflexionemos:
¿hemos aprendido de Dios esto? ¿lo estamos poniendo por obra?
MARÍA
SANTÍSIMA NO NOS ABANDONA
En
este itinerario de vida y de amor, María Santísima nos guía y nos lleva de la
mano. Debemos insistir en el amor y
devoción que todo cristiano le debe profesar, como verdaderos hijos suyos.
Nuestra madre es la luz, la esperanza, el pilar del amor que nos lleva a Jesús.
Ella nos enseña la sencillez que falta en tantos sitios, la humildad de la que
carecen muchos corazones y cómo proclamar las grandezas y maravillas que Dios
nos regala a cada momento. Así sea.
Hermano y hermana, dejémonos aliviar por Jesús y coloquemos nuestro
corazón en sus manos para ser portadores de esperanza, paz y armonía…
José Lucio León
Duque