José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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viernes, 19 de octubre de 2012

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, 21 de octubre de 2012

Beber del cáliz…

“Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado”  
Porta Fidei.

Iº lectura: Is 53, 10-11; Salmo: 32; IIº lectura: Hb 4, 14-46; Evangelio: Mc 4, 14-46

El poder tiene muchas caras y se insinúa en el hombre y entre los hombres de maneras diversas: desde la amistad hasta la competencia. En este domingo la petición de los hijos del trueno debe hacernos reflexionar de manera tal que encontremos de una vez por todas la razón de nuestra vida en Cristo: ¿amor o poder?

¿Fraternidad o apariencia?
El Bautismo del cual el Maestro habla a sus discípulos es su misma humillación que lo llevará hasta la muerte con la visión puesta en la resurrección que nos hace surgir de las tinieblas, de la exclusión y de todo aquello que el aparente poder pueda ofrecer. Es como una enfermedad que tienta con todas las estrategias posibles el hecho de erradicar el miedo del poder. Muchos son inmunes a esto y los discípulos, olvidando las enseñanzas de Jesús, se preocupan por quién es el más grande. 

Hoy también encontramos esta pretensión: creer en un poder mundano que pueda realzarnos en medio de los demás. Jesús no vino a instaurar un reino mundano, vino a enseñarnos que el servicio es el mejor de los honores que podernos vivir. El hombre no puede ser enemigo del hombre y es por ello que entre los cristianos el hombre es amigo y hermano del hombre: “entre ustedes no es así”. Con este ejemplo Jesús entra en el corazón y en la historia del hombre, para fortalecer así nuestra fe y proclamarla a todos con el testimonio de vida.

María Santísima, madre de fe

Ninguna creatura en el mundo ha sido tan grande como la Virgen María, elegida por Dios para ser Madre de su hijo. En la Sagrada Escritura aparece su humildad: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humillación de su esclava…” Que ella nos ayude a ser humildes, gratos a los ojos de Dios, amados por Él, aunque a los ojos de los demás no sea así. Así sea.

“Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo - equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.” Porta Fidei.

P. José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com

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