En
la cruz encontramos el rostro desfigurado de un hombre y el corazón de Dios
lleno de amor para dárselo a todos. Hoy se nos presenta la figura
del siervo de Yahvéh y con ello, la posibilidad de unirnos al sufrimiento que
conlleva a la salvación. El dolor del siervo es el dolor del mundo, el dolor de
quien sufre, que nos mueve el corazón y nos hace acercarnos más a Dios, a
acogernos en su amor y a no sentirnos nunca defraudados. Con esto tenemos que
del dolor y del sufrimiento se nos abre un camino de salvación y ello se
obtiene con la obediencia a ejemplo de Jesús, nuestro Maestro.
AMAR LA CRUZ.
El
episodio de la muerte de Jesús es el mismo de ayer y de hoy, de cada día, de
cada momento. Es
la situación de muerte que se presenta en la vida de tantos hombres y mujeres
que están sufriendo y padeciendo la muerte en el mundo. El camino de la cruz es
el camino del pobre, del indigente, del que está sin esperanza, es el
itinerario de las familias destruidas, de los niños abandonados, del joven sin
destino; es la vía de aquellos que, teniendo bienes materiales en abundancia,
dejan de mirar a su alrededor y al prójimo que tiene necesidad. Es la soberbia
de quien, no teniendo, no se deja ayudar y prefiere acciones alejadas de la
voluntad de Dios.
La cruz la llevamos todos, no
se estaciona, no se deja de lado para tomarla de nuevo cuando convenga. La cruz
de Jesús es nuestra cruz, es el gesto de amor que, aunque nos cueste, nos
impulsa a ser mejores cristianos y, por ende, a comportarnos como verdaderos
discípulos del Maestro. La muerte de Jesús en la cruz nos lleva a descubrir que
su amor por todos y cada uno de nosotros es inmenso, es infinitamente
misericordioso; es descubrir que en su muerte se redimen nuestros pecados, se
reflejan las “muertes” que se están latentes en la vida cotidiana, que
dejan entrever las limitaciones y las debilidades del hombre y que Jesús ha
tomado sobre sus hombros, sobre su vida. Su muerte nos da la fuerza para vivir
en Dios y morir al pecado.
“AHÍ
TIENES A TU MADRE…” (Jn 19,27)
Tal
como Juan, debemos recibir en nuestro corazón a María. Al pie de la cruz tenemos la
enseñanza de la paciencia, del amor y la entrega. Al pie de la cruz se nos da
la oportunidad de mirar al cielo y clamar misericordia para todos. María Santísima
nos da ejemplo de cómo ver a Jesús, nos enseña a tener paciencia y esperar,
aunque con dolor por la muerte de su Hijo, la salvación que nos viene de Él. En
este día de la muerte de Jesús, coloquemos en las manos de Dios las almas de
todos aquellos que han dejado este mundo, pidiendo por el eterno descanso de
nuestros difuntos. Así sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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