José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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jueves, 11 de diciembre de 2014

IIIº Domingo de Adviento, 14 de diciembre de 2014

“VOZ QUE GRITA EN EL DESIERTO”

“Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.” (1Tes 5,16-18)

Iº lectura: Is 61, 1-2.10-11; Salmo: Lc 1, 46-48, 49-50, 53-54; IIº lectura: 1Tes 5, 16-24; Evangelio: Jn 1, 6-8.19-28

Alegría, regocijo y gran expectativa nos produce la venida del Señor. El tercer domingo de Adviento, nos muestra de manera especial la espera del nacimiento de Jesús. El profeta Isaías deja ver la imagen fructífera de la alegría que inunda los corazones, del Espíritu de Dios que lleva al elegido a anunciar la Buena Nueva, la salvación y la ayuda a quien necesita de ellas.

Esto nos lleva a florecer en medio del pueblo, en medio de las adversidades como testigos de justicia y de paz. Se hace hincapié en la oración, la alegría y el hecho que debemos hacer el bien, ratificándose así el inmenso amor de Jesús para los suyos, resaltando la grandeza de Juan el Bautista -el precursor- quien nos indica así lo que cada uno debe practicar: reconocer en el Hijo de Dios al Mesías que viene a salvarnos.

JUAN EL BAUTISTA: TESTIGO DE LA LUZ

El itinerario del Adviento nos presenta a Juan el Bautista como ejemplo de lo que la liturgia nos ofrece: regocijo, alegría, fortaleza, fidelidad, justicia, paciencia. Juan es quien anuncia y denuncia, es quien sin miedo habla de Dios como guía de nuestra vida; es aquel que prepara no solo a los de su tiempo, sino también a nosotros en la vida cotidiana, con el fin de perfeccionar nuestra adhesión a Dios y al mensaje del Evangelio.

La actitud de Juan es lo que permite al fiel cristiano ser testigo de la presencia de Jesús; lo que hace ver las cosas desde otros puntos de vista, es decir, nos muestra la verdadera vía para encontrar la felicidad. Juan predica en el desierto y justo allí florecen las esperanzas. Es en el desierto donde germina el deseo de encontrar a Dios y seguir sus pasos. ¡Cuánto desierto encontramos en nuestra vida! ¡Cuántos momentos de tristeza, de dolor, de angustia! ¡Cuánta impotencia ante la injusticia que reina en ciertas situaciones que parecen no tener vía de salida! Ante todo esto se asoma una luz que nos ilumina desde lo más profundo de nuestro ser: la llegada de Jesús. Ante la duda de muchos y el asombro de otros, ¡Él es quien debe venir!, Él es quien nos salva, quien nos ilumina, quien nos da la fuerza para cultivar aún más el regocijo de su venida, la alegría de su presencia y la fidelidad a su mensaje.

La presencia de Jesús, reflejada en el pesebre, en cantos y en celebraciones, se hace vida, se hace realidad perenne si nuestro corazón se dispone a abrir sus puertas y aceptarlo sin condiciones. Juan el Bautista nos da muchas enseñanzas y entre ellas nos recuerda que debemos tener valentía para ayudar a preparar la vía del Señor y sencillez para que quien escucha pueda entender que Dios es vida, alegría y armonía. Quien está lejos de la palabra del Señor, quien no vive en Dios sino que usa y abusa de la vida misma en desprestigio del hombre, se acerca más a la experiencia del mal y por ende, al pecado. Juan es el mayor entre los nacidos de mujer, es quien nos motiva y nos da ánimo para ser testigos, en espíritu y verdad, de lo que nos anuncia el Evangelio.

MARÍA: EJEMPLO DE HUMILDAD Y FE

El itinerario del Adviento nos regala la esperanza que todos debemos vivir. El ejemplo de nuestra Madre del cielo nos motiva a colocar nuestras vidas en la presencia de Dios. A pocos días de la celebración de la Navidad, hagamos nuestros propósitos espirituales con el fin de decir junto a María: “yo soy la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Así sea.

