“¡Qué hermosos son sobre los
montes los pies del
mensajero que proclama la paz, que
anuncia la buena noticia, que pregona la
justicia…” (Is 52, 7)
Cada
año nos encontramos para celebrar la Navidad. Es una celebración de Navidad no como las otras, es
una Navidad diferente y tal vez más en sintonía con lo que Dios quiere de
nosotros. Durante estos días hemos podido experimentar con algunas actividades
y celebraciones la cercanía al Pueblo de Dios, la necesidad que él tiene de
sentir su Palabra y encontrar respuesta a lo que cada uno de nosotros pueda
cuestionar. Visitamos los ancianatos, la
cárcel, el psiquiátrico, escuelas y liceos, así como se han verificado
situaciones en las que la crisis se evidencia de una manera notable. Hemos vivido
de una manera muy especial la Novena y las Misas de Aguinaldo, contando con la
participación de los fieles, colocando en el Niño Dios la esperanza y el deseo
de estar bien.
Es Navidad, ha nacido el Salvador y en nuestras casas hemos
hecho el pesebre, hemos adornado, en la medida de las posibilidades, con el
árbol y muchas cosas más. Aún así sentimos el peso de la crisis moral y de otra
índole, que tanto hemos denunciado, que estamos viviendo en el día a día y que
aún pareciera no saber cómo canalizar.
La
situación del país, la situación familiar y personal de todos nosotros tiene
una mirada común: el pesebre y más
concretamente el Niño Jesús, hoy representado en tantos hermanos nuestros que
sufren el peso de este momento histórico que estamos viviendo. Dios nos indica
el camino, anunciando el nacimiento de Cristo a los más sencillos y humildes de
corazón, y hoy, en nuestros Templos y en medio del Pueblo de Dios, deseamos que
ese anuncio se materialice en la inclusión de todos aquellos que de un cierto
modo son alejados por las condiciones en las que viven o las situaciones que
tienen.
Las
palabras del papa Francisco el año pasado (2016), en la Santa Misa de Navidad
resuenan en la actualidad y son palabras que se convierten en un llamado
urgente -hoy más que nunca necesario-: “debemos
liberar la Navidad”, liberarla de tanto materialismo, del pensar que con un
regalo se compra a alguien, liberarla del gasto desenfrenado, del
aprovechamiento de quienes confunden lo material con el verdadero sentido de la
Navidad. Debemos retornar a la Navidad -
nacimiento de Jesús, esa Navidad donde podamos alegrarnos como los Pastores
al escuchar el anuncio de la llegada del Salvador, donde encontremos de nuevo
el camino de la Paz, de la reconciliación y de la Esperanza y a la vez podamos
tener la valentía de denunciar sin miedo lo que no está bien.
Vivir
la Navidad con convicción es el eco del
llamado de Juan el Bautista: “preparen el camino del Señor” (Mc
1, 1-3). Es encontrarse con un camino que se perfila como un reto ante las
situaciones difíciles que nos encontramos día a día.
Vivir
la Navidad es “hacerse uno” con aquellos que
claman justicia, con los pobres y excluidos de la sociedad, con quienes lloran
cada día su propia desgracia y no poseen los medios necesarios para salir de la
situación en que se hallan.
Vivir
la Navidad es compartir sin reserva no solo lo material, sino las virtudes y los
valores que son parte fundamental en el mensaje de Jesucristo, que viene a
salvarnos y a hacer de nosotros hombres y mujeres nuevos.
Vivir
la Navidad es comprender la necesidad de
ver más allá de lo que normalmente vemos. Darnos cuenta, con sinceridad y
objetividad, que no estamos solos en el mundo, sino que son millones los seres
humanos que esperan una luz en su camino como signo de una vida mejor.
Vivir
la Navidad es mirar alrededor y
ver que la indiferencia y la falta de tolerancia, se hacen eco de pensamientos
inertes que buscan menospreciar y degradar lo bueno que pueda existir.
Vivir
la Navidad es centrarnos en el misterio de Dios hecho hombre, en quien creemos, “vivimos, nos movemos y
existimos” (Hch 17,28).
Vivir
la Navidad es dar sentido a cada gesto, cada
don, cada detalle que se ofrece no por ser una fiesta más ni un periodo de
vacaciones, sino la presencia viva de Dios hecho hombre que se manifiesta en la
caridad con hechos concretos.
Vivir
la Navidad es orar por quienes no creen en Dios, por quienes usan su forma de pensar para dañar a
los demás, olvidando que Dios es padre de todos y para todos y que no excluye a
nadie de su corazón.
Vivir
la Navidad es saber reconocer los propios errores y pedir perdón. Tendremos la oportunidad
de reconocernos débiles y pecadores sabiendo que la misericordia se vive desde
lo profundo del corazón haciendo gestos de caridad con sinceridad y no para
salir del paso.
Vivir
la Navidad es meditar y discernir sobre
la situación que vive el mundo de hoy, donde el relativismo ético se presenta
como un tema al cual se debe dar una respuesta con el testimonio y el ejemplo
de vida cristiana.
Vivir
la Navidad es dar lo que tenemos, no lo que nos sobra, recordando que Cristo viene “para servir
y no para ser servido” (Mc 10, 45). Este es un detalle que debemos
practicar siempre, no solo en Navidad.
La invitación es clara: debemos vivir la Navidad con
esperanza, como aquello que –con palabras del Papa Francisco- “va más
allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada.” Junto a la esperanza que nos da vida, debemos también pedir
perdón a quien o quienes pudiésemos haber ofendido. “Miramos a María, Madre de la esperanza. Con
su “si” abrió a Dios la puerta de nuestro mundo: su corazón de joven estaba
lleno de esperanza, completamente animada por la fe; y así Dios la ha elegido y
ella ha creído en su palabra." S.S. Papa Francisco (2016).
FELIZ
NAVIDAD PARA TODOS, que el niño Dios nazca
en cada uno de nosotros y que la sinceridad, la justicia y el respeto sean
signo del testimonio que debemos ofrecer hoy y siempre. Dios y la Virgen les
bendigan. Así sea.
José
Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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