“Ninguno como María ha conocido la profundidad
del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la
presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado
entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en
el misterio de su amor.” S. S. Francisco,
Misericodiae Vultus, 24.
En el tiempo de adviento, y hoy cuando iniciamos el Año de la Misericordia en unión con la Iglesia y el Papa Francisco, se nos invita a preparar la venida del Señor, a ser discípulos vigilantes en espera del Mesías que viene. Al mismo tiempo, se nos presenta la figura y el ejemplo de una mujer que, en palabras de San Alfonso María Ligorio, es “portadora de paz a todo el mundo”, “primogénita de la gracia”, haciéndose eco de la tradición de la Iglesia refiriéndose a la Virgen María, la Inmaculada Concepción.
PAZ Y ESPERANZA, ¡FUERA EL MIEDO!
El dogma
de la Inmaculada Concepción decretado por el Papa Pio IX en el año 1854 nos
lleva a reflexionar sobre algunos temas específicos: en primer lugar, debemos sentir la alegría que el Adviento
proporciona, el carácter penitencial que propone y la presencia de María en
este itinerario. Esto nos da la esperanza y la fuerza para salir ilesos del
pecado, sin dejarnos influenciar por la tentación del enemigo que desea
quitarnos la vergüenza para no ser fieles al amor de Dios. La actuación de Adán
y Eva en el jardín del Edén causa un efecto de tristeza por las consecuencias
del pecado, pero ello abre igualmente un camino: la esperanza de vivir en la
luz emprendiendo la verdadera vía a seguir.
En segundo lugar, se nos
invita a vivir, con la gracia de Dios, en perfecta armonía y unidad. Se hace
necesario cultivar y mantener estos aspectos, ya que ayudan al crecimiento
espiritual del hombre de hoy.
En tercer lugar, junto a
la caída del hombre y de la mujer en el Edén, caída reflejada en la actualidad
ante la situación de pecado y de falta de caridad que encontramos en ocasiones,
surge la figura de María Santísima. Ella es quien nos aleja del pecado y nos une
con Dios. Su figura maternal nos da la certeza de ser hijos llamados a vivir en
paz, unidad y armonía en medio de las dificultades que puedan existir.
María es la llena de gracia, es la elegida para ser
la Madre de Dios, la madre de todos y cada uno de nosotros, la mujer decidida
que, sin miedo, nos enseña que la paz es posible y que la pureza y la sinceridad
son caminos de vida. María es la madre de este itinerario de Adviento, la luz
que enciende nuestros corazones y nos muestra la vía a seguir: “Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra” (Lc 1, 38).
Es hora de reconocer los pasos de Dios y su
incidencia en nuestra vida, de levantar la mirada a quien nos llama y nos busca
en medio de las dificultades invitándonos a convertirnos y vivir como hermanos.
Hoy más que nunca la tarea evangelizadora de la Iglesia es actual, está
presente en nuestra vida y nuestro deber es ponerla por obra.
Debemos sentir el llamado de Dios para vivir
definitivamente en Él, apartando las divisiones, el odio y el rencor, surgidos
y radicados por la influencia del maligno, quien no cesa de rodear la pureza del
amor que Dios nos regala cada día. En la vida cotidiana, en nuestras familias,
en los pobres y excluidos, y también en quien practica el mal apartando a Dios
de su vida, en todos y cada uno de nosotros debe reinar esta invitación:
unámonos a la nueva evangelización, siendo portavoces, en medio del Pueblo de
Dios, de la alegría y el gozo de ser hijos sus hijos, de quien proviene la misericordia
para todo aquel que lo busca con sincero corazón. Así sea.
“María atestigua que
la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin
excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus
ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la
misericordia, su Hijo Jesús.” S. S. Francisco, Misericodiae Vultus, 24.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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