“He venido a prender fuego en el
mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc
12, 49)
I° lectura: Jer 38,4-6.8-10; Salmo: 39,2.3;4.18; II°
lectura: Heb 12,1-4; Evangelio: Lucas 12,49-53
El
fuego que nos presenta Jesús es un fuego que quema, que resplandece, que
ilumina, que consume, que envuelve nuestra vida. Preguntémonos: ¿nos quema dentro la palabra de Jesús a tal punto
de no dejar de pensar en Él? ¿hemos defendido la palabra de Dios en alguna
discusión? ¿nos dejamos guiar por la luz que se desprende del fuego que emanan
las acciones y las palabras del Maestro? A este respecto, podemos evocar lo que
manifestaron los discípulos de Emaús al reconocer a Jesús al partir el pan: “¿No
estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32).
CREER
ES TENER FE EN DIOS
Acoger
la Palabra que en Jesús se pronuncia como la verdad en la que debemos creer, es
lo que nos lleva a leer -a la luz del Evangelio- las incoherencias que
encontramos en nuestra vida y en la vida de la comunidad cristiana. Creer es
una lucha, un combate espiritual.
La
actitud del cristiano hoy debe ser la de quien camina en la verdad y la fe,
sintiendo en su corazón el resplandor y la fuerza del mensaje de Cristo. No
podemos dejarnos llevar por la superficialidad y las apariencias con el fin de
que todo pareciera “que está bien”, ya que un verdadero
cristiano toma la Palabra de Dios como la verdad que lleva a la libertad. La fe
no nos divide, lo que nos divide es la incertidumbre de pensar que otros
caminos nos pueden dar lo que solo Dios nos da.
Ante
la afirmación de Jesús: “he venido a prender fuego en el mundo, ¡y
ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc
12, 49), cabe preguntarse si realmente estamos dispuestos a vivir
el Evangelio con la fuerza y la convicción que requiere. El Evangelio se
presenta como contradicción para aquellos que, olvidando la vocación a la que
Dios llama, se refugian en la superficialidad y la comodidad, obviando el
verdadero camino que nos lleva a ser Iglesia en un mundo sediento de la Palabra
de Dios, la cual debe ser leída, explicada y vivida en lo cotidiano, en medio
de los pobres y los excluidos.
NUESTRA
MADRE DE LA CONSOLACIÓN
Cada
año los fieles, no sólo del Táchira, sino de otros lugares de Venezuela y más
allá, se acercan a los pies de nuestra Madre de la Consolación de Táriba, para
decirle ¡gracias! y también para pedirle por diversas necesidades que surgen en
medio de las contradicciones que el mundo pueda presentar.
¡Bendita
tú María! Porque no te rebajaste, sino diste plenitud a la humildad que nace de
un corazón sincero…
¡Bendita
tú María! Porque gracias a tu disponibilidad, se abrieron las puertas del
corazón de Dios para que todos pudiésemos recibir sus gracias…
¡Bendita
tú María! Porque nos das a tu hijo, para que con su vida, muerte y
resurrección, seamos bendecidos, amados y salvados.
¡Bendita
tú María! Madre de la Consolación, pues a todos nos das la posibilidad de
apoyarnos en tu regazo y comprender que en ti está el camino que nos lleva a
Jesús.
Acudamos
fieles a nuestra Madre de la Consolación, con humildad y con convicción,
pidiéndole con fe por nuestro país, por nuestro estado, por nuestra diócesis,
llevando el más grande regalo que un hijo puede dar a su madre: fidelidad,
obediencia y amor. ¡Gracias Madre! Así sea.
José Lucio León
Duque