Iª lectura: Eclo 24,1-2.8-12; Salmo: 147; IIª lectura: Ef 1,3-6.15-18; Evangelio: Jn 1,1-18
Las expectativas de un nuevo año, se presentan como un momento especial en el cual
los propósitos y las esperanzas se mezclan con la duda y la incertidumbre. La
situación mundial, la crisis presente en cada rincón del mundo, es parte de la
vida cotidiana y se desea que de una vez por todas, haya un stop a todo esto que está sucediendo y
de lo cual padece el mundo. Cuántas palabras, cuántos mensajes, cuántas
promesas, cuántos propósitos…
Durante estos días hemos sido testigos de lo que es primordial para
muchas personas: lo material, las fiestas, los fuegos pirotécnicos, entre otras
cosas; todo esto ante la mirada impotente de tantos hermanos nuestros que
luchan por sobrevivir ante los ataques del COVID 19 y otras dolencias, así como
también de aquello que aleja de lo que hace crecer al hombre de hoy: Jesús que nace
cada día en medio de su pueblo, en el corazón de todo aquel que desea vivir en
paz y en armonía.
El Papa Francisco en su mensaje para la jornada mundial por la paz
de este año nos dice: “En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida
por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte
más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la
“brújula” de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y
común. Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del
Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un
nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida.
No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los
más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos
cada día concretamente para formar una comunidad compuesta de hermanos que se
acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros.”
Esta invitación, entre otras cosas, es lo que debe impulsar la evangelización a la que estamos llamados a vivir. Hay que comprometerse, como discípulos que somos, a construir y edificar el reino de Dios en la actualidad, en el corazón de todos, sin excluir a nadie, pues estamos en la misma barca. En medio de una sociedad donde la cultura de la vida debe ser promovida y defendida; donde la palabra de Dios, clara y precisa, nos impulse cada vez más a bendecir a Dios por su Hijo Jesús, por la salvación que nos regala a todos y así poder ser testigos de lo que realmente nos debe mover a seguir adelante en medio de las dificultades.
CON MARÍA SANTÍSIMA, MADRE DE DIOS, CAMINAMOS EN LA ESPERANZA
María Santísima, madre de Dios y madre
nuestra nos acompaña en este itinerario de esperanza y fe. Nos guía por sendas
de justicia, de paz, de comprensión, de igualdad. Se nos invita, por tanto, a
proclamar el nombre de Dios a todos y en todas partes; a dar testimonio de vida
en medio de las comunidades como verdaderos cristianos y a instruir nos cada
vez más para llevar el mensaje correcto y veraz que proviene del amor de Dios.
En este nuevo año que comienza, debemos tener en cuenta la oración que cada día
debemos elevar a Dios por la Iglesia, el Santo Padre, los obispos, nuestro
obispo, los sacerdotes, religiosos y religiosas y todo el pueblo santo de Dios.
La oración es la base que nos ayuda a construir la civilización del amor, a
creer, vivir y anunciar el Evangelio y a unirnos cada vez más a Dios y entre
nosotros para llevar el mensaje de la verdad que el mundo de hoy necesita.
Al mismo tiempo, se nos llama a luchar juntos, en nombre de Dios, para fomentar la honestidad y la transparencia, en medio de un mundo que muchas veces se sumerge en la indiferencia y en las crisis sociales, políticas y económicas tan latentes en el mundo y de manera particular en nuestro país.
Dios bendiga a todos, a cada una de las familias y a cada corazón, que este año sea de esperanza plena en Dios que nos guía y en María que nos cubre con su manto de amor maternal. Así sea.