José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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jueves, 26 de marzo de 2015

Domingo de Ramos, 29 de marzo de 2015

¡BENDITO, SIEMPRE BENDITO!
“Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas…” (Mc 11,9-10)

Iº lectura: Is 50, 4-7; Salmo: 21; II° lectura: Fil 2, 6-11; Evangelio: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos15, 1-39

El compromiso cuaresmal y el camino de conversión encuentran en este domingo una etapa decisiva. Litúrgicamente revivimos el recibimiento de Jesús, su entrada en Jerusalén: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”. La oración en este día nos sitúa en el clima del triduo pascual, se nos invita a tener presente la gran enseñanza de la pasión, para participar en la gloria de la resurrección.

La figura misteriosa del “siervo del Señor”, nos lleva a reflexionar sobre la dinámica de la escucha y de la palabra. El himno de la segunda lectura nos acerca a los sentimientos de Jesús. Él es para nosotros una síntesis maravillosa de la conformación del creyente a Cristo. El Evangelio de la pasión muestra en Jesús el cumplimiento del proyecto salvífico de Dios: su muerte es testimonio de fidelidad al Dios de la vida. Él no dejará vacía la esperanza puesta en Él.

JESÚS, SIERVO SUFRIENTE

El maestro fue proclamado “Cristo” por Pedro en Cesarea de Filipo (Mc 8,29); es reconocido “Hijo de Dios” por un pagano; un centurión bajo la cruz dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39). También Jesús, frente al Sumo Sacerdote, respondiendo a la pregunta si era Hijo de Dios, el hijo del Dios bendito, Jesús responde: “Yo lo soy. Y verán al Hijo de Dios…” (Mc 14, 61-62). En el Bautismo (Mc 1,11) al inicio del Evangelio de Marcos y en el corazón de la transfiguración (Mc 9,7), la voz del cielo, el Padre, indica en Jesús de Nazaret el “su Hijo amado...” en Getsemaní será Jesús mismo quien llamará a Dios papá, “Abbá” (Mc 14,36).

Junto a esta evidente y clara identidad filial de Jesús de Nazaret a través de estos títulos que recibe y que le son propios, encontramos un Jesús que conduce un camino que lo llevará a la soledad. De estar con tanta gente, pasando por la compañía de Pedro, Santiago y Juan y llegando a Getsemaní, se ve el camino directo que nos lleva a concentrarnos en la obra misma de Jesús: su obra, su significado, su vida en el corazón de todos y cada uno de nosotros. El texto de Isaías, presenta la figura del siervo de Yahvé, aquel que escucha la Palabra de Dios para encontrar en Él confianza y consuelo. La misión del siervo, así como la de Jesús, comporta persecución, tortura, muerte. Su fuerza estará en su adhesión total a la voluntad de Dios y en la certeza que no lo dejará en la muerte.

Este día es día de fiesta, de esperanza. Jesús asume su condición de Hijo de Dios y en esos momentos significativos en los que se declara esa relación de filiación, es que el cristiano siente la necesidad de identificarse cada vez más a Cristo y, por ende, a la predicación y vivencia del Evangelio de la verdad en medio del pueblo.

MARÍA, JUNTO A JESÚS, JUNTO A NOSOTROS

Nuestra Madre del Cielo está siempre a nuestro lado. Ella es quien nos guía por las sendas del amor y de la paz. Seremos fieles testigos del Evangelio de Jesús, en la medida en que nos dejemos guiar por la amorosa protección de nuestra Madre. Dejémonos guiar por ella y propaguemos en todas partes, la alegría de vivir junto a Jesús. Así sea.

José Lucio León Duque

joselucio70@gmail.com

Mons. Mario del Valle Moronta: INSTRUCCIÓN SOBRE LA CELEBRACION DE LA EUCARISTIA POR LOS ENFERMOS Y POR OTRAS NECESIDADES, MARZO 2015

INSTRUCCIÓN
SOBRE LA CELEBRACION DE LA EUCARISTIA POR LOS ENFERMOS Y
POR OTRAS NECESIDADES

INTRODUCCION.

El ministerio pastoral encomendado a los Obispos, en comunión con sus respectivos Presbiterios, junto con el oficio de enseñar y de regir conlleva el de santificar al Pueblo de Dios (cf. L.G. 18,28). Se trata del ejercicio del Sacerdocio de la Nueva Alianza con el cual se sigue haciendo memoria del acontecimiento pascual de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. A Él estamos configurados para actuar en su nombre y guiar al Pueblo de Dios como el Buen Pastor.

El oficio de regir, enseñar y santificar, entre otras tareas, le da a los Obispos la responsabilidad de velar por la Liturgia, animarla y hacerla expresión de conmemoración y celebración del Misterio Pascual en cada una de las comunidades e instancias eclesiales que hacen vida en la Iglesia local a ellos encomendadas.  En esta misma línea deben, entonces, vigilar porque la misma Liturgia se realice en comunión con la Iglesia Universal y de acuerdo a las normativas y directrices que le son propias.

