José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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viernes, 2 de noviembre de 2012

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, 4 de noviembre de 2012



Amar a Dios en Espíritu y Verdad
“Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.”

I° lectura: Dt 6, 2-6; Salmo: 17;  
II° lectura: Hb 7, 23-28;  
Evangelio: Mc 12, 28b-34

En el itinerario de nuestra vida cristiana, los pasos de Jesús se presentan como el camino del cual no nos debemos desviar. La liturgia hodierna es reflejo del ejemplo que Dios nos muestra, no solo para hoy, sino para toda la vida. 
Es una llamada que se nos hace, para seguir los pasos de Jesús, sus huellas, sus palabras, su vida. 

Las palabras del maestro, van seguidas de su ejemplo, de su misericordia, de su amor y de la paz de la que nos podemos llenar plenamente. La enseñanza del maestro es veraz y concreta: "Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo".

Amar es el objetivo del cristiano…
En el camino que nos presenta el maestro del amor, tenemos un detalle importante: Él nos invita a amar a Dios y al prójimo. La primera invitación es total y plena, es un llamado a ver en la mirada de Dios, todo lo que necesita el hombre. Amar a Dios, un mandamiento no una obligación; una llamada, no una imposición; una vía a seguir, no un camino de esclavitud…

Cuando el hombre ama a Dios, encuentra en su alma la capacidad de corresponder a aquel que nos ha amado hasta el extremo. En Dios conseguimos la esperanza y confianza ante las dificultades y la fortaleza para poder ayudar al prójimo sin ninguna duda. La invitación de amar al prójimo se basa en la primera, no podemos por nada ni por nadie amar a alguien si ese amor no viene de Dios. En el prójimo, aunque muchas veces nos cueste aceptarlo o vivirlo, está presente la imagen de Dios. 

Si miramos a nuestro alrededor, la invitación que se nos hace es para aplicarla en la vida cotidiana, sin temor ni con engaños, sino con la palabra que el Evangelio de la verdad nos enseña como discípulos de Jesús que somos. Amar a Dios y al prójimo, nos da la autoridad para enseñarle al mundo, al hombre y a la mujer de hoy, que debemos salir de la oscuridad, de las misteriosas actitudes de quienes usan la religión como escape; de aquellos que, como los fariseos, buscaban en su momento hacer caer a Jesús en algo. 

Debemos actuar con fortaleza, decisión y convicción. El amor que nos enseña Jesús es el camino que debemos seguir para lograr la felicidad. No seamos de los que ponemos pruebas a Jesús; no seamos como los hijos de las tinieblas sino como los hijos de la luz. La invitación es clara: vivamos el amor, seamos fieles propagadores de ello para poder dar testimonio del significado de ese amor al prójimo…

Con María Santísima, madre del amor
En el Magnificat, María Santísima nos enseña a proclamar la grandeza de Dios y de su amor. En ella se cumple la Palabra de Dios y a través de ella podemos hacer vida lo que su Hijo nos enseña. Ella, madre del amor, nos muestra el camino a seguir y cómo un verdadero cristiano debe ser testigo del amor de Dios en medio del mundo y de la vida cotidiana. Así sea.

P. José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com

miércoles, 31 de octubre de 2012

Solemnidad de todos los santos

“La victoria es de nuestro Dios”


“Dichosos ustedes cuando les insulten y les persigan y les calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en el cielo.”

Hace algún tiempo, leía lo siguiente: “…los santos, para dicha nuestra y de ellos mismos, fueron hombres -y mujeres- de carne y hueso como nosotros” (Felice Accrocca, tomado y traducido de su libro “Tommaso da Cori, Amico di Dio e degli uomini”). Leyendo esto y reflexionando sobre lo que la liturgia de la Palabra nos presenta en este día, podemos tener la certeza que Dios nos llama a caminar, ya desde ahora, en las vías de la santidad. 

La multitud de los santos, presente en las lecturas y manifestada en la Iglesia, nos da a entender que debemos ver más allá de lo que comúnmente tenemos frente a nosotros. Debemos sentir la certeza que el camino escogido no es el equivocado y que el amor que Dios nos ha tenido y por el que somos sus hijos, nos permitirá alcanzar el premio que está preparado para los bienaventurados.

Jesús nos enseña el camino: ¡Él mismo!
Bienaventurados los pobres de espíritu, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz…todos serán llamados hijos de Dios. Esta certeza es el camino de esperanza que Dios nos da para que seamos testigos de su palabra y la hagamos vida en la cotidianidad. Santos somos los miembros de la Iglesia, santos son todos los que han seguido y siguen el ejemplo de Jesús, santos son los que oficialmente son reconocidos por la Iglesia y aquellos, que aún no siendo reconocidos públicamente, han sido testigos del amor de Dios en medio del mundo. Sentir que la santidad es un peso es no darnos cuenta que esa es la razón de vivir del cristiano. 

El maestro llama bienaventurados a aquellos que forman parte del corazón de Dios; a los que viven sin pensar en ambigüedades; a los que sin serlo, se sienten excluidos por los que, no siéndolo, se sienten dueños de las conciencias. El Evangelio nos promete una recompensa y ella se da, solo en la medida que seamos conscientes y responsables del cumplimiento de nuestros deberes como cristianos. ¿Quiénes son los santos? No dejemos nunca de preguntárnoslo, no pasemos de largo ante la propuesta de llegar a serlo y cada día esforcémonos por vivir los preceptos del Evangelio con obras de caridad, poniendo por obra lo que creemos gracias a la fe.

María Santísima, Reina de Todos los Santos…
En las letanías damos a Nuestra Madre de cielo un calificativo muy significativo. La Madre de Dios es la Reina de Todos los Santos, es quien nos da ejemplo de humildad para poder dar fe que es posible llegar a ser bienaventurados ya que “todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza, se purifica a sí mismo para ser tan puro como Él”… Así sea.

“No podemos decir al mismo tiempo quiero y no quiero: quiero ser santo y no quiero serlo. Deberíamos preguntarnos porque no somos santos gozando de la presencia y bendición de Cristo en el tabernáculo y de la posibilidad de recibir su cuerpo y su sangre en la comunión”. (Beata Teresa de Calcuta)
P. José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com

IIIº Domingo de Cuaresma, 7 de marzo de 2021

LA CASA DE DIOS ES NUESTRA CASA “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.”...