Juan Pablo II, “il Grande”
(Reflexión hecha en el programa radial "Un momento con mi pueblo" en Ecos del Torbes el 9 de abril de 2005, y hoy traida aqui recordando a este gran santo, hombre de Dios y ejemplo a seguir)
Buenas tardes, amables radioescuchas de este su programa “un momento con mi pueblo”. Durante estos días la atención de todo el mundo se ha dirigido al fallecimiento del Santo Padre Juan Pablo II, el papa grande (usando las palabras del Papa Benedicto XVI), el papa amigo, el papa sufriente, el papa que nos enseñó con su vida más que con sus palabras, que es posible ser cristianos, que es posible vivir en paz, que es posible seguir de corazón a Jesucristo. Hemos sido testigos del testimonio sincero y verdadero de un hombre, venido de lejos, que con su mirada y su sonrisa cautivó a niños, jóvenes, adultos y ancianos, de un hombre que supo entrar en el corazón de cada uno de nosotros para nunca más salir de allí.
Juan Pablo II, es el modelo del cristiano que, aún siendo consciente de la responsabilidad que implicaba ser el Vicario de Cristo en la tierra, no dejó de caminar peregrino por las vías de la humildad, de la sencillez, de la paz y de la misericordia. Hablar de Juan Pablo II es hablar de testimonio evangélico, es ver el rostro de Jesús reflejado en el Siervo de los Siervos de Dios, es ver la misma persona de Jesús caminando por el mundo, ayudando al necesitado, consolando al triste, colocando cada cosa en su lugar, intercediendo por los que están en guerra, acariciando a los niños, compartiendo la alegría con los jóvenes, enseñando catecismo a todos y cada uno de nosotros...cómo no podemos ver presente y cumplida la promesa de Jesús, actualidad perenne y constante manifestación de Dios de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Justamente allí vemos representada toda la Iglesia, peregrina por el mundo, presente en cada ángulo de la tierra, renovada y acompañada por el Espíritu Santo, “Donde hay caridad y amor, allí está el Señor”, Juan Pablo II fue y es testigo fiel de la misión que cada cristiano, cada hombre y mujer debemos recordar y experimentar a cada momento. Recordemos con alegría y gozo los momentos que pudimos compartir con el Santo Padre, recordemos como algo actual sus enseñanzas, sus palabras, sus catequesis, sus escritos y sobre todo su gesto fraterno, paternal y sincero que practicó no sólo durante su pontificado sino a lo largo de toda su vida.
En él encontramos innumerables ejemplos a seguir: alegre, entusiasta, espiritual, deportista, artista, escritor, humanitario, servicial, humilde, un papa cercano aunque estuviese lejos, amigo verdadero aunque nunca no nos viéramos, un testimonio de Jesús vivo aunque el mundo aparezca a veces muerto. Juan Pablo II nos enseña la esperanza y nos sigue pidiendo que abramos las puertas del corazón a Cristo, sin ambigüedades sino con la fortaleza que nos da el mismo Cristo.
En este tiempo de Pascua, estamos invitados a seguir más de cerca de Jesús, a pedirle seriamente que se quede con nosotros, a Jesús que, presente en la Eucaristía, vive con nosotros y en nosotros, quien nos da la fuerza necesaria para encontrar el camino a seguir y así dar testimonio de vida cristiana... Hoy, mientras vivimos un momento importante en la Iglesia, nos vienen a la mente las palabras de Juan Pablo II: “abran las puertas del corazón a Cristo”, y eso nos motiva a creer en él aún más, pues el mismo Cristo siempre ha abierto las puertas de su corazón a cada uno de nosotros, miembros y promotores de la Iglesia, donde todos encontramos el lugar para manifestar nuestra adhesión al evangelio y nuestro deseo de propagarlo por el mundo.
El mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a si mismo, Jesús lo sintetiza, lo formula con palabras lapidarias y le da un significado nuevo, como signo de que sus discípulos le pertenecen. 'En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros' (Jn 13, 35). Cristo mismo es el modelo vivo y constituye la medida de ese amor, del que habla en su mandamiento: 'Como yo les he amado', dice. Más aún, se presenta la fuente de ese amor, como 'la vid', que fructifica con ese amor en sus discípulos, que son sus 'sarmientos': 'Yo soy la vid; ustedes los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mi no pueden hacer nada' (Jn 15, 5). De allí la observación: 'Permanezcan en mi amor' (Jn 15, 9). La comunidad de los discípulos, enraizada en ese amor con que Cristo mismo los ha amado, es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, única vid, de la que somos sarmientos. Es la Iglesia comunión, la Iglesia comunidad de amor, la Iglesia-misterio de amor.
Eso vale para todos los tiempos, incluido el presente, en el que sentimos particularmente viva la necesidad de recurrir a la mujer que es tipo y Madre de la unidad de la Iglesia, Ofrezcamos todos súplicas sinceras a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de todos los santos ante su Hijo hasta que todas las familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de Cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo pueblo de Dios, para gloria de la santísima e indivisible Trinidad...
Nuestra oración sea el más sincero detalle de amor hacia Dios y los demás, a través de ella lograremos que la unidad de la Iglesia y de todos los hombres sea cada vez más un modo de manifestar la presencia de Jesús en el mundo, presencia amorosa, real y permanente, de la cual fue testigo fiel Juan Pablo II, apóstol de nuestro tiempo, Padre incondicional, hermano sincero, sacerdote fiel, Juan Pablo II: Siervo de los Siervos de Dios, quien desde el cielo continúa acompañándonos y nos insiste en ser testigos del amor de Dios, pues “solamente lo que es construido sobre Dios, sobre el amor, es durable...” Buenas tardes amables radioescuchas, el señor resucitado sea nuestra fuerza y la Virgen María, madre de la Consolación nos cubra con su manto maternal y nos acompañe siempre. Dios los bendiga.
P. José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com