La Liturgia, junto con la Palabra de Dios y la Tradición, es fuente para la reflexión, oración, espiritualidad y acción pastoral (Cf. O.T. 16). Si bien debe tener en cuenta las diversas manifestaciones de los tiempos y culturas, también es verdad que ha de realizarse dentro de la eclesiología de comunión para así manifestar que uno solo es el Señor, una la fe y uno el Bautismo, como nos enseña el Apóstol Pablo (cf. Efes. 4, 5).

Desde esta perspectiva y movido por la solicitud pastoral, queremos ofrecer orientaciones y directrices ante un tema y una praxis que ha generado preocupaciones, dificultades y hasta exageraciones: las mal denominadas “misas de sanación”; así como las prácticas que en no pocos sitios se están implementando para  pedir de Dios la “curación-sanación-liberación”. Lo hacemos con el ánimo de orientar y fortalecer el sentido de comunión, distintivo esencial de nuestra Iglesia local, en comunión con la Iglesia Universal.

DESDE NUESTRA FE EN CRISTO, EL SEÑOR

Creemos firmemente en el Dios Uno y Trino: el Padre que nos ha hecho sus Hijos, Creador de todo: Él ha amado hasta el extremo a la humanidad hasta el punto de enviarnos a su Hijo Amado Jesús para darnos la salvación. Este, es el Ungido por el Espíritu, quien se hizo hombre y nos dio la Vida Nueva, gracias a su Pascua redentora. Pasó haciendo el bien: proclamó la presencia del reino de Dios, se identificó con los pobres y necesitados, expulsó demonios, sanó enfermos y realizó muchos prodigios, para así anunciar el gran milagro de su Resurrección. Gracias a su muerte y Resurrección nosotros hemos podido llegar a ser hijos del Padre Dios (cf. Jn 1,12). El Espíritu Santo, Señor y dador de vida, quien habló a través de los profetas y ahora lo hace por medio de la Iglesia, nos marca para ser testigos del Resucitado.

Como nos lo enseña el Apóstol Pablo, todo lo podemos y debemos hacer en el nombre de Jesucristo, el Señor. Es el Pastor bueno, preocupado por todas sus ovejas; Maestro de la Verdad que hace auténticamente libres a los seres humanos (cf. Jn 8,32) y Sumo Sacerdote, ofrecido Él mismo para la salvación de la humanidad. En Él se recapitulan todas las cosas y es el origen de la Nueva Creación. Nos ha entregado el mandato de anunciar su Evangelio y edificar el Reino de justicia y de paz, de amor y libertad plena.

El es el Mediador de la Nueva Alianza: ha constituido a la Iglesia como un nuevo pueblo sacerdotal, cuyos miembros se presentan cuales “ofrendas vivas” (Rom. 12,1). La Iglesia ha recibido la Misión de hacer memoria de su Pascua redentora con la tarea evangelizadora. Para ello, todos los bautizados tienen la responsabilidad de actuar en comunión y decisión, y así extender el reino de Dios. En ese pueblo sacerdotal, hay algunos que han sido elegidos para servir y para configurarse a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote: ellos han recibido una Misión de servicio y por eso deben actuar en estrecha comunión con el Señor para guiar al pueblo de Dios, enseñarle las riquezas de la Palabra viva y santificar a todos, para lo cual deben también celebrar el misterio de la Pascua, de modo especial en la Eucaristía.

LA IGLESIA CELEBRA EL MISTERIO PASCUAL

La Iglesia proclama el misterio de salvación y lo celebra. El Papa Francisco nos enseña cómo se desarrolla el dinamismo evangelizador que incluye la celebración de los misterios de la fe; es decir del misterio pascual. La Iglesia debe estar siempre en salida, dispuesta al encuentro de todos los seres humanos, creyentes y no creyentes, cercanos y alejados. Acompañarlos para así ayudarlos a fructificar con los frutos del Espíritu Santo. Este dinamismo evangelizador y misionero, a la vez, encuentra una hermosa expresión en la celebración de la Pascua.

Nos enseña el Papa: La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo. (E.G. 24).

La Iglesia no sólo proclama el Evangelio y realiza una acción misionera con la fuerza de la caridad pastoral, sino también celebra lo que anuncia, festeja lo que vive y así adelanta en esta tierra la plenitud del encuentro con la Trinidad Santa por medio de la Liturgia. Esta, en sus diversas expresiones es, ante todo, conmemoración de la historia de salvación y del misterio pascual, y su máxima expresión la hallamos en la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia.

LA IGLESIA HACE LA EUCARISTIA, LA EUCARISTIA HACE LA IGLESIA.

El Concilio Vaticano II nos ha insistido en la centralidad de la Eucaristía para la vida de la Iglesia. Es fuente y culmen de toda la acción misionera, y además para la vida y quehacer de todos los discípulos de Jesús. Así nos lo deja ver San Juan Pablo II en su hermosa Carta Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA: La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza. (n.1).

