“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”
Iº lectura: Gen 15,5-12.17-18; Salmo: 26; IIº lectura: Fil 3,17-4,1; Evangelio: Lc 9, 28-36
El segundo domingo de cuaresma se llena de luz y se refleja en el corazón del hombre cuando resplandece la esperanza en aquellos que se sienten abatidos por el pecado y la falta de amor hacia el prójimo. Es necesario bendecir, donar los sentimientos buenos que el Señor gratuitamente nos da, seguir el ejemplo de Dios que en la persona del padre de la fe, Abrahán, demuestra el amor tan grande que nos tiene. Su palabra es sincera, leal, justa y recta, eso es un llamado al cual todos debemos dirigir nuestra mirada. La Misión Diocesana se refleja en las palabras de Pablo quien nos invita a tomar parte en el trabajo del evangelio, pues manteniéndonos en el Señor obtendremos la gracia de su salvación.
Con Jesús estamos bien…
Una de las páginas más hermosas del evangelio es esta: la Transfiguración de Jesús en presencia de Pedro, Santiago y Juan. Sin duda, muchas veces hemos sido testigos de la Palabra de Dios en cuanto somos parte de la Iglesia, pero aún así no ha sido suficiente para poder decir con Pedro: “qué bien se está aquí” (Lc 9,33). La expresión del apóstol es la de quien, viendo a Jesús y la plenitud de su compañía, no tiene necesidad de más nada. Los discípulos que ven a Jesús transfigurado se dan cuenta que esa luz que irradia el maestro está por encima de todos los problemas y vicisitudes de la vida, ellos no lo piensan dos veces, saben perfectamente que en Dios y con Él se está bien. Después de esa manifestación vuelve la vida cotidiana, lo que debemos experimentar y peregrinar para lograr estar en Dios y saber que, en medio de las dificultades, podemos estar con Él y cumplir su voluntad para ayudar a quien lo necesite, incluidos nosotros mismos. Estar bien con Jesús nos hace reflexionar de manera concreta sobre la capacidad que tenemos de apreciar y maravillarnos de su presencia. No es algo mágico, no confundamos las expresiones. Es algo completamente real y concreto, verdadero y preciso, un toque de fe en nuestra vida para hacerla crecer en medio del ambiente donde nos desenvolvamos. La vida en Cristo implica también reconocerlo como parte fundamental de ella en nuestros corazones; si la vivimos, podremos repetir sin cansarnos: estamos bien con Jesús, no nos falta nada, no nos importa tanta superficialidad ni ambigüedades pues Jesús nos da la fuerza necesaria para caminar en su nombre y llevar la esperanza a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
María, testigo de la luz y del amor de Dios
El hombre y la mujer de hoy necesitan poder decir que Jesús es la felicidad que da vida, esperanza y paz. Esa es parte fundamental de la evangelización: vivir en Dios y de allí llevar el evangelio a todas las personas que lo necesitan. María Santísima nuestra madre, nos enseña a caminar en Dios, confiar en Él y donarnos totalmente para descubrir a cada momento la transfiguración que realiza todos los días en nuestros corazones. Seamos testigos, portadores de paz y, como discípulos y misioneros, dispongámonos a servir al Señor llevando su mensaje de amor y esperanza, con obras concretas, en este tiempo de cuaresma.
P. José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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