José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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viernes, 28 de agosto de 2009

XXII Domingo del Tiempo Ordinario, 29 de agosto de 2009

Dios está en el corazón del hombre

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres.

Iº lectura: Dt 4, 1-2.6-8; Salmo: 14; IIº lectura: St 1, 17-18.21b.22-27; Evangelio: Mc 7,1-8,14-15.21-23

Es imprescindible reconocer y sentir la presencia de Dios en medio de su pueblo y sobre todo cuando sabemos el deber que, como cristianos, debemos llevar a cabo sin doblez y con sinceridad. La pureza del alma, que el Señor pide a sus fieles, está lejos de las simples formalidades y apariencias. Es por ello que debemos, sin miedo, acercarnos a Dios, no solo con los labios sino con el corazón, con el fin de dar testimonio de vida cristiana y de ser testigos fieles del mensaje del Evangelio. Después de la celebración de la Eucaristía, el domingo pasado en la mañana, un niño se me acercó ante algunos fieles con los que estaba reunido, me extendió su mano y me dijo: "padre, gracias por la Misa", no tendría más de ocho años. Ese gesto me ha hecho reflexionar sobre manera, ya que muy pocas veces damos el valor necesario a los pequeños detalles que se puedan tener hacia las cosas de Dios. Meditemos sobre ello.

"Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre"

La pureza interior es condición de todo amor, y ella se obtiene a través de una lucha perseverante en la alegría de los hijos de Dios. Esta lucha es constante para poder estar junto a Dios, alejando todo pensamiento o sentimiento que no ayude a cultivar la gracia que purifique nuestra vida. El cristiano de hoy debe tener presente: en primer lugar que la pureza es algo verdadero, real, cierto y se debe pedir con sinceridad al Señor y practicarla con convicción de corazón. En segundo lugar que la presencia de Jesús en nosotros es presencia reveladora de esperanza y fe, que nos lleva a dar testimonio con la palabra y ejemplo de la pureza que viene de Él y en tercer lugar, ser conscientes de la importancia de alimentar con valores y buenos sentimientos nuestro corazón, de lo bueno que tengamos podremos ser testigos del amor de Dios y transmitirlo al prójimo. Sigamos la luz de Dios, vivamos en nuestra familia y comunidad el deseo de caminar siguiendo la luz que Él nos da, siendo testigos del Evangelio, dejándonos seducir por Dios para que cada palabra, cada gesto, cada cosa que hagamos nos ayude a solidarizarnos con aquellos que necesitan amor, paz y tranquilidad.

María, madre y maestra de oración

Nuestra Madre del Cielo nos enseña a ser perseverantes en la oración y en la fidelidad. Ella misma, siendo sagrario de Dios, nos da ejemplo de dignidad, respeto y vida espiritual ante la presencia de Él en nuestra vida. Sigamos su testimonio y hagamos de nuestra vida, templos vivos decididos a proclamar la Palabra de Dios como testigos fieles de la Misión que tenemos como cristianos. Así sea.

P. José Lucio Léon Duque

joselucio70@gmail.com

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