El misterio pascual de Jesús le da sentido a todo lo que vamos haciendo. Es la razón de ser de la historia de la Iglesia y el evento con el cual toda la historia humana adquiere un sentido salvífico; no en vano hablamos de “historia de la salvación”. El mismo Papa Juan Pablo II nos lo recuerda con estas palabras: Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones » (2, 42).La « fracción del pan » evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. (n. 3).

Desde esta perspectiva podemos entender cómo la IGLESIA HACE LA EUCARISTIA, Y LA EUCARISTIA HACE LA IGLESIA. Todo el compromiso evangelizador de la Iglesia, que incluye al anuncio explícito del Evangelio, la promoción humana, la lucha por la justicia y la celebración de los misterios encuentran en la Eucaristía su punto de partida y su punto de llegada: con la fuerza del pan de la Palabra y el eucarístico, compartidos en la comunión, surge el entusiasmo por contagiar la vida cotidiana con el dinamismo pascual de Jesucristo.

De igual modo, todo lo que se hace, con sus logros y fracasos, encuentra en el evento eucarístico su momento para purificarse, fortalecerse, ofrecerse y también para manifestar la acción del Espíritu Santo. De hecho, en la plegaria eucarística hay dos momentos cuando se ora pidiendo la acción del Espíritu: cuando el presidente de la asamblea litúrgica implora la acción del Espíritu para transformar sacramentalmente el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo; y posteriormente cuando se ruega al Espíritu “congregue en la unidad” (Plegaria Eucarística II) a todos los fieles que participan del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

La celebración eucarística, dentro de esta perspectiva, adquiere un sentido peculiarísimo y central. No se trata sólo de un conjunto de ritos orgánicamente celebrados. Es algo mucho más profundo: la conmemoración del evento de la pascua del Señor, enriquecido con la Palabra, proclamado en la plegaria eucarística, compartido en la comunión y avivado por el compromiso renovado de todo creyente. La celebración eucarística, así entendida y vivida, hace la Iglesia: nos permite a todos lanzarnos en la aventura permanente de la evangelización. Y así podemos asociarnos al Sumo y Eterno Sacerdote, quien continúa siendo Mediador ante el Padre Dios.

Debemos enfatizar que toda celebración eucarística hace la Iglesia por ser memorial del evento pascual: el sacrificio de la cruz y la resurrección. De allí la profesión de fe y compromiso cristiano que se dice luego de la consagración en una de sus aclamaciones: ¡ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROCLAMAMOS TU RESURRECCION, VEN SEÑOR JESUS! En cada celebración eucarística rehacemos la experiencia de los discípulos de Jesús: debemos sentir el ardor de la Palabra en nuestros corazones y reconocerlo en la fracción del pan, para salir a anunciarlo y compartir nuestra experiencia de fe con todos los demás hermanos.

Entonces, toda eucaristía celebrada nos permite presentar nuestras alegrías y esperanzas, angustias y problemas para recibir la luz del misterio pascual transformador. Unidos a la fe de la Iglesia, con total esperanza de quienes son peregrinos hacia la plenitud del Reino y llenos del amor de Dios, iluminamos las diversas situaciones de nuestra vida y de nuestra sociedad. Por eso podemos pedir por la salud de los enfermos, por el eterno descanso de los difuntos, por la paz y la concordia, por el buen tiempo y las cosechas, por el perdón de los pecados; además podemos dar gracias por tantas situaciones, como aniversarios propios de cada estado de vida, por los regalos dados por Dios y los favores recibidos. Como se trata de una celebración de comunión, nos unimos a quienes ya están en la eternidad para honrarlos y recordar nuestra vocación a la santidad. Los santos, al igual que la Virgen María, nos impulsan a admirar cómo el efecto de la Pascua redentora de Cristo es definitivo y eterno.

La celebración eucarística se puede celebrar cada día. Pero no debemos dejar a un lado la importancia del DIA DEL SEÑOR. Es el día para celebrar la pascua de la semana, para recordar la nueva creación, para reafirmar nuestra vocación a vivir el domingo sin fin de la eternidad (cf. PREFACIO X DEL TIEMPO ORDINARIO). Así nos lo recuerda San Juan Pablo II: El día del Señor —como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos— ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en él de la primera creación y el inicio de la « nueva creación » (cf.2 Co 5,17). Es el día de la evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez la prefiguración, en la esperanza activa, del « último día », cuando Cristo vendrá en su gloria (cf. Hch 1,11; 1 Ts 4,13-17) y « hará un mundo nuevo » (cf. Ap 21,5). (DIES DOMINI, 1).

Hemos de seguir presentando de modo prioritario el DOMINGO como el DIA DEL SEÑOR. Con nuestra acción pastoral, la catequesis litúrgica debe insistir en la importancia del Domingo y animar a todos los creyentes a vivirlo como el día del descanso, ciertamente, pero también como el  día del encuentro de la Iglesia en torno a la muerte y resurrección de Jesús, cuando compartimos nuestros afanes y proyectos y cuando unimos los esfuerzos para seguir edificando el Reino de Dios. Hoy se están presentando muchas excusas para dejar a un lado la importancia del domingo, como DIA DEL SEÑOR: encuentros y convivencias durante la semana para orar y durante los cuales se celebra la eucaristía parecen ser tomados como alternativa que sacrifica la celebración dominical.

