El pan vivo entre
su pueblo
“Destierren de ustedes la
aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de
maldad. Sean buenos y comprensivos y perdónense los unos a los otros, como Dios
los perdonó, por medio de Cristo”.
Iº lectura: 1Re 19, 4-8; Salmo: 33; IIº lectura: EF 4,30-5,2; Evangelio: Jn 6, 41 – 51
“Vengan a
la Eucaristía, vengan…”. Con estas
palabras el Santo Cura de Ars nos recuerda que, aún siendo frágiles y débiles,
necesitamos acercarnos a Jesús Eucaristía de manera frecuente y sincera. “Yo
soy el pan de vida…”, nos dice el Señor en el Evangelio y se nos recuerda
con fuerza la necesidad de recibirlo en la Comunión y de esta manera,
participar en la vida divina y así salir victoriosos del pecado y las
tentaciones, corroborando aún más nuestra condición de cristianos.
“Yo soy
el pan vivo bajado del cielo…”
Las
palabras de Jesús están llenas de amor y confianza. Su palabra es alimento que
da la vida, y su vida es alimento para el hombre. Jesús hace de su Palabra
alimento en cuanto habla de Dios, de su relación con el Padre y de cómo debemos
estar unidos íntimamente con Él para poder sentirnos y vivir como verdaderos hijos
de la luz, amantes de la Eucaristía. La vida cotidiana es reflejo de la
esperanza que tenemos en Dios. Los detalles que podamos practicar hacia los
demás, son la muestra de lo que podemos y debemos hacer y de lo que Dios nos
tiene preparado. Recibir al Señor en su Palabra y en la Sagrada Eucaristía, nos
hace fuertes y fieles creyentes. Él tiene lo que nos falta y lo que
necesitamos; cerca de Él encontraremos la paz, la fortaleza para hacer bien
nuestro trabajo y el gozo en el servicio al prójimo. El pan vivo bajado del
cielo, nos guía por el camino de la vida y seguirá siendo para nuestra alma, no
sólo un punto de referencia, sino la plenitud de la vida en Dios. La Beata Madre Teresa de Calcuta nos
dice: “Cristo se convirtió en el Pan de
Vida porque comprendió la necesidad, el hambre que teníamos de Dios. Y nosotros
debemos comer este Pan y la bondad de su amor para poder compartirlo. La
eucaristía es el signo más tangible del amor de Dios por el hombre, ya que
renueva permanentemente su sacrificio por amor a nosotros. Y es la Misa,
nuestra oración diaria, el lugar donde nos ofrecemos con y por Cristo para ser
distribuidos entre los más pobres de los pobres. La eucaristía es el misterio
de nuestra unión profunda con Cristo.” La
oración, el sacrificio y el servicio serán fundamentales para caminar juntos,
unidos al Señor, aceptando su invitación y agradeciéndole por su presencia real
y verdadera en la Sagrada Eucaristía.
María nos
enseña a amar a su Hijo
María Santísima,
nuestra madre de la Consolación, nos da ejemplo para amar, llevar y compartir
el pan vivo bajado del cielo. Ella es mujer y madre que ama, que da la fuerza
necesaria a todos aquellos que se encuentran en dificultades, en problemas, en
medio de zozobra y de falta de amor. Ella nos muestra el camino que en nombre
de Jesús debemos recorrer, sin exclusión y con plena confianza en Él. Así sea.
Que el
Santo Cristo de la Grita y Nuestra Madre de la Consolación, nos guíen en todo
momento. Que su intercesión haga de nosotros fieles discípulos del Maestro de
la verdad para poder proclamar a todos la Buena Nueva del amor de Dios, que
está presente en todos y cada uno de nuestros corazones. Así sea.
joselucio70@gmail.com
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