“La misericordia
y la paz que nos vienen del resucitado estén con todos ustedes”
La alegría surgida de la Resurrección del Señor, que hemos celebrado el
pasado domingo, se ha visto opacada por la violencia de estos días, con el
saldo lamentable de heridos y de muertes. Entre éstas, la de una joven
tachirense que fue asesinada. Deploramos y reprobamos este triste
acontecimiento que enluta no sólo a una familia sino a toda la comunidad
tachirense.
Como lo hemos afirmado todos los Obispos de Venezuela, el derecho a la
protesta no puede ser ni criminalizado ni reprimido con violencia. Toda
manifestación debe ser pacífica y cualquier tipo de acción violenta que rompa
la sana convivencia manifestada en las variadas expresiones de protesta, venga
de donde venga, es repudiable. Por eso, en la línea de los criterios nacidos
del Evangelio, hemos de fortalecer la “paz”, nacida del amor de Dios.
Las protestas de la sociedad civil tienen una razón de ser: el cansancio
ante tanta inseguridad, ante la limitación para conseguir insumos necesarios
para poder vivir, la dificultad en la adquisición de medicamentos y la pérdida
de la calidad de vida de todos los ciudadanos. A esto se une el incumplimiento
de promesas y de compromisos nacidos del ordenamiento constitucional de
Venezuela como son: la no realización de las elecciones, el desconocimiento de la
Asamblea Nacional y la descalificación del diálogo y de otras propuestas
necesarias para el fortalecimiento de la democracia en nuestro país.
En este domingo 23 de abril la Iglesia celebra a Jesús en su ícono de la
misericordia. Ésta no es un simple sentimiento de lástima ni de resignación. Al
contrario, muestra ella la acción profunda de un Dios que entregó su vida por
la salvación de todos y para darnos la auténtica libertad, la de los hijos de
Dios. Es oportuno y necesario que en este y en los próximos días no sólo nos
avoquemos a la oración sino a afinar el compromiso cristiano de “ser
misericordiosos como lo es el Padre Dios”. El libro de los Hechos de los
Apóstoles nos invita a imitar a los primeros discípulos de Jesús: quienes “vivían
unidos, todo lo tenían en común… y nadie pasaba necesidad” (Hch 2,
44-45).
En medio de las dificultades que sufrimos cotidianamente, los cristianos
y hombres de buena voluntad debemos exigir el cese de la violencia y el
cumplimiento de nuestros derechos, obligación particular del Estado. Esta
obligación conlleva atender a los justos reclamos del pueblo, a cumplir con sus
deberes constitucionales, como la celebración de elecciones y el respeto
a todos los poderes públicos. El Estado, en sus diversas instancias, tiene la
tarea obligatoria de proteger la vida y la salud de todos los ciudadanos. No es
con violencia, ni con descalificaciones y, mucho menos con amenazas, como se
arreglarán los conflictos ni se dará salida a la crisis. Aunque muchos puedan
dudar de ello, es urgente el diálogo entre todos los ciudadanos. Los dirigentes
políticos deben dar ejemplo de ello. Pero para poder dialogar se debe tener muy
en cuenta lo siguiente: el encuentro de todos, sin distinción ni excepción, el
respeto a la dignidad de las personas, el cumplimiento de los acuerdos a que se
vayan llegando y la firme decisión de pensar en el bien común de los ciudadanos
todos.
Siguiendo lo que nos dice el texto bíblico invitamos a “poner en común”
todo lo que nos permita salir de la crisis pensando en el pueblo, quien es el
verdadero sujeto social de la nación. En este sentido:
1. Pedimos al Gobierno Nacional que
atienda los clamores de la gente: negar que hay hambre y que muchos tienen
necesidad de medicinas y atención a su salud es estar cegados ante una realidad
que golpea a muchos. Además de atender los clamores de la gente, es
necesario que el mismo Gobierno respete las instancias establecidas en la
Constitución y se abran las puertas para un encuentro y diálogo auténtico, no
condicionado; a elecciones y a respetar los derechos humanos de todos: de
quienes están detenidos por motivos políticos, de quienes manifiestan y de
quienes se encuentran desamparados e indefensos. Esperamos se pueda autorizar a
la Iglesia para abrir canales humanitarios y así poder conseguir los
medicamentos que más necesita la gente de nuestro país.