Nos debe ayudar una profunda catequesis litúrgica y  recordar en todo momento la doctrina seria y eclesial sobre el misterio eucarístico. No se trata de actos emotivos, ni simple repetición de ritos, como tampoco acciones para mostrar liderazgos histriónicos o buscar soluciones mágicas a problemas humanos. La celebración eucarística responde al ars celebrandi, pero esto no significa que la celebración eucarística (así como otras celebraciones litúrgicas) convierta en espectáculos para mostrar las habilidades de celebrantes o de grupos, como tampoco para hacer demostraciones de “poderes” especiales. El “ars celebrandi” supone una actitud de fe y de caridad a fin de hacer realidad el misterio a conmemorarse, con la fructuosa participación de los diversos miembros de la asamblea litúrgica, en comunión con la Iglesia universal. Esto será posible con el desarrollo de los diversos ministerios y funciones propias de la Iglesia para beneficio del pueblo de Dios.

¡QUE Y COMO CELEBRAR LA EUCARISTIA!

Como consecuencia de lo antes señalado, es fácil deducir el “qué” de la Eucaristía. En ella, con la riqueza litúrgica de la Iglesia, se celebra, ante todo, la Pascua del Señor Jesús: su muerte, al conmemorarse el sacrificio de la Cruz; y la resurrección del Señor. No se pueden separar ambas realidades, las cuales dieron origen a la Nueva Alianza. Pero, a la vez, el misterio pascual no está divorciado de la Palabra: la misma Palabra que se encarnó y fue revelación del amor de Dios, se hace presente sacramentalmente para alimento eucarístico.

La Eucaristía nos recuerda la Cena del Señor: en ella partimos el pan de la Palabra y de la Eucaristía. Una es la mesa y una la misma acción litúrgica. En ella nos encontramos para compartir los frutos del Cordero de Dios inmolado, cuyo cuerpo fue entregado y su sangre derramada por la humanidad. Nos nutrimos de ese alimento. Por eso, la Palabra y la Eucaristía aparecen en estrecha unión y sintonía en toda celebración.

La Iglesia, Madre y Maestra, ha recibido, como bien lo ha reflejado el Apóstol Pablo una tradición que hace vivir a lo largo de los siglos (cf. 1 Cor. 11, 23ss). Para ello, además cuenta con un inmenso tesoro litúrgico del cual se van elaborando las enseñanzas, las directrices y los ritos para su justa y seria celebración. Con el Concilio Vaticano II, se pidió una adecuación de los ritos a las situaciones del mundo actual, pero sin romper con la Tradición. Esto, dentro del marco de la Reforma Litúrgica, permitió la elaboración de directrices para una fructífera celebración de la Eucaristía.

Recientemente (año 2000), como fruto de esa reforma litúrgica hemos recibido  la INSTRUCCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO. En este documento, a tener presente por parte de los ministros ordenados y de los fieles cristianos laicos, se nos brindan las orientaciones e indicaciones para la correcta celebración de la Eucaristía. Lamentablemente es poco leído y estudiado. De allí los diversos abusos de todo tipo (por acción y omisión) con los cuales se opaca la dignidad del misterio eucarístico y las maneras incorrectas con las cuales se pretende celebrar el misterio de la Presencia real y sacramental del Señor.

Es necesario tenerla en cuenta siempre junto con las diversas directrices de la Iglesia Universal. De lo contrario se pueden introducir costumbres reñidas con el sentido de la Liturgia y perjudiciales para la vida de los fieles cristianos. De allí la necesidad de estar con la mente abierta y el corazón dispuesto para conocer y profundizar las orientaciones de la Iglesia.

Si se tuviera en cuenta todo lo antes dicho, no tuviéramos los problemas o situaciones difíciles que nos conseguimos en la praxis cotidiana de la Iglesia. Mencionamos algunas de ellas: el identificar la celebración de la eucaristía como “decir misa” (por parte de los ministros) o de “escucharla” (por parte de los fieles laicos). No se dice la misa, se celebra la Eucaristía. Otra situación que amerita nuestra atención, la identificación reductiva de la celebración con acciones muy particulares: las así denominadas de manera inconveniente, “misas de sanación”, “misas de grados académicos”, “misas de liberación”, “misas de cumpleaños”, “misas de muertos o de difuntos”…

Estas denominaciones reducen lo litúrgico a un ámbito muy pequeño. En el caso de las así llamadas “sanaciones y liberaciones”, puede correrse el riesgo de aupar soluciones mágicas de parte de quienes las soliciten y hacer pensar que lo pedido depende más de un “actor” con ciertos “poderes”. Es preocupante cómo en las celebraciones antes mencionadas pueden llegar a falsificar el auténtico sentido de la liturgia eucarística, y cómo suele abundar el espectáculo y la presentación del celebrante con una especie de “poderes”. Además terminan convirtiéndose como una alternativa para la conmemoración del DIA DEL SEÑOR.

