“Quiero, pues, que los hombres,
libres de odios y divisiones, hagan oración dondequiera que se encuentren,
levantando al cielo sus manos puras…”
Iº lectura: Am 8, 4-7 / Salmo: 112 / IIº lectura: 1Tim 2,1-8 / Evangelio: Lc 16, 1-13
Este domingo, nos encontramos con la luz, signo y símbolo del Señor. Así
como la luz y el día se oponen a la noche y a las tinieblas; de la misma manera
los hijos de la luz (los cristianos) se oponen a
los hijos de las tinieblas o hijos de este
mundo. La verdadera riqueza está en la fe, la cual sólo la poseen
los hijos de la luz, quienes la fortalecen en la oración.
Pero…atención: ¡Hay sombras que se presentan en la vida de todos y cada uno de
nosotros!
LOS HIJOS DE LA OSCURIDAD ESTÁN AL ACECHO
Quien no está de parte de Dios, busca la forma de alejar cada vez más a
los hijos de la luz. La presencia de quien se niega a ser
luz, termina aceptándose como algo “común” y/o “normal” en la vida cotidiana.
Ello puede dar a entender que “es bueno no ser bueno”; en este sentido, da lo
mismo dañar a alguien, puesto que es algo “normal” en el mundo de hoy.
Los hijos de este mundo son sagaces y astutos
-en sentido malicioso-, no desean la paz ni el equilibrio, no obran la caridad;
prefieren sentirse dueños del mundo y de las conciencias olvidando que quien
gobierna es Dios. Los hijos de las tinieblas se
presentan con apariencia de sencillos y humildes, disfrazan sus vidas mezquinas
con falsos amores y en muchos casos colocan el dios dinero por
delante para atrapar víctimas. Dan pena, lástima y tristeza al corazón de
Jesús, quien pide al Padre misericordia y piedad para con ellos.
La verdadera luz del hombre es
la oración. Quien es
cristiano ora por todas las personas y necesidades. El cristiano sabe que esta
riqueza tan grande (la oración), le acerca a su salvador y que además es una
forma extraordinaria de conseguir el perdón de sus pecados. Quien ora alza al
cielo sus manos puras y ofrenda a Dios sus mejores sentimientos, su mejor
tesoro.
La Iglesia es una comunidad de creyentes en la cual todos tienen su
espacio, y aunque es de todos, ella tiene una particular preferencia por los
pobres y excluidos. Hagamos hoy una oración por sus hijos para que nuestro
compromiso sea convertirnos en luz para los demás, luz para el mundo pero
también y de manera especial, en luz de nuestros propios hogares.
EN UNIÓN CON MARÍA
En este itinerario de fe, María Santísima nuestra madre, nos acompaña e
indica el camino a seguir. Ella, madre del amor y maestra de oración, nos
enseña a orar, escuchar a Jesús y guardar en nuestro corazón sus palabras y
enseñanzas para que seamos testigos del amor de Dios. Así sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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