José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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jueves, 9 de septiembre de 2010

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

El misericordioso abrazo de Dios
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”

Iº lectura: Ex 32, 7-11. 13-14; Salmo: 50; IIº lectura: I Tim 1, 12-17; Evangelio: Lc 15, 1-32

La misericordia de Dios está presente, nunca se ausenta, no tiene límites de tiempo, siempre ha estado allí con sus hijos. Ella no se agota, existe para todos sin excepción ni exclusión porque Dios no se fija en el comportamiento indigno ni en la cantidad de caídas, ni toma en cuenta si le hemos abandonado o despreciado; Él ve y valora el dolor del alma arrepentida que pide, anhela el perdón y recibe el abrazo amoroso.

La misericordia siempre está presente…
El amor y la misericordia de Dios resuenan con claridad y certeza en la liturgia de este domingo. En la primera lectura, Moisés intercede ante Dios en favor del pueblo que había vuelto a pecar, apelando a Su amor y logrando el perdón. Esta idea evoluciona en San Pablo, donde encontramos el rostro de la misericordia en Jesús, a quien Pablo agradece, de forma elocuente y conmovedora, Su presencia transformadora. El recorrido por la liturgia de hoy, revela que el amor y la misericordia van juntas de la mano, que más allá de la suciedad de nuestro pecado se encuentra el infinito amor de Dios, amor que recibimos con humildad para darlo de la misma manera a nuestros hermanos. ¿Cuántas veces tomamos la posición de quien exige pruebas del amor de Dios o cuestiona cómodas situaciones en sus semejantes, renegando de la propia? ¿Cuántas veces nos resulta incómodo salir a buscar una oveja perdida o “barrer” nuestra vida para hallar lo que nos falta? Algunas veces nos parecemos al hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, quien prefería la ausencia de su hermano y no veía con buenos ojos el amor y la acogida del papá. Él, como tantos hombres de hoy, no pudo ver el amor y la misericordia verdadera. No es posible, en la familia, la alegría ni la fiesta, si falta “un hermano”, si se pierde “una oveja”, si se pierde “una moneda”. El plan de Dios consiste en restaurar la familia humana y ello exige una capacidad inmensa de olvido y de perdón, ¡Gran tarea por hacer! Quien ama, perdona siempre, excusa siempre, olvida siempre. Por todo eso, nosotros como el hermano mayor, necesitamos la lección magistral del padre, imagen de Dios, quien acoge a los “hermanos menores”, donándose a sí mismo con todo su Amor…

María nos enseña a caminar con Jesús
De la mano con María llegamos a Jesús, quien nos guía hacia el amor misericordioso del Padre. Aunque perdonar sea una tarea difícil, no nos desalentemos; sigamos luchando en la búsqueda de una renovación personal y comunitaria, pidiendo junto a María nuestra madre poder vivir en paz y armonía, como discípulos y misioneros en la construcción de un mundo mejor. Así sea.
P. José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com

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