AMAR A DIOS: UNA
INVITACIÓN, NO UNA IMPOSICIÓN
“Maestro, ¿cuál es el
mandamiento principal de la Ley?”
I° lectura: Éx 22, 20-26; Salmo: 17; II° lectura: ITes 1, 5c-10; Evangelio: Mateo 22,34-40
En nuestra vida
cristiana, los pasos de Jesús se presentan como el camino del cual no nos
debemos desviar. La liturgia hodierna es reflejo del ejemplo que Dios nos
muestra, no solo para hoy, sino para toda la vida. "¡Ay de mí
-afirmaba san Pablo- si no predicara el Evangelio! (1 Co 9, 16).”. Es
una llamada que se nos hace, para seguir los pasos de Jesús, sus huellas, sus
palabras, su vida. La palabra del maestro, va seguida de su ejemplo, de su
misericordia, de su amor y de la paz de la que nos podemos llenar plenamente.
La enseñanza del maestro es veraz y concreta: “Amarás al Señor, tu
Dios…y a tu prójimo como a ti mismo”.
AMAR: OBJETIVO DEL CRISTIANO
En el camino que nos
presenta el maestro del amor, tenemos un detalle importante: nos invita
a amar a Dios y al prójimo. La primera invitación es total y plena,
es un llamado a ver en la mirada de Dios, todo lo que necesita el hombre. Amar
a Dios, un mandamiento, una llamada, no una imposición; una vía a seguir, no un
camino de esclavitud. Cuando el hombre ama a Dios, encuentra en su alma la capacidad
de corresponder a aquel que nos ha amado hasta el extremo. En Dios conseguimos
la esperanza y confianza ante las dificultades y la fortaleza para poder ayudar
al prójimo sin ninguna duda.
La invitación de amar al
prójimo se basa en ello, no podemos amar a alguien si
ese amor no viene de Dios. En el prójimo, aunque muchas veces nos cueste
aceptarlo o vivirlo, está presente la imagen de Dios. Si miramos a nuestro
alrededor, la invitación que se nos hace es para aplicarla en la vida
cotidiana, sin temor ni con engaños, sino con la palabra que el Evangelio de la
verdad nos enseña como discípulos de Jesús que somos.
Amar a Dios y al
prójimo, nos da la autoridad para enseñarle al mundo, al hombre y a la mujer de
hoy, que debemos salir de la oscuridad, de las misteriosas actitudes de quienes
usan la religión como escape; de aquellos que, como los fariseos, buscaban en
su momento hacer caer a Jesús en algo. Debemos actuar con fortaleza, decisión y
convicción.
La misión a la que
debemos acudir con urgencia y prontitud, está dirigida a los pobres y
excluidos, a aquellos que no tienen esperanza, a los que por diversos motivos
se sienten abandonados por Dios, a los que viven en dificultad y pierden la
esperanza. Si estamos dispuestos a seguir los pasos de Jesús, estaremos
dispuestos a vivir el Evangelio con seriedad, no solo de los labios hacia
fuera, sino de corazón, como debe ser y como a Dios le agrada.
El amor que nos enseña
Jesús es el camino que debemos seguir para lograr la felicidad. No seamos de los
que ponemos pruebas a Jesús; no seamos como los hijos de las tinieblas sino
como los hijos de la luz. La invitación es clara: vivamos el amor, seamos
fieles propagadores de ello para poder dar testimonio del significado de ese
amor al prójimo…
CON MARÍA SANTÍSIMA, MADRE DEL AMOR
En el Magnificat,
María Santísima nos enseña a proclamar la grandeza de Dios y de su amor. En
ella se cumple la Palabra de Dios y a través de ella podemos hacer
vida lo que su Hijo nos enseña. Ella, madre del amor, nos muestra el camino a
seguir y cómo un verdadero cristiano debe ser testigo del amor de Dios en medio
del mundo y de la vida cotidiana. Así sea.
José Lucio León Duque