José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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viernes, 6 de agosto de 2010

XIX Domingo del Tiempo Ordinario

¿Dónde está nuestro corazón?

“Donde está su tesoro, allí estará también su corazón.”


Iº lectura: Sb 18, 6-9; Salmo: 32; IIº lectura: Hb 11, 1-2.8-9; Evangelio: Lc 12, 32-48


Jesús, en esta oportunidad, nos hace una aclaración muy importante y fundamental para nuestro itinerario espiritual: ¿dónde está nuestro corazón? ¿cuáles son nuestras riquezas? En la actualidad es evidente el modo superficial con el cual se desempeñan algunas actitudes del hombre. La mayoría de situaciones son la certeza de la carencia de convicción y de fe en Dios. La vida cotidiana es muestra de la necesidad que tenemos del creador; la fe es la que nos mueve, la fe es el aire que nos permite respirar el amor de Dios. “La fe es garantía de las cosas que se esperan”, leemos en la carta a los hebreos; esa fe que mueve montañas, esa fe que permite ver y sentir la insondable e infinita grandeza de la salvación de Dios para con nosotros; esa misma fe en diversas ocasiones es dejada de lado o simplemente se ignora, o se usa como una especie de “amuleto” y ésta no es la manera de vivir en Dios, no es el modo en el que debemos tratar y hacer vivir nuestro corazón.


“No tengan miedo…”

El miedo no es sólo un visitante o un huésped: se ha convertido en muchos momentos en “parte esencial” de la vida de la mayoría de personas. Se vive con miedo, se vive en el miedo, se vive por el miedo. Es tangible el modo en el que se busca la grandeza, los poderes, los honores. Dios desde nuestro corazón nos observa, nos interpela y a la vez, nos respeta. Es necesario considerar la eficacia del amor de Dios, el alcance de su misericordia y el significado de su perdón. El Señor no nos amenaza, no nos está advirtiendo de manera negativa, está actuando con amor cuando nos dice que no tengamos miedo, que estemos preparados. En esta perspectiva, hay dos aspectos fundamentales: la libertad y la obediencia. Somos libres para escoger y si vivimos el amor de Dios, es nuestro deber, obedecer. Caminar con Dios es sentir la fuerza para vivir sin temores humanos, sin miedo, sin inhibiciones.


Confiemos en Jesús y María

Pidamos a Dios nos ilumine para reconocerle en la vida cotidiana y sobre todo en los necesitados, en el prójimo. Que Él fortalezca nuestra esperanza en el futuro de la humanidad para que no desfallezcan la fe y el amor, a fin de que nuestra vida se apoye en valores permanentes y no sólo en los bienes materiales, bienes tal vez necesarios, pero que no son el centro total de la vida, como muchos creen. Nuestra Madre del Cielo, María de la Consolación, guíe nuestros corazones para entender y sentir como ella a Jesús, el del rostro sereno, el gran tesoro de nuestra existencia, para vivir plenamente como discípulos y misioneros. Así sea.


P. José Lucio León Duque

joselucio70@gmail.com

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