José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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viernes, 28 de agosto de 2015

XXII° Domingo del Tiempo Ordinario, 30 de agosto de 2015


DIOS ESTÁ EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres.” (Mc 7, 6-8)

Iº lectura: Dt 4, 1-2.6-8; Salmo: 14; IIº lectura: St 1, 17-18.21b.22-27; Evangelio: Mc 7,1-8,14-15.21-23

Es imprescindible reconocer y sentir la presencia de Dios en medio de su pueblo y sobre todo cuando sabemos el deber que, como cristianos, podemos llevar a cabo sin doblez y con sinceridad. La pureza del alma, que el Señor pide a sus fieles, está lejos de las simples formalidades y apariencias. Es por ello que debemos, sin miedo, acercarnos a Dios, no solo con los labios sino con el corazón, con el fin de dar testimonio de vida cristiana y de ser testigos fieles del mensaje del Evangelio. Muy pocas veces damos el valor necesario a los pequeños detalles que se puedan tener hacia las cosas de Dios. Meditemos sobre ello.

“LO QUE SALE DE DENTRO ES LO QUE HACE IMPURO AL HOMBRE.”

La pureza interior es condición de todo amor, y ella se obtiene a través de una lucha perseverante en la alegría de los hijos de Dios. Esta lucha es constante para poder estar junto a Dios, alejando todo pensamiento o sentimiento que no ayude a cultivar la gracia que purifique nuestra vida.

El cristiano de hoy debe tener presente: en primer lugar que la pureza es algo verdadero, real, cierto y se debe pedir con sinceridad al Señor y practicarla con convicción de corazón. En segundo lugar que la presencia de Jesús en nosotros es presencia reveladora de esperanza y fe, que nos lleva a dar testimonio con la palabra y ejemplo de la pureza que viene de Él y en tercer lugar, ser conscientes de la importancia de alimentar con valores y buenos sentimientos nuestro corazón, de lo bueno que tengamos podremos ser testigos del amor de Dios y transmitirlo al prójimo. 


Sigamos la luz de Dios, vivamos en nuestra familia y comunidad el deseo de caminar siguiendo la luz que Él nos da, siendo testigos del Evangelio, dejándonos seducir por Dios para que cada palabra, cada gesto, cada cosa que hagamos nos ayude a solidarizarnos con aquellos que necesitan amor, paz y tranquilidad.


Un modo concreto de cumplir con nuestro compromiso de cristianos es abrir nuestro corazón a la acción misericordiosa de Dios, de manera que siendo fieles a su mensaje, podamos contribuir al anuncio de la Palabra de Dios. El prójimo, aquel que comparte con nosotros, quien forma parte de nuestra vida y también aquellos que no, es el objetivo principal del deseo de Cristo en la renovación de nuestra fe.

Propongámonos firmemente ser fieles al anuncio del Evangelio cuidando los detalles de misericordia y amor que Dios tiene para con nosotros de manera que podamos también compartirlos con los demás. Cada uno de nosotros está llamado a ser testigos del Evangelio de la Verdad, siguiendo los pasos de Cristo, meditando sus palabras e imitando sus gestos. Si disponemos nuestro corazón a ser testigos de la luz, podremos dar esa luz y esa esperanza a aquellos que necesitan de ello.
Nuestra misión, en estos momentos de dificultad es promover la paz, acercarnos al prójimo, acompañarlo, unirnos en oración y, junto a ello, ser sensibles ante el sufrimiento del pueblo de Dios. Ojalá no nos olvidemos de esto.

MARÍA, MADRE Y MAESTRA DE ORACIÓN

Nuestra Madre del Cielo nos enseña a ser perseverantes en la oración y en la fidelidad. Ella misma, siendo sagrario de Dios, nos da ejemplo de dignidad, respeto y vida espiritual ante la presencia de Él en nuestra vida. Sigamos su testimonio y hagamos de nuestra vida, templos vivos decididos a proclamar la Palabra de Dios como testigos fieles de la Misión que tenemos como cristianos: orar por la paz y acompañar a nuestro prójimo. Así sea.

José Lucio León Duque

joselucio70@gmail.com


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