2. Pedimos a los Dirigentes Políticos de
todas las toldas partidistas que, sin dejar de buscar el
fortalecimiento de la democracia y luchar por el bien común, no se dejen llevar
sólo por sus intereses particulares. Todos se deben al servicio del pueblo; más
aún todos deben sentirse miembros de un pueblo que es el sujeto social de la
nación. Igualmente, pedimos a quienes prefieren la violencia como forma de
protesta que no lo sigan haciendo: ni las “guarimbas” ni barricadas, ni otros
tipos de acciones reñidas con la paz ayudarán a conseguir la solución a la
crisis; al contrario, seguirán afectando la sana convivencia de muchos
conciudadanos.
3. Pedimos a todas las Autoridades
militares y policiales así como a quienes pertenecen a los cuerpos de seguridad que
cumplan sus funciones de protección de la ciudadanía siguiendo los parámetros
del ordenamiento jurídico del país. Recuerden que en su actuación deben
manifestarse como servidores del pueblo al cual también pertenecen. No es con
la violencia de una represión desmedida como se conseguirá la paz social y la
solución a la crisis actual. Asimismo pedimos el control y desarme de los
colectivos o grupos irregulares que generan violencia y zozobra en la
colectividad.
4. Pedimos a todos los sacerdotes,
religiosos, religiosas y laicos hacer sentir “el gusto espiritual de
ser pueblo” según nos lo pide el Papa Francisco. Nuestro compromiso y nuestro
mensaje debe darse también desde nuestra pertenencia a ese pueblo que hoy
sufre, sin incentivar la violencia sino la búsqueda en paz de soluciones que
beneficien a todos. Así como lo propusimos en los diversos mensajes en la
pasada Semana Santa, nos corresponde hacer realidad la propuesta del Profeta: “Consuelen,
consuelen a mi pueblo” (Is 40,1). Compartimos las alegrías y esperanzas,
así como los dolores y las angustias de todos, pero “siendo constructores de
la paz” que viene del Señor Jesús.
Todo nuestro esfuerzo lo ponemos en común para que nadie pase necesidad.
Y una de las urgentes necesidades de nuestra patria hoy es hacer realidad el Reino
de Dios, de justicia, paz y amor, en Venezuela. Lo haremos al defender la
democracia, los derechos humanos de todos los ciudadanos y al buscar
pacíficamente todo aquello que nos permita crecer en la sana convivencia y
salir de la crisis que vivimos.
Para apoyar esos esfuerzos necesarios, convocamos a
todas las parroquias, instancias eclesiales, comunidades eclesiales de base,
casas de retiros, comunidades religiosas para que el próximo jueves 27
de abril se tenga una intensa jornada de oración por Venezuela, por la
paz y la concordia y para que Dios ilumine a quienes deben tomar decisiones y
lo hagan con la sabiduría que viene de lo alto. Recomendamos que desde
tempranas horas de la mañana se exponga el Santísimo Sacramento y se invite a
la feligresía a acudir a sus templos y capillas para pedir por nuestra patria.
Nos encomendamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Consolación,
para que en esta hora nos siga protegiendo. De igual modo nos colocamos en las
manos del Santo Cristo de la Grita, el Resucitado y Dios de la misericordia,
para que nos guíe y nos dé la sabiduría de su Espíritu para brindar nuestro
decidido aporte a la recuperación integral de Venezuela.
Con mi cariñosa bendición,
+Mario, Obispo de San Cristóbal
23 de abril, Domingo II de Pascua, Domingo de la Misericordia.
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