Sin embargo, la Eucaristía es celebración de la Pascua, por medio de la cual podemos encomendar a los enfermos de todo tipo; a los difuntos para que se les conceda el perdón de sus pecados y la vida eterna; a los que ofrecen su acción de gracias por diversos motivos; a quienes piden un favor especial de Dios para ellos o para sus comunidades (lluvia, paz, cese de la guerra, progreso, etc…).

LA ORACION POR LOS ENFERMOS Y POR OTRAS NECESIDADES.

Siguiendo el ejemplo de su Maestro, la Iglesia, desde los inicios dedicó especial atención a los enfermos (cf. Sant 5,14-15). Recibió del Señor la herencia del sacramento de la unción de los enfermos. También, con sus obras de caridad abrió espacios para el cuidado de los mismos, así como de personas con necesidades (ancianos, huérfanos, etc.). Así, la Iglesia imitó a su Señor en el hermoso gesto de compasión y misericordia hacia quienes sufren en el espíritu y en el cuerpo.

Encontramos en algunos rituales y bendicionales, debidamente aprobados por la Iglesia, oraciones para implorar la salud, la curación y el fortalecimiento de los enfermos. Estas oraciones forman parte, muchas veces, de las acciones denominadas sacramentales: son los signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida. Muchos de estos signos son acompañados por diversos gestos, entre los cuales se incluyen el agua bendita rociada sobre los enfermos, como también cirios encendidos, imágenes religiosas para pedir la intercesión de la Virgen María o algún santo de devoción. Toda la comunidad está invitada a orar por sus enfermos, sean amigos, familiares o desconocidos. Incluso se puede promover oraciones para pedir por todos los enfermos en ocasiones concretas: jornada de oración por los enfermos, epidemias, accidentes, etc.

La Iglesia también posee el ritual particular para los exorcismos, que debe ser puesto en práctica con el permiso expreso y bajo la supervisión directa de cada Obispo o Superior legítimo (cf. can.1172). De lo contrario puede caerse en exageraciones y en situaciones que generan confusiones entre los fieles cristianos, en especial de débil fe.

El tratamiento de los casos así denominados de “posesión diabólica” o de influencia satánica han de ser considerados con suma delicadeza y seriedad. La presencia del mal siempre se ha dado en la historia de la humanidad. Pero no todas las aparentes manifestaciones diabólicas (posesiones) son tales, sino más bien enfermedades de carácter psiquiátrico. Otras veces son producidas por sugestión y hasta por praxis reñidas con la fe cristiana (brujería, maleficios, juegos esotéricos…). Esto ha generado que algunos miembros de la Iglesia (ministros y laicos) se dediquen a la praxis y oración de “liberación”. Se hace con frecuencia y apelando “poderes” que no se tienen, o que no son reconocidos por la Iglesia.

Lamentablemente en estos casos como en otros, referentes a oraciones de curaciones,  no se actúa con prudencia y se abusa del elemento dramático y de falsos protagonismos. Muchas veces quienes acuden a estas praxis lo hacen en búsqueda de elementos mágicos que pretenden resolver situaciones puntuales, pero sin compromiso para un cambio de vida y acercamiento a Dios. Tampoco faltan quienes se prestan para alimentar este tipo de situaciones creyendo que poseen “carismas” de sanación y de liberación, cuando más bien son movidos por un afán de protagonismo y una necesidad de proyección personal.

El ministro ordenado –obispo y presbítero- por la configuración a Cristo recibe un carisma especial, que les permite reconciliar, ungir a los enfermos y orar por ellos; así como el de santificar al pueblo de Dios. Por eso también reciben el encargo de convocar a todos a la comunión con Dios, para alejarlos del mal y del pecado. En algunos ministros ordenados, la Iglesia reconoce un don o carisma especial para realizar exorcismos. Estos deben hacerse según las directrices de la misma Iglesia, en obediencia y comunión con el Obispo y, sobre todo desde una experiencia permanente de encuentro con el Señor, testimonio de vida cristiana alimentada por la oración, la Palabra de Dios y la Eucaristía.

El así llamado “carisma de sanación” no es fácil definirlo. No se debe a la propia voluntad o deseo de quien dice tenerlo. Tampoco pertenece a un grupo determinado dentro de la Iglesia, o a un grupo de ministros o de fieles cristianos. Hay que verlo dentro de la eclesiología de comunión y, por tanto, su reconocimiento depende de la autoridad eclesial correspondiente.

