“Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las
privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de
Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
Iº lectura: Ez 2,2-5; Salmo: 123; IIº lectura: II Cor 12,7-10; Evangelio: Mc 6,1-6
La debilidad
puede ser entendida de varias maneras. En la liturgia de este domingo San Pablo
nos dice que cuando es débil, entonces es fuerte. Esa debilidad puede ser
entendida entonces como amor, pasión, afición, cariño y no solamente como una
simple inseguridad o algo que se le asemeje. Las dificultades que se puedan
presentar son signo de que, confiando en Dios, podemos descubrir y discernir de
la mejor manera nuestra condición cristiana. La falta de docilidad de muchos
viene cubierta con la gracia de Dios que se manifiesta en la debilidad, siendo
ésta uno de los puntos de reflexión para poder dar pasos de crecimiento
espiritual.
“¿De dónde saca todo eso?”
Casi siempre
la gente que ve a Jesús se queda maravillada, asombrada, y no falta quién se
dedique a criticar lo que hace, olvidando que todo lo que hace es por el bien
de todos y cada uno de nosotros. Nuestra fuerza está en Jesús, en su amor, en su
palabra, en su ejemplo…La debilidad que se pueda presentar debe ser inicio de
una reflexión sincera para un mejoramiento espiritual que nos lleve a decidir
ser verdaderos testigos del Evangelio de la verdad. La visita de Jesús a los
suyos no debe dar la sensación de fracaso, como algunos puedan pensar, sino de
fortaleza de la fe. Es un llamado a sentirnos cada vez más unidos en el nombre
de Dios, padre de la gran familia de discípulos de la que todos formamos parte
y en la cual debemos sentirnos partícipes. Jesús saca sus enseñanzas de su vida
misma, de su condición, del deseo que tiene de llegar al corazón del hombre sin
dudas ni regateos. Hoy también Jesús choca con la incredulidad de muchos
hombres y mujeres que aún no abren su corazón al infinito amor que Él
manifiesta para todos. Es por ello que se nos invita una vez más a ser unidos,
a tener fe, a trabajar incansablemente por la instauración del reino de Dios y
por la participación de todos los que necesitan cada vez más acercarse a su
plan de salvación que se refleja en la vida cotidiana y que es garantía de vida
espiritual.
María, Reina de la paz
María guía
el corazón y la vida del hombre a seguir la voz de Dios, a escuchar y vivir las
enseñanzas de su hijo y a alejar de nuestra vida la presencia del maligno. Cada
día ofrezcamos detalles de amor a María Santísima por nuestra conversión, por
los enfermos, por quien lo necesita y por nuestra diócesis de San Cristóbal, de
la que todos somos parte fundamental con la oración, el servicio y el trabajo. Así sea.
P. José Lucio León Duque