La Santísima Trinidad
Fuente de paz y de amor…
“Hermanos: Alégrense, enmiéndense, anímense;
tengan un mismo sentir y vivan en paz.”
I°lectura: Ex 34,3b-6.8-9; Salmo: Dn 3,52-56; II°lectura: 2Co13,11-13; Evangelio: Jn 3,16-18
Una gran fiesta se nos presenta en este domingo. La Pascua no termina, Emaús continua haciéndose vida cada día; la presencia de Jesús en el cenáculo del corazón del hombre es símbolo constante en la espiritualidad de todos los cristianos. Cada celebración inicia invocando la Trinidad: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es así que, nombrando con el corazón y los labios a Dios, somos testigos de su vida en nosotros. En este domingo se nos invita a alabar a Dios y admirarlo en sus obras y acciones; pidiendo constantemente su amor y su misericordia para que, creyendo en Él, seamos partícipes de la salvación.
La comunión con la Trinidad es amor y paz
La liturgia de la palabra, nos propone tener paz y vivir en ella. Ella es parte fundamental del comportamiento del cristiano, que desea cumplir la voluntad de Dios. A través de los siglos, se ha dado importancia suma a la presencia de la Trinidad en la vida del hombre y ello conlleva a meditar sobre las tres personas divinas. El padre, creador y rico en misericordia, nos muestra la grandeza de cada ser creado, de cada cosa que existe, de todo aquello que nos hace alabar su nombre y glorificarlo por siempre. El Hijo, salvador y hermano nuestro, por quien todo existe y en quien debemos confiar, escuchar su palabra y seguirlo como fieles discípulos. El Espíritu Santo, el santificador, que nos consuela, nos anima y dirige nuestros corazones a estar convencidos de su presencia en medio de todos. Dios, uno y trino, se hace vida en cada hombre y en cada mujer; se hace vida en lo cotidiano, se hace justicia cuando se presenta lo contrario; se hace amor cuando existe rencor; se hace realidad y verdad cuando la mentira y la desesperanza inundan el ambiente. En cierta ocasión, con motivo de la fiesta de la Santísima Trinidad, meditaba esta frase: “Oh misterio incomprensible, del cual todos se maravillan y en el cual se asombran sin cesar todas las gentes”. No se trata aquí de pensar en el misterio como algo que no se entiende, es maravillarse de aquello que, aún mostrándose como incomprensible, es real, verdadero y se presenta como el modelo que debemos seguir.
La Virgen María en la Trinidad
Cada día tiene momentos concretos en los cuales la mirada al cielo debe ir acompañada de una jaculatoria u oración a la Santísima Trinidad. Ella está en nuestras vidas y junto a ella, contamos con la presencia maternal de María Santísima. Nuestra madre del cielo nos guía hacia la convicción de la presencia constante de Dios quien nos hace discípulos de su Hijo y, con la protección del Espíritu Santo, nos da la fuerza para unirnos a la Nueva Evangelización a la que todos estamos llamados como mensajeros de la paz.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
Fuente de paz y de amor…
“Hermanos: Alégrense, enmiéndense, anímense;
tengan un mismo sentir y vivan en paz.”
I°lectura: Ex 34,3b-6.8-9; Salmo: Dn 3,52-56; II°lectura: 2Co13,11-13; Evangelio: Jn 3,16-18
Una gran fiesta se nos presenta en este domingo. La Pascua no termina, Emaús continua haciéndose vida cada día; la presencia de Jesús en el cenáculo del corazón del hombre es símbolo constante en la espiritualidad de todos los cristianos. Cada celebración inicia invocando la Trinidad: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es así que, nombrando con el corazón y los labios a Dios, somos testigos de su vida en nosotros. En este domingo se nos invita a alabar a Dios y admirarlo en sus obras y acciones; pidiendo constantemente su amor y su misericordia para que, creyendo en Él, seamos partícipes de la salvación.
La comunión con la Trinidad es amor y paz
La liturgia de la palabra, nos propone tener paz y vivir en ella. Ella es parte fundamental del comportamiento del cristiano, que desea cumplir la voluntad de Dios. A través de los siglos, se ha dado importancia suma a la presencia de la Trinidad en la vida del hombre y ello conlleva a meditar sobre las tres personas divinas. El padre, creador y rico en misericordia, nos muestra la grandeza de cada ser creado, de cada cosa que existe, de todo aquello que nos hace alabar su nombre y glorificarlo por siempre. El Hijo, salvador y hermano nuestro, por quien todo existe y en quien debemos confiar, escuchar su palabra y seguirlo como fieles discípulos. El Espíritu Santo, el santificador, que nos consuela, nos anima y dirige nuestros corazones a estar convencidos de su presencia en medio de todos. Dios, uno y trino, se hace vida en cada hombre y en cada mujer; se hace vida en lo cotidiano, se hace justicia cuando se presenta lo contrario; se hace amor cuando existe rencor; se hace realidad y verdad cuando la mentira y la desesperanza inundan el ambiente. En cierta ocasión, con motivo de la fiesta de la Santísima Trinidad, meditaba esta frase: “Oh misterio incomprensible, del cual todos se maravillan y en el cual se asombran sin cesar todas las gentes”. No se trata aquí de pensar en el misterio como algo que no se entiende, es maravillarse de aquello que, aún mostrándose como incomprensible, es real, verdadero y se presenta como el modelo que debemos seguir.
La Virgen María en la Trinidad
Cada día tiene momentos concretos en los cuales la mirada al cielo debe ir acompañada de una jaculatoria u oración a la Santísima Trinidad. Ella está en nuestras vidas y junto a ella, contamos con la presencia maternal de María Santísima. Nuestra madre del cielo nos guía hacia la convicción de la presencia constante de Dios quien nos hace discípulos de su Hijo y, con la protección del Espíritu Santo, nos da la fuerza para unirnos a la Nueva Evangelización a la que todos estamos llamados como mensajeros de la paz.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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