Para poder guiar a todos en la Iglesia, la CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE ha publicado la INSTRUCCIÓN “ARDENS FELICITATIS” SOBRE LAS ORACIONES PARA OBTENER DE DIOS LA CURACION (14 de septiembre 2000). En ella nos encontramos algunas luces de carácter doctrinal y algunos señalamientos de orden disciplinar. Nos basaremos en ellos para dar algunas directrices propias para nuestra Iglesia de San Cristóbal. Estas serán de carácter obligante y pretenden ser un auxilio para tratar los delicados asuntos surgidos a partir de costumbres o de praxis que no son del todo correctas. Pedimos a todos los fieles cristianos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, tenerlas en cuenta para ponerlos en práctica.




DIRECTRICES PARA LA DIOCESIS DE SAN CRISTOBAL

Por el compromiso adquirido al ser Pastor de esta Iglesia local de San Cristóbal y la obligación de orientar al pueblo de Dios, así como de promover y custodiar la vida litúrgica de nuestra Diócesis (cf. can. 838), presentamos las siguientes directrices que deben ver con las oraciones de “sanación y liberación”, así como con los exorcismos. Pedimos a todos, no sólo su conocimiento y difusión, sino también su implementación y cumplimiento.

  1. En relación a las oraciones por la salud de los enfermos.
1.
De acuerdo a lo establecido en la INSTRUCCIÓN ARDENS FELICITATIS: "Los fieles son libres de elevar oraciones a Dios para obtener la curación. Cuando éstas se realizan en la Iglesia o en otro lugar sagrado, es conveniente que sean guiadas por un sacerdote o un diácono” (art. 1). Por tanto, es una praxis conveniente y necesaria para pedir la ayuda de Dios en el caso de enfermos, sea por parte de ellos mismos como por parte de familiares, amigos o miembros de la comunidad a la cual pertenecen.
2.
Si se realizan en un templo, lugar de culto o reuniones de carácter eclesial público, es conveniente y necesario que sean dirigidas por ministros ordenados y de acuerdo a los libros litúrgicos correspondientes. Para ello ha de tenerse presente lo establecido en la antes mencionada INSTRUCCIÓN : Art. 2.Las oraciones de curación son litúrgicas si aparecen en los libros litúrgicos aprobados por la autoridad competente de la Iglesia; de lo contrario no son litúrgicas. Art. 3 - § 1. Las oraciones litúrgicas de curación deben ser celebradas de acuerdo con el rito prescrito y con las vestiduras sagradas indicadas en el Ordo benedictionis infirmorum del Rituale Romanum.
3.
Cuando se trate de oraciones por los enfermos que no sean de carácter litúrgico también se tendrá en cuenta lo establecido en la INSTRUCCIÓN: Art. 5 - § 1. Las oraciones de curación no litúrgicas se realizan con modalidades distintas de las celebraciones litúrgicas, como encuentros de oración o lectura de la Palabra de Dios, sin menoscabo de la vigilancia del Ordinario del lugar, a tenor del can. 839 § 2. § 2. Evítese cuidadosamente cualquier tipo de confusión entre estas oraciones libres no litúrgicas y las celebraciones litúrgicas propiamente dichas. § 3. Es necesario, además, que durante su desarrollo no se llegue, sobre todo por parte de quienes los guían, a formas semejantes al histerismo, a la artificiosidad, a la teatralidad o al sensacionalismo.
4.
No es correcto hablar de “misas de sanación o liberación”. La Eucaristía es el sacramento del Memorial de la Pasión Muerte y Resurrección del Señor. Por tanto se debe privilegiar la característica esencial de celebración del misterio pascual. En nuestra Diócesis de San Cristóbal, por tanto ni se debe hablar ni se deben realizar las así mal denominadas “misas de sanación”.
5.
En vista de lo anterior, se deberá tener en cuenta lo propuesto en la Instrucción ARDENS FELICITATIS: Art. 7 - § 1. Manteniéndose lo dispuesto más arriba en el art. 3, y salvas las funciones para los enfermos previstas en los libros litúrgicos, en la celebración de la Santísima Eucaristía, de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas no se deben introducir oraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas. § 2. Durante las celebraciones, a las que hace referencia el § 1, se da la posibilidad de introducir intenciones especiales de oración por la curación de los enfermos en la oración común o «de los fieles», cuando ésta sea prevista.
6.
En virtud de lo anterior, no se permiten celebraciones por los enfermos que no se rijan por las normas de la Iglesia, sobre todo las impartidas por la Santa Sede. No se debe realizar ninguna celebración u oración por los enfermos donde se privilegie la emotividad, la necesidad de sanarse y la visión mágica de las cosas que poseen muchas personas. Al contrario, se debe pedir a Dios la salud espiritual y corporal así como la fuerza necesaria para asumir la enfermedad.
7.
Los sacerdotes deben actuar en comunión con la Iglesia Universal, con el Obispo y el Presbiterio. Por tanto, ningún sacerdote de nuestro presbiterio tiene el permiso para hacer “misas de sanación” con rituales particulares; sacerdotes de otras diócesis tampoco podrán hacerlo. No están prohibidas las celebraciones litúrgicas por la salud de los enfermos, de acuerdo a lo establecido en el Misal Romano. También pueden promoverse oraciones por los enfermos de acuerdo a lo establecido en el Ritual de la Iglesia. De igual modo es importante que la duración de estas celebraciones sea razonable, sin abusar del tiempo de los participantes.
8.
Es conveniente que en cada parroquia se realicen jornadas para celebrar el sacramento de la unción de los enfermos, a quienes se les ofrecerá también la oportunidad de acudir al sacramento de la reconciliación. Para ello, sin introducir ningún elemento que desdiga de lo litúrgico, se deberá seguir lo establecido en el ritual de la Unción para los enfermos.
9.
En el caso de las celebraciones litúrgicas indicadas en el numeral anterior como en la celebración eucarística por los enfermos, nunca se exigirá un estipendio u ofrenda por ello. Todo se realizará en un contexto de evangelización, de solidaridad y caridad pastoral. No se debe dar nunca la impresión de que se trata de un mercado de lo religioso.
10.
Se ha venido introduciendo una praxis que no concuerda con la Tradición de la Iglesia: vender o dar “aceites especiales” atribuidos incluso a devociones particulares y que son presentadas con un sentido mágico y con aparentes poderes curativos. Esto no debe hacerse de ningún modo. Por tanto, queda prohibida la venta de aceites o elementos bendecidos con los que se pretenda ofrecer un recurso «mágico» para obtener la curación de los enfermos.
11.
De igual manera, hay que hacer una catequesis sobre el sentido del agua bendita, sacramental que nos recuerda el Bautismo y la vida nueva conseguido por él. Por otro lado, queda prohibido recibir alguna ofrenda por el agua bendita. Tampoco está permitido hacer mezclas de sustancias naturales o químicas en el agua a bendecir y luego ofrecerlas como destinadas a curar determinadas dolencias o prever determinados problemas o liberar de posibles posesiones de “espíritus”. Ningún sacerdote debe hacerlo, y mucho menos solicitar ofrenda alguna por ello.

