“…yo tampoco te
condeno”
“Sólo
busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que
está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde
arriba llama en Cristo Jesús.”
I° lectura: Is 43, 16-21; Salmo: 125; II° lectura: Fil 3, 8-14; Evangelio: Jn
8, 1- 11
Estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, tiempo de
gracia, tiempo de conversión, de descubrir siempre más nuestro Bautismo. Como
todo momento de nuestra vida es el tiempo de bendición y gracia que nos llama a
volver nuestra mirada a Jesucristo que nos invita a vivir la plenitud y la
pureza de nuestro camino de vida espiritual.
Es un tiempo de gracia que nos
hace saborear la misericordia de Dios, que es totalmente diferente a la justicia
de nosotros, siempre listos a enderezar a quien se equivoca, menos a nosotros
mismos olvidando el verdadero interés que debemos tener: nuestra salvación.
Jesús está ante nuestra miseria
Jesús se encuentra ante una mujer sorprendida en
adulterio. La colocan delante de Él para tenderle una trampa: si se muestra
misericordioso, estaría en contra de la Ley de Moisés; si aprueba la condena,
contradice el anuncio de Dios que acoge y perdona.
Él desenmascara el contenido
de la trampa, colocando a cada uno ante su propia conciencia: “El que esté sin
pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8,7). Jesús no se hace cómplice de la hipocresía
de algunos, ni tampoco del pecado de la mujer,
Él muestra la misericordia del
Padre y la invita a no pecar más. Solo el Dios del amor podía juntar tanta riqueza y
tantos valores: los “justicieros” reconocen su pecado y se van; la misericordia
triunfa; la conversión se perfila como un estilo de vida para nosotros.
¿Somos
capaces de dejar caer las piedras de nuestras manos? O por el contrario,
¿dejamos que triunfe nuestra arrogancia y el deseo de hacer justicia a nuestro
modo?
Si deseamos ser testigos y misioneros, es necesario reconocer nuestro
pecado, vivir en un estado de constante conversión, compartir los bienes, hasta
aquellos materiales, que Dios, nuestro padre bueno ha colocado a nuestra
disposición. Solo así el anuncio del amor misericordioso del Señor será creíble
y convincente, porque se vive en su nombre.
María, Reina de la paz y la misericordia
Nuestra Madre Santísima, la Virgen María guía el
corazón y la vida del hombre a seguir la voz de Dios, a escuchar y vivir las
enseñanzas de su hijo y a alejar de nuestra vida la presencia del maligno que
nos puede convertir en jueces sin sensibilidad.
Cada día ofrezcamos detalles de
amor a María Santísima por nuestra conversión, por los enfermos, por quien lo
necesita, por el Santo Padre Francisco, por nuestro obispo Mario del Valle, por
nuestra Iglesia diocesana, de la que todos somos parte fundamental con la
oración, el servicio y el trabajo. Así
sea.
“Les
pido un favor: antes que el obispo bendiga el pueblo, les pido que ustedes oren
al Señor por mí, para que me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la
Bendición por su obispo.” S. S. Francisco
P. José
Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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