“CONSUELEN AL PUEBLO DE DIOS”
Reflexión
que nos motiva a hacer el Papa Francisco en ocasión del breve discurso pronunciado en la Sogang University
de Seúl, en visita a los jesuitas el 15 de agosto de 2014, en el marco del
Viaje Apostólico en Corea.
La presencia
de la Iglesia
en el mundo es un signo preciso del mensaje de Jesús a los discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta
el fin del mundo” (Mt 28, 20). Su
promesa es una realidad que se refleja en la Misión que cada día se realiza en medio del
Pueblo de Dios. Aún así, es necesario mirar a nuestro alrededor y encontraremos
que esa promesa debemos acompañarla con nuestra adhesión a Dios de manera más
concreta.
“El
Pueblo de Dios, necesita consuelo, ser consolado”. Ante las palabras
del Papa Francisco se nos presenta un escenario que debe ser tomado en cuenta:
hay heridas ¡cuántas heridas! y debemos buscar a Jesucristo para encontrar la
respectiva sanación y el amor que viene de Él. Estamos todos llamados a
participar en este servicio, en esta invitación que nos hace el Papa Francisco
en nombre de Dios. No seamos sordos a esta realidad.
“¡No
castiguen más al pueblo de Dios! ¡Consuelen al pueblo de Dios!”, nos exhorta el
Papa. Esto nos abre un camino de esperanza, pues se presenta como un llamado de
alerta con el fin de que cada uno sepa recibir la gracia de Dios como un don
precioso que debe ser colocado al servicio de los demás. Somos pastores y no
funcionarios, nos recuerda Mons. Mario Moronta, obispo de San Cristóbal, en más
de una oportunidad. Con la oración del Pueblo de Dios, que camina de la mano
junto con sus sacerdotes, podremos juntos evitar que ese “castigo” persista y se pase a vivir en plenitud el servicio que se
nos invita a conocer, experimentar y realizar cada día.
“Dios
nunca se cansa de perdonar; ¡Sean misericordiosos!”: es la invitación para
los pastores, para quienes estamos llamados a servir al Señor en medio de su
pueblo como sus discípulos. Esto conlleva a que escuchemos, con atención y convicción,
la llamada que se nos hace a trabajar por la viña del Señor viviendo con fe,
esperanza y caridad, la propia vocación y lo que eso comporta: “buscar el Reino de Dios y su justicia, lo
demás será dado por añadidura” (Mt 6,33).
María Santísima,
nuestra Madre del Cielo, nos ha recordado en la Fiesta de la Asunción que el consuelo,
como plan de vida personal en ayuda del prójimo, es posible. Su encuentro con su
prima Isabel, a quien visitó, acompañó y ayudó, es un detalle concreto del significado de
ayudar a quien lo necesita: “…el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a
sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa
a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.”
(Lc 1, 49-53).
Ella, madre
de los sacerdotes, nos enseña a confiar en Dios, sentir su presencia, ser conscientes
que estamos invitados a reflejar en el mundo la luz que viene del Él y, con
humildad y docilidad, vivir según lo que es propio de quien ama a Dios: ser discípulos y misioneros; pastores y hermanos;
a imagen de Jesucristo, Buen Pastor. Así
sea.
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José Lucio León
Duque.