José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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sábado, 12 de marzo de 2016

V° Domingo de Cuaresma, 13 de marzo de 2016

“…YO TAMPOCO TE CONDENO”
“Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.”

I° lectura: Is 43, 16-21; Salmo: 125; II° lectura: Fil 3, 8-14; Evangelio: Jn 8, 1- 11

Estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia y de conversión. Como todo momento de nuestra vida es el tiempo de bendición y gracia que nos llama a volver nuestra mirada a Jesucristo quien nos invita a vivir la plenitud y la pureza de nuestro camino de vida espiritual.  Es un tiempo que nos hace gustar y vivir la misericordia de Dios, la cual totalmente diversa a la justicia que empleamos nosotros, siempre listos a enderezar a quien se equivoca, menos a nosotros mismos olvidando el verdadero interés que debemos tener: nuestra salvación.

¿QUÉ ESCRIBE JESÚS?

Jesús se encuentra ante una mujer sorprendida en adulterio. La colocan delante de Él para tenderle una trampa: si se muestra misericordioso, estaría en contra de la Ley de Moisés; si aprueba la condena, contradice el anuncio de Dios que acoge y perdona.  Él desenmascara el contenido de la trampa, colocando a cada uno ante su propia conciencia: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8,7). Jesús no se hace cómplice de la hipocresía de algunos, ni tampoco del pecado de la mujer, sino que se inclina a escribir en el suelo. Este es un gesto maravilloso y de gran profundidad. ¿Qué escribe Jesús? Podríamos decir muchas cosas al respecto y reflexionar sobre este hecho, pero el Maestro no dice nada. Jesús para escribir se inclinó y tocó la tierra, se colocó al nivel de aquella mujer.

En este gesto, sencillo y grande a la vez, vemos a Dios encarnado en su Hijo que vino a tocar nuestra tierra. Somos nada ante Dios pero somos todo para Él, pues inclinándose y tocando la tierra nos hace levantar para encontrarnos con su vida, con su presencia, con su misericordia. Podemos tener la tentación de mirar a los demás “de arriba abajo” -como se suele decir- señalándoles cual jueces insensibles, pero se nos enseña algo novedoso: el perdón, gran novedad en el amor de Dios, que pasa a través de Jesús y que es un don que solo Él da en plenitud.

Él muestra la misericordia del Padre e invita a la mujer a no pecar más. Solo el Dios del amor podía juntar tanta riqueza y tantos valores a la vez: los “justicieros” reconocen su pecado y se van; la misericordia triunfa; la conversión se perfila como un estilo de vida para nosotros. 

¿Somos capaces de dejar caer las piedras de nuestras manos? O por el contrario, ¿dejamos que triunfe nuestra arrogancia y el deseo de hacer justicia a nuestro modo?  Si deseamos ser testigos y misioneros, es necesario reconocer nuestro pecado, vivir en un estado de constante conversión, compartir los bienes, hasta aquellos materiales, que Dios, nuestro padre bueno ha colocado a nuestra disposición. Solo así el anuncio del amor misericordioso del Señor será creíble y convincente, porque se vive en su nombre.

MARÍA, REINA DE LA PAZ Y LA MISERICORDIA

Nuestra Madre Santísima, la Virgen María, guía el corazón y la vida del hombre a seguir la voz de Dios, escuchar y vivir las enseñanzas de su hijo y alejar de nuestra vida la presencia del maligno que nos puede convertir en jueces sin sensibilidad. 

Cada día ofrezcamos detalles de amor a María Santísima por nuestra conversión, por los enfermos, por quien lo necesita, por el Santo Padre Francisco, por nuestro obispo Mario del Valle, por nuestra Iglesia diocesana, de la que todos somos parte fundamental con la oración, el servicio y el trabajo. Así sea.

“La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.”
Papa Francisco, misericodiae vultus, 12

José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com


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