“Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios”
I° lectura: Is 52,13-53,12, Salmo: 30; II° lectura: Hb 4,14-16; 5,7-9,
Evangelio: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan
En la cruz encontramos el rostro desfigurado de un hombre y el corazón de Dios lleno de amor para dárselo a todos. Hoy se nos presenta la figura del siervo de Yahvéh y con ello, la posibilidad de unirnos al sufrimiento que conlleva a la salvación. El dolor del siervo es el dolor del mundo, el dolor de quien sufre (I° lectura), que nos mueve el corazón y nos hace acercarnos más a Dios, a acogernos en su amor y a no sentirnos nunca defraudados (Salmo). Con esto tenemos que del dolor y del sufrimiento se nos abre un camino de salvación y ello se obtiene con la obediencia a ejemplo de Jesús, nuestro maestro (II° lectura).
Amar la cruz…
El episodio de la muerte de Jesús es el mismo de ayer y de hoy, de cada día, de cada momento. Es la situación de muerte que se presenta en la vida de tantos hombres y mujeres que están sufriendo y padeciendo la muerte en el mundo. El camino de la cruz es el camino del pobre, del indigente, del que está sin esperanza, es el itinerario de las familias destruidas, de los niños abandonados, del joven sin destino; es la vía de aquellos que, teniendo bienes materiales en abundancia, dejan de mirar a su alrededor y al prójimo que tiene necesidad. Es la soberbia de quien, no teniendo, no se deja ayudar y prefiere acciones alejadas de la voluntad de Dios. La cruz la llevamos todos, no se estaciona, no se deja de lado para tomarla de nuevo cuando convenga. La cruz de Jesús es nuestra cruz, es el gesto de amor que, aunque nos cueste, nos impulsa a ser mejores cristianos y, por ende, a comportarnos como verdaderos discípulos del maestro. La muerte de Jesús en la cruz nos lleva a descubrir que su amor por todos y cada uno de nosotros es inmenso, es infinitamente misericordioso; es descubrir que en su muerte se redimen nuestros pecados, se reflejan las “muertes” que se están latentes en la vida cotidiana, que dejan entrever las limitaciones y las debilidades del hombre y que Jesús ha tomado sobre sus hombros, sobre su vida. Su muerte nos da la fuerza para vivir en Dios y morir al pecado.
“Ahí tienes a tu madre…”
Tal como Juan, debemos recibir en nuestro corazón a María. Al pie de la cruz tenemos la enseñanza de la paciencia, del amor y la entrega. Al pie de la cruz se nos da la oportunidad de mirar al cielo y clamar misericordia para todos. María Santísima nos da ejemplo de cómo ver a Jesús, nos enseña a tener paciencia y esperar, aunque con dolor por la muerte de su hijo, la salvación que nos viene de Él. En este día de la muerte de Jesús, coloquemos en las manos de Dios las almas de todos aquellos que han dejado este mundo, pidiendo por el eterno descanso de nuestros difuntos. Así sea.
P. José Lucio León Duque
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