José Lucio León Duque

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martes, 2 de septiembre de 2014

Padre Nuestro. Mons. Mario del Valle Moronta Rodríguez, obispo de San Cristóbal.


PADRE NUESTRO
Por Mons. Mario del Valle Moronta Rodríguez
Obispo de San Cristóbal


Una de las acciones más tradicionales del cristianismo, herencia del pueblo de Israel del Antiguo Testamento, es la oración. Hay diversas formas de hacerla. Y todas ellas, aunque se pueda valer de la intercesión de los santos, se dirigen sólo a Dios. La Escritura nos da hermosos ejemplos de ello.



Con la venida del Hijo de Dios que se hizo hombre, la oración adquirió un mayor sentido. La forma de comunicarse con su Padre era sobre todo con la oración, que además reafirmaba la comunión existente entre Aquél y Jesús mismo. Los discípulos de Jesús, instruidos por el espíritu Santo, le pidieron que pudiera enseñarles a orar. Jesús fue directo y claro y les instruyó cómo hacerlo y les enseñó una hermosa oración, que conocemos como PADRE NUESTRO.

Luego de la Resurrección, sin descartar otras formas de oración, la Iglesia asumió el PADRE NUESTRO COMO LA ORACIÓN POR EXCELENCIA. Incluso la introdujo en la celebración de la Eucaristía, como parte de la preparación inmediata a la comunión. También se encuentra en la celebración del Bautismo como reconocimiento de Dios Padre de los nuevos cristianos.

Querer pretender cambiar esta oración o parafrasearla para aplicarla a situaciones particulares o a personajes de la historia pasada o reciente no sólo es inaceptable, sino que va en contra del sentido profundo de la misma. En el fondo, esta oración viene a ser un acto de fe y de comunión con el Padre, del cual somos hijos gracias a la entrega amorosa y redentora de Jesús. Cuando Jesús la enseñó a sus discípulos estaba ciertamente profetizando que sus seguidores podían recibir la gracia de llegar a ser hijos de Dios Padre.

Tampoco es aceptable que se le cambie su letra o se haga acomodaciones para colocarle música profana y que así se entone en celebraciones litúrgicas.
El PADRE NUESTRO: la oración por excelencia, la que enseñó Jesús, gran y verdadero Maestro de los creyentes… Ojalá todos los creyentes puedan no sólo recitarla de manera continua, sino hacer una auténtica catequesis a partir de ella. Una Catequesis que implica la confianza en Dios, cuya voluntad hay que cumplir, y que requiere la actitud de perseverancia, en el amor, en la comunión con Dios y en el perdón a los demás.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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