José Lucio León Duque

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jueves, 3 de diciembre de 2009

IIº Domingo de Adviento - La Inmaculada Concepción

“Yo soy la esclava del Señor”

“Esta es mi oración por ustedes: que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual…”

Iº lectura: Gen 3,9-15.20; Salmo: 97; IIº lectura: Fil 1,4-6.8-11; Evangelio: Lc 1,26-38

A la luz de la Inmaculada Concepción de María Santísima Virgen María, continuamos nuestro itinerario de fe y esperanza en este tiempo de Adviento, tiempo favorable para nuestra salvación. La caída en el pecado por parte del hombre y de la mujer por influencia del demonio (Iº lectura); la invitación a salir de ese pecado y a vivir en unidad, armonía y paz (IIª lectura) y el anuncio del nacimiento de Jesús del seno virginal de María nuestra madre (Evangelio), reflejan la esperanza y la confianza que debemos tener en Dios y en la intercesión de nuestra Madre del cielo.

La alegría y la pureza de María

El dogma de la Inmaculada Concepción decretado por el Papa Pio IX en el año 1854, nos lleva, junto a las lecturas de este domingo, a reflexionar sobre algunos temas específicos: en primer lugar, debemos sentir la alegría que el adviento proporciona, el carácter penitencial que también propone y la presencia de María en este itinerario. Esto nos da la esperanza, nos da la fuerza para salir ilesos del pecado, para reconocer y no dejarnos influenciar por la tentación del enemigo que desea quitarnos la vergüenza para no ser fieles a Dios. La actuación de Adán y Eva en el jardín del Edén causa un efecto de tristeza por las consecuencias del pecado, pero ello abre igualmente un camino: la esperanza de vivir en la luz emprendiendo el verdadero camino. En segundo lugar, se nos invita a crecer, con la gracia de Dios, más y más en el amor. Este aspecto es necesario cultivarlo y mantenerlo ya que el amor es, junto con la paz, aspectos que ayudan en el desarrollo de la esencia del ser humano. En tercer lugar, junto a la caída del hombre y de la mujer y del amor que se debe vivir en Dios, surge la figura de María Santísima. Ella es el lazo de unión entre el pecado y la unión con Él. Su figura maternal nos da la certeza de ser hijos llamados a vivir en unidad. María es la llena de gracia, es la elegida para ser la Madre de Dios, la madre de todos y cada uno de nosotros, la mujer decidida a enseñarnos que el amor es posible, que la unidad es factible, que la pureza y la sinceridad son caminos de vida. María, la madre de este itinerario de Adviento, la luz que enciende nuestros corazones nos muestra la vía a seguir: “Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho”.

Junto a la Misión Diocesana

Es hora de reconocer los pasos de Dios, de levantar la mirada a quien nos llama y nos busca en medio de las dificultades y nos invita a convertirnos. Más que nunca la tarea evangelizadora de la Iglesia es actual, está presente en nuestra vida y es nuestro deber ponerla en práctica a través de la Misión Diocesana. El hombre y la mujer de hoy sienten el llamado de Dios, para vivir definitivamente en el amor, apartando totalmente las divisiones, el odio y el rencor, surgidos y radicados por la influencia del maligno quien no cesa de rodear la pureza del amor que Dios nos regala cada día. Así sea.

“A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal y del pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a la imagen de la santidad (cf. Lumen gentium, 65) que están llamados a alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida.” S.S. Juan Pablo II

p. José Lucio León Duque

joselucio70@hotmail.com

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