José Lucio León Duque

joselucio70@gmail.com

domingo, 7 de diciembre de 2014

La Inmaculada Concepción, 8 de diciembre de 2014

MARÍA: MODELO DE ESPERANZA Y FORTALEZA
“Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres.” (Lc 1,28)
La Inmaculada Concepción

Iº lectura: Gen 3,9-15.20; Salmo: 97; IIº lectura: 2Pe 3,8-14; Evangelio: Lc 1,26-38

En el tiempo de adviento, tenemos la invitación a preparar la venida del Señor, a ser discípulos vigilantes en espera del Mesías que viene. Al mismo tiempo, se nos presenta la figura y el ejemplo de una mujer que, en palabras de San Alfonso María Ligorio, es “portadora de paz a todo el mundo”, “primogénita de la gracia”, haciéndose eco de la tradición de la Iglesia refiriéndose a la Virgen María, la Inmaculada Concepción.

PAZ Y ESPERANZA, ¡FUERA EL MIEDO!

El dogma de la Inmaculada Concepción decretado por el Papa Pio IX en el año 1854 nos lleva, junto a las lecturas de este día, a reflexionar sobre algunos temas específicos: en primer lugar, debemos sentir la alegría que el Adviento proporciona, el carácter penitencial que también propone y la presencia de María en este itinerario. Esto nos da la esperanza, nos da la fuerza para salir ilesos del pecado, para reconocer y no dejarnos influenciar por la tentación del enemigo que desea quitarnos la vergüenza para no ser fieles a Dios. La actuación de Adán y Eva en el jardín del Edén causa un efecto de tristeza por las consecuencias del pecado pero ello abre igualmente un camino: la esperanza de vivir en la luz emprendiendo el verdadero camino.

En segundo lugar, se nos invita a vivir, con la gracia de Dios, en perfecta armonía y unidad. Este aspecto es necesario cultivarlo y mantenerlo ya que la unidad es, junto con la armonía, aspectos que ayudan en la esencia del ser humano y su crecimiento.

En tercer lugar, junto a la caída del hombre y de la mujer y de la unión y armonía que se debe vivir en Dios, surge la figura de María Santísima. Ella es quien nos aleja del pecado y nos une con Dios. Su figura maternal nos da la certeza de ser hijos llamados a vivir en paz, unidad y armonía.

María es la llena de gracia, es la elegida para ser la Madre de Dios, la madre de todos y cada uno de nosotros, la mujer decidida que sin miedo, nos enseña que la armonía es posible, que la unidad es factible, que la pureza y la sinceridad son caminos de vida. María, la madre de este itinerario de Adviento, la luz que enciende nuestros corazones nos muestra la vía a seguir: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

A LA LUZ DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Es hora de reconocer los pasos de Dios, de levantar la mirada a quien nos llama y nos busca en medio de las dificultades y nos invita a convertirnos. Este momento es propicio para vivir en unidad. Hoy más que nunca la tarea evangelizadora de la Iglesia es actual, está presente en nuestra vida y es nuestro deber ponerla en práctica.

Debemos sentir el llamado de Dios para vivir definitivamente en armonía, apartando las divisiones, el odio y el rencor, surgidos y radicados por la influencia del maligno, quien no cesa de rodear la pureza del amor que Dios nos regala cada día.

En nuestras familias, en los pobres y excluidos, y también en quien practica la injusticia, en quien usa la maldad para fines personales y supuestamente provechosos, en quien abusa de la autoridad, en quien humilla y maltrata al ser humano, en quien aparta a Dios de su vida; en todos debe reinar la invitación: unámonos a la nueva evangelización, salgamos y seamos portavoces de la alegría y el gozo de ser hijos de Dios, de quien proviene armonía y unidad. Así sea.

“MISIÓN DIOCESANA: CAMINANDO JUNTOS EN ESPÍRITU Y VERDAD HACIA LA RECONCILIACIÓN”

José Lucio León Duque

joselucio70@gmail,com

IIIº Domingo de Cuaresma, 7 de marzo de 2021

LA CASA DE DIOS ES NUESTRA CASA “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.”...