12.
La imposición de las manos sólo la pueden hacer los ministros ordenados, en los casos previstos por las normas de la Iglesia. Ningún fiel laico está autorizado para imponer las manos con fines de curación o de otro tipo y mucho menos recibir dinero por hacerlo.
13.
No está permitido a los sacerdotes usar el santo óleo de los enfermos fuera del sacramento de la Unción de los enfermos y mucho menos entregarlo a los laicos para unciones que producirían presuntas «curaciones».
14.
Hay una hermosa costumbre de orar por los enfermos en actos litúrgicos organizados en cada parroquia: entre ellos la hora santa o adoración al Santísimo Sacramento. Pero no está permitido darle una connotación curativa o de “sanación” a estas celebraciones y mucho menos introducir prácticas que pueden confundir a la gente, como imponer la custodia con el Santísimo en el cuerpo de los enfermos o de quienes lo pidan para obtener una “curación” o un favor: esto desvirtúa el sentido de la oración de adoración y contemplación y puede inducir a muchos a no ver la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por tanto, en las celebraciones, sígase la normativa  litúrgica y no se introduzcan elementos extraños a la Tradición de la Iglesia o que no estén de acuerdo con lo establecido por el Magisterio o aquello que es exigido en la propia índole de la celebración.
15.
En esta misma dirección, no se deben introducir oraciones de sanación, litúrgicas o no, en la celebración de la Eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia de las Horas.

  1. En relación a los exorcismos.
16.
La Iglesia siempre ha tenido en cuenta la acción del maligno, tentador que busca dividir a la humanidad entre sí y separarla del amor de Dios. Su presencia maléfica se siente muchas veces en situaciones de carácter personal y social. Por ello, se requiere, además de la oración para pedir la fuerza contra su acción, una adecuada catequesis sobre él y sus consecuencias. Un remedio adecuado para su acción e influencia lo podemos y debemos encontrar en la enseñanza de la Iglesia.
17.
Se debe tener mucha prudencia para no caer en identificaciones o calificaciones de carácter demoníaco. Por eso, es necesario siempre el juicio de la Iglesia para poder atender los casos que requieran una intervención particular de un ministro de la Iglesia.
18.
Se debe tener en cuenta que no pocos fenómenos de carácter psicológico, de histerismo, de enfermedades del espíritu suelen ser identificadas como “posesiones” diabólicas y en cambio no lo son. Quienes sufren estos padecimientos, igualmente que sus familiares y allegados, buscan la ayuda espiritual de sacerdotes y de personas que se auto-identifican como poseedores de “poderes” para la liberación de dichas “posesiones”, lo cual además de crear confusiones, también terminan enfermando más a las personas. Se debe alejar todo tipo de acción con características “mágicas”.
19.
Cuando un ministro ordenado reciba alguna persona con características particulares que dicen ser de carácter “sobrenatural”, ha de informarse muy bien acerca de las condiciones de salud corporal y mental de la misma, de su entorno familiar y de amistades, y otras circunstancias que puedan provocar trastornos que lleguen a confundirse. Es necesario saber si se ha acudido a prácticas esotéricas reñidas con la fe y la disciplina de la Iglesia. Es importante orientar a las personas y familiares de las mismas hacia médicos especializados que puedan dar una opinión seria al respecto. Se puede hacer una oración, de las previstas en el ritual romano, para pedir por la salud de la misma persona.
20.
Para realizar el ministerio del exorcistado se debe tener el permiso expreso del Obispo. Y, en el ejercicio del mismo se debe mantener informado al mismo Obispo.
21.
Es necesario tener en cuenta la enseñanza de la Iglesia y lo dispuesto en la INSTRUCCIÓN ARDENS FELICITATIS: Art. 8 - § 1. El ministerio del exorcistado debe ser ejercitado en estrecha dependencia del Obispo diocesano, y de acuerdo con el can. 1172, la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 29 de septiembre de 1985  y el Rituale Romanum.
22.
El exorcismo es, ante todo, una oración para ayudar a las personas y no para dar determinados «poderes» a diversos objetos. Por consiguiente, no se puede permitir que los llamados «aceite, agua y sal exorcizados», se estén empleando como objeto de engaño y de negocio por parte de quienes los venden.
23.
Ningún laico, como tampoco ningún grupo de apostolado seglar, tiene la potestad para realizar exorcismos.

