José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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domingo, 12 de junio de 2016

XI° Domingo del Tiempo Ordinario, 12 de junio de 2016

“DIOS NO SE CANSA DE PERDONAR”
“Estoy crucificado con Cristo: vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí.”

I° lectura: Sam  12, 7-10. 13; Salmo: 31, 1-2. 5. 7. 11; II° lectura: Gal 2, 16. 19-21; Evangelio: Lc  7, 36-8, 3

Al centro del Evangelio, vemos una mujer culpable de graves pecados y señalada por los demás como una pública pecadora perdonada y arrepentida, la mujer del perfume -una de las tantas mujeres anónimas que aparecen en el Evangelio- que obtiene el perdón y la misericordia de Jesús, a diferencia de quien se cree estar bien ante Dios.  

Un fariseo invitó a su casa a Jesús y con sorpresa asistió a una escena para él poco agradable. Los fariseos, en el antiguo Israel, eran quienes representaban el movimiento político-religioso que, entre otras cosas, profesaban una rigurosa observancia hasta en las más mínimas prácticas unidas a la fe; por ello gozaban de un cierto respeto y admiración, y ellos mismos se consideraban superiores a la gente común. Cabe recordar también ciertos usos sociales de entonces: cuando un rico recibía un huésped en su casa, en su mesa, llamaba a un siervo para que le lavara los pies, besándolos y colocándole algunas gotas de aceite perfumado. El banquete era público y cualquier persona podía observarlo.

Este fariseo -de nombre Simón- invitó a Jesús, no por admiración hacia él sino más bien para ver de cerca aquel hombre considerado por muchos un profeta enviado por Dios. Durante el banquete entró en la sala una pecadora, la cual se arrojó llorando a los pies del huésped: Jesús. Él la dejó, le permitió cumplir el gesto caracterizado por la sinceridad y la humildad. El maestro sabía lo que pensaba el dueño de la casa y cuál era su juicio haciendo hincapié en la medida del amor por parte de quien evidencia la sencillez, el arrepentimiento y la pureza de corazón y a la vez mirando con misericordia a la que todos veían como una pecadora.  

No sabemos las reacciones de estos dos personajes, pero podemos imaginar el consuelo y el gozo de la mujer y la incomodidad del fariseo ante las palabras de Jesús: “Han quedado perdonados tus pecados…tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 7. 50). Nadie es perfecto, todos tenemos ante Dios que asumir nuestra condición de pecadores, no importa cuán grande sea nuestra falta ya que Él nos perdona y usa misericordia para con sus hijos si lo admitimos con sinceridad y humildad.

Entre las primeras palabras del Pontificado del Papa Francisco, encontramos el llamado a todos nosotros: “…el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia! ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? ¡Eh, esa es su misericordia! Siempre tiene paciencia: tiene paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. Grande es la misericordia del Señor.” (Papa Francisco, Angelus del 17 de marzo de 2013).

La mujer del perfume es la mujer del amor, en ella constatamos que pasamos del mal olor del pecado al perfume sublime de la salvación y la misericordia, con gratitud infinita y con el propósito de mejorar en la vida. Ella nos enseña que, aún no sabiendo expresar en palabras lo que siente en su corazón, este la motiva a realizar un gesto sincero y valiente: lava los pies a Jesús, los seca, los perfuma, los besa. Hoy estamos llamados a buscar a Cristo y, arrojados a sus pies, pedir con nuestra mirada nos llene de su infinita misericordia para ser discípulos y misioneros en la vida cotidiana.


María Santísima, nuestra Madre, nos invita a escuchar la voz de Dios, guardar en nuestro corazón su palabra y ponerla por obra en el servicio al prójimo. Así sea.

José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com




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