“Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote
grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios.” (Hb 4,14)
I° lectura: Is
52,13-53,12, Salmo: 30; II° lectura: Hb 4,14-16; 5,7-9,
Evangelio: Pasión de
nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18, 1-19, 42
En la cruz encontramos el
rostro desfigurado de un hombre y el corazón de Dios lleno de amor para dárselo
a todos. Hoy se nos presenta la figura
del siervo de Yahvéh y con ello, la posibilidad de unirnos al sufrimiento que
conlleva a la salvación. El dolor del siervo es el dolor del mundo, el dolor de
quien sufre, que nos mueve el corazón y nos hace acercarnos más a Dios, a
acogernos en su amor y a no sentirnos nunca defraudados. Con esto tenemos que
del dolor y del sufrimiento se nos abre un camino de salvación y ello se
obtiene con la obediencia a ejemplo de Jesús, nuestro Maestro.
AMAR LA CRUZ
El episodio de la muerte de
Jesús es el mismo de ayer y de hoy, de cada día, de cada momento. Es la situación de muerte que se presenta en la vida de tantos hombres y
mujeres que están sufriendo y padeciendo la muerte en el mundo. El camino de la
cruz es el camino del pobre, del indigente, del que está sin esperanza, es el
itinerario de las familias destruidas, de los niños abandonados, del joven sin
destino; es la vía de aquellos que, teniendo bienes materiales en abundancia,
dejan de mirar a su alrededor y al prójimo que tiene necesidad.
Es la soberbia de quien, no teniendo, no se deja ayudar y prefiere
acciones alejadas de la voluntad de Dios. La cruz la llevamos todos, no se
estaciona, no se deja de lado para tomarla de nuevo cuando convenga. La cruz de
Jesús es nuestra cruz, es el gesto de amor que, aunque nos cueste, nos impulsa
a ser mejores cristianos y, por ende, a comportarnos como verdaderos discípulos
del Maestro.
La muerte de Jesús en la cruz nos lleva a descubrir que su amor por
todos y cada uno de nosotros es inmenso, es infinitamente misericordioso; es
descubrir que en su muerte se redimen nuestros pecados, se reflejan las “muertes”
que se están latentes en la vida cotidiana, que dejan entrever las limitaciones
y las debilidades del hombre y que Jesús ha tomado sobre sus hombros, sobre su
vida. Su muerte nos da la fuerza para vivir en Dios y morir al pecado.
“AHÍ TIENES A TU MADRE…” (Jn 19,27)
Tal como Juan, debemos recibir
en nuestro corazón a María. Al pie de la
cruz tenemos la enseñanza de la paciencia, del amor y la entrega. Al pie de la
cruz se nos da la oportunidad de mirar al cielo y clamar misericordia para
todos. María Santísima nos da ejemplo de cómo ver a Jesús, nos enseña a tener
paciencia y esperar, aunque con dolor por la muerte de su Hijo, la salvación
que nos viene de Él. En este día de la muerte de Jesús, coloquemos en las manos
de Dios las almas de todos aquellos que han dejado este mundo, pidiendo por el
eterno descanso de nuestros difuntos. Así
sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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