“Reaviva
el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha
dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.” (Tim 1, 6)
I° lectura: Hab
1,2-3;2,2-4; Salmo: 94; II° lectura: Tim 1,6-8.13-14; Evangelio:
Luc 17,5-10
La fe es un don que viene de lo Alto, que está en continuo
crecimiento y requiere la transformación de nuestro corazón, de la misma vida.
Se reaviva y se conquista cotidianamente con nuestra fidelidad y nuestra relación
con Dios. Una relación que Jesús define con la comprensión de ser “siervos inútiles” (Lc 17,10) y hace
aumentar la percepción de ser hijos amados, apreciados, convocados como familia
de Dios que somos, y que por consiguiente, corresponde a su llamada para así
gustar y encontrar nuestra verdadera casa: la gloria. “Es urgente recuperar el carácter luminoso propio
de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban
languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la
capacidad de iluminar toda la existencia del hombre.” SS. Francisco,
Lumen Fidei, 4.
REAVIVAR EL DON DE DIOS
Jesús da a sus discípulos una regla
sencilla la cual todos, sin excepción, podrán observar. Las cosas complejas y
difíciles no pertenecen a Jesús, Él ama la sencillez. La cruz es su perfecta
sencillez y entrega, pues ella es reflejo y testimonio de la obediencia pura.
Para Jesús la sencillez de la Fe y su
pequeñez se llama obediencia y docilidad: obediencia a su palabra que transforma la vida con docilidad. “La mayor prueba de la fiabilidad del amor
de Cristo se encuentra en su muerte por los hombres. Si dar la vida por los
amigos es la demostración más grande de amor (cf. Jn 15,13), Jesús ha ofrecido la suya por
todos, también por los que eran sus enemigos, para transformar los corazones.” SS. Francisco, Lumen Fidei,
16.
Jesús pide que la obediencia sea vivida
en la humildad, sin pretensiones ante Dios. Obedecer es el fruto de la
naturaleza humana. Un árbol que produce frutos según su naturaleza, obedece a
lo que le es propio, sin necesidad de grandes espectáculos ni nada de
extraordinario. Así como la naturaleza
del árbol obedece dando frutos, así la naturaleza del hombre obedece en la
transformación de la palabra en vida, para sí mismo y para los demás.
Fructificar implica saber
donarse, ayudar al prójimo, siendo testigos de lo que el mismo Señor nos pide
expresar: "Somos
unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer." (Lc 17, 10). Esto nos lleva a entender la necesidad de
sembrar cada día lo que realmente se hace menester en la vida del hombre: la
paz, la fraternidad, la entrega, la caridad hacia los demás. “Al hombre que sufre,
Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una
presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia
de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha
querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos
luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, « inició y completa
nuestra fe » (Hb 12,2).” SS. Francisco, Lumen Fidei,
57.
MADRE
DE LA FE
“Podemos decir que en la Bienaventurada Virgen María se
realiza…que el creyente está totalmente implicado en su confesión de fe. María
está íntimamente asociada, por su unión con Cristo, a lo que creemos.” SS. Francisco, Lumen Fidei,
59. Ella nos guie por caminos de Esperanza, Fe y Caridad. Así sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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