“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré
siempre con ustedes hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 19-20)
Iº lectura: Deut 4,32-34.39-40; Salmo: 33; IIº lectura: Rom 8,14-17; Evangelio:
Mt 28,16-20
El gozo del amor de Dios nos
regala una gran fiesta. La Pascua no termina, Emaús continúa haciéndose vida cada día; la
presencia de Jesús en el cenáculo del corazón del hombre es símbolo constante
en la espiritualidad de todos los cristianos. Cada celebración inicia invocando
la Trinidad: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es
así que, nombrando con el corazón y los labios a Dios, somos testigos de su
vida en nosotros. En este domingo se nos invita a alabar a Dios y admirarlo en
sus obras y acciones; pidiendo constantemente su amor y su misericordia para
que, creyendo en Él, seamos partícipes de la salvación.
MISTERIO DE FE, MISTERIO QUE SE VIVE
Un modo para comprender el misterio
de la Trinidad, es el que se nos presenta y cómo la percibimos: el Padre
Creador, el Hijo Salvador y el Espíritu Santo santificador. La manifestación de las tres divinas
personas se muestra en las obras de Dios en el mundo y en el corazón del
hombre. Esto se expresa en la realidad de la creación, en la Paternidad Divina
que es principio y fin de toda realidad del universo.
Así mismo, el sacrificio
amoroso de Dios, que se cumple al hacerse hombre como nosotros, nos revela y
nos deja como herencia, la salvación para todos y el amor que se manifiesta en
la acción del Espíritu Santo, fuego en el alma de los bautizados, luz y guía
para los fieles, cooperando de esta manera en el plan salvífico que Dios nos
propone.
Cada vez que hagamos la señal de la cruz, recordemos el gran misterio
de Dios presente en nuestra vida, teniendo en cuenta que, en ese momento,
podemos y debemos manifestar también exteriormente nuestra fe. Esto ayuda a reforzarla,
cultivarla y transmitirla siempre más, en la medida que la comunicamos a
nuestros hermanos, de modo particular, a los más pobres y excluidos, quienes
requieren una especial atención.
LA VIRGEN MARÍA Y LA TRINIDAD
Cada día que pasa, tiene momentos
concretos en los cuales la mirada al cielo debe ir acompañada de una
jaculatoria u oración a la Santísima Trinidad. Ella está en nuestras vidas y
junto a ella, contamos con la presencia maternal de María Santísima. Nuestra
madre del cielo nos guía hacia la convicción de la presencia constante de Dios
quien nos hace discípulos de su Hijo y, con la protección del Espíritu Santo,
nos da la fuerza para unirnos a la Misión Evangelizadora, a la que todos
estamos llamados como mensajeros de la paz, discípulos y misioneros. Así sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com