José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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sábado, 18 de agosto de 2012

XX Domingo del Tiempo Ordinario, 19 de agosto de 2012


Eucaristía: signo de amor
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.”

Iº lectura: Prov 9, 1-6; Salmo: 33; IIº lectura: Ef 5, 15-20; Evangelio: Jn 6, 51-58

Nunca nos cansaremos de proclamar que si hay un don, es el que Jesús nos ha dado, superando nuestra vida misma, como alimento de Vida: su Cuerpo y su Sangre en el Sacramento de la Eucaristía. Es un don que muchos no lograron ni logran entender, acoger, recibir, aceptar y aquellos murmuraban…y ¿nosotros?

¿Cómo puede darnos su cuerpo como alimento?
Es una realidad que escapa a nuestra pobreza de acercarnos a lo divino. Podemos tal vez entender lo extraordinario de un milagro, que cura el cuerpo o si queremos también aquella particular gracia que, después de habernos mostrado la debilidad humana, a través del sacramento de la Penitencia, nos ayuda a acoger la grandeza del corazón de Dios, que nos dona sin medida su misericordia, creando en nosotros el deseo de la conversión, borrando nuestras culpas y dándonos también la sensación de un real y verdadero renacimiento. Para muchos no siempre es fácil comprender este sacramento: Jesús nos enseña a hacerlo. Celebrar y participar en la Santa Misa para un cristiano no debe ser una simple costumbre, sino que debe convertirse y ser el momento más hermoso e intenso para la vida del hombre: es de la Eucaristía que se recibe la fuerza para cumplir la propia misión, para realizar el proyecto de Dios en nuestra vida. La Eucaristía es Dios que vive íntimamente en mí y conmigo, y la vida se convierte en esperanza, en fidelidad, en entrega, en amor. Si el mundo de hoy, inmerso en el relativismo que lo envuelve, no conoce la verdad y la belleza de la vida, es porque no conoce y no acoge el Pan de la Vida, el Pan vivo bajado del Cielo: Jesús presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

“Hagan lo que Él les diga”
La presencia de María Santísima, nuestra madre, es permanente y sincera. Ella, conservando y guardando todo en su corazón, se convierte en discípula fiel que nos enseña el camino que debemos seguir para unirnos cada vez más como testigos fieles del Evangelio de la verdad y de la Eucaristía, indicándonos que el verdadero camino a seguir está en Jesús Eucaristía. Permanezcamos junto a Él y confiemos plenamente en su presencia en medio de nosotros. Así sea.

“Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría”. San Juan María Vianney.

P. José Lucio León Duque
joselucio70@hotmail.com



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