  1. Otras disposiciones.
24.
Para una adecuada atención de los enfermos, es necesario promover, de acuerdo al Plan Diocesano de Pastoral, el ministerio de la misericordia. Para ello, en cada comunidad parroquial deberán bendecirse ministros laicos –adultos- que puedan cooperar con el párroco en la atención de los enfermos, su acompañamiento y la solidaridad necesaria para los diversos casos.
25.
La visita a los enfermos en sus casas o en centros de salud es una obra de misericordia que involucra a todo sacerdote y a la comunidad eclesial, mediante el servicio de los ministros de la misericordia.
26.
Es necesario aprovechar la catequesis en sus diversos niveles y etapas para instruir a los fieles cristianos, desde niños y adolescentes hasta los adultos, sobre la atención a los enfermos, la necesidad de la práctica de la caridad y la misericordia. Así se les podrá advertir sobre las formas correctas de atender a los enfermos y evitar las exageraciones y los desvíos doctrinales al respecto.
27.
Ningún sacerdote que venga de otra diócesis –diocesano o religioso-puede realizar actividades religiosas que simulen “sanación”, o manifestación de “poderes especiales”. En caso de que insistan, se debe acudir al Obispo Diocesano para que éste les indique cuál es la doctrina y disciplina al respecto. Tampoco grupos de apostolado seglar venidos de fuera de la diócesis podrán realizar jornadas de “sanación y liberación”. En las casas de retiros y de convivencias que tienen sede en esta Diócesis se debe cumplir lo establecido en estas directrices diocesanas
28.
La capilla del Santísimo, donde está colocado el “sagrario”, es un lugar para la reserva eucarística así como para motivar la oración de contemplación y adoración. Allí se expresa la presencia permanente de Dios en su Iglesia. Por tanto, debe mantenerse con decoro y respeto. No se puede reducir a un lugar donde se realicen oraciones de “sanación”, como tampoco para imponer aceites sobre enfermos o personas que lo soliciten ni para colocar ex votos de la gente, como peticiones escritas, fotos  y otras cosas de parte de los fieles.
29.
Se requiere brindar a los fieles también una adecuada catequesis sobre el significado del agua bendita: ésta es símbolo del bautismo y nos recuerda nuestro compromiso de ser hijos de Dios. También tiene un sentido purificador y debe usarse con fe, implorando el auxilio divino para tener protección de su presencia contra las acechanzas del enemigo e implorar el perdón de los pecados.
30.
Es urgente privilegiar la celebración eucarística del DIA DEL SEÑOR. Quienes organicen celebraciones con algunas características especiales (en escuelas, para grupos de apostolado, etc) de acuerdo a las normas litúrgicas deben advertir que no suplen ni son alternativas para la celebración eucarística del domingo.
31.
En todo momento, se deberá tener en cuenta la fuerza salvadora y redentora de la Pascua de Jesús: gracias a su Muerte y su Resurrección podemos alcanzar la vida nueva, y con los sacramentos –celebración continua del misterio pascual- tenemos las gracias suficientes para ir hacia el encuentro definitivo con la Trinidad Santa. En ese caminar a la plenitud, mientras dure nuestra peregrinación terrena como ciudadanos del cielo, hemos de tener permanentemente la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo.

Mons. Mario Del Valle Moronta
Obispo de San Cristóbal
Estas directrices, introducidas por una reflexión teológico-pastoral, entren en vigencia en nuestra Diócesis a partir del 25 de marzo del año 2015.


+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal



                              

Por mandato del Sr. Obispo, Pbro. José David Ramírez, Canciller.




LAUS DEO

IIIº Domingo de Cuaresma, 7 de marzo de 2021

LA CASA DE DIOS ES NUESTRA CASA “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.”...