“Preserva a tu
siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e inocente
del gran pecado…” (Sal 18,14)
Iº lectura: Num 11, 25-29; Salmo: 18; IIº lectura: St 5,1-6; Evangelio: Mc 9,38-43.45.47-48
Estamos llamados a verificar cuándo y cómo somos obstáculo para los demás en la vida en Cristo. Ser discípulos es una actitud que se da con el corazón y la vida, no con “carnets” o pertenencias a grupos o asociaciones, ni con roles o tareas que aparenten servicio. Es una cuestión donde existen actos concretos de amor, atención y servicio a los pequeños, a los pobres y excluidos, que son de Cristo.
DAR TESTIMONIO CON LA VIDA
Todos los días constatamos cómo
surgen historias de escándalos, corrupciones, traiciones, abusos, etc… se
percibe que mientras más sensacional es la historia que se presenta, más se
vende. Esto conlleva, entre otras cosas una reflexión profunda, sincera y
precisa: una reconstrucción de la confianza y de mayor coherencia de vida. El
mensaje del Evangelio no es de interpretar literalmente pero sí es para vivir a
la letra. Muchas veces las realidades buenas pueden verse sin consistencia si
no tienen la fuerza que su esencia poseen: la presencia de Dios.
“Cortar”, muchas veces, quiere decir ser capaces de tomar decisiones que cuesten,
motivadas por la prioridad de los valores y convicción de fe. Esto es lo que
Jesús le pide a cada discípulo y hoy de manera especial: sacar de nuestra vida
la envidia, el recelo, la falta de respeto, la prepotencia, el creer ser más
que los demás. Con esto podremos vivir e interpretar el amor de Dios, la
participación en la vida divina, como un privilegio para asumir una actitud
humilde hacia los demás.
El Maestro nos enseña, por tanto,
a dirigirnos con nuestra actitud y comportamiento, hacia caminos de fe,
esperanza y caridad, siendo transparentes, sinceros y coherentes, solo así
podremos entender que viviendo el amor de Dios es como ayudaremos a quien lo
necesita sin pretender figurar sino deseando servir con el corazón.
MARÍA NOS LLAMA A SEGUIR A SU HIJO
Acerquémonos a Jesús a través de María nuestra madre del cielo. Ella nos guía por sendas de paz y de bondad y nos llama a seguir a su
hijo: “hagan lo que Él les diga”.
Dispongámonos a seguir a Jesús, seamos sinceros con Dios y con nosotros mismos,
dejemos el miedo y esforcémonos cada día por seguir el camino que nos lleva a
la paz. Aunque muchos digan luchar por la paz y busquen otros fines,
continuemos con nuestro ideal: en el nombre de Dios, como sus discípulos y sus
testigos, nos unimos a Él, en espíritu y verdad, con adhesión total y sin
exclusión alguna. Así sea.
José Lucio León
Duque
joselucio70@gmail.com