“La Paz les dejo, mi Paz les doy: No se las doy
como la da el mundo…”
Las lecturas de hoy nos introducen a lo que
viviremos los próximos domingos, cuando celebremos la Ascensión y Pentecostés.
Jesús nos dice que regresa al Padre con la seguridad que no nos abandona: “El
que me ama guardará mi palabra y mi padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él.” Y más adelante nos asoma la Solemnidad de Pentecostés: “El
Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se los
enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho”. Un detalle
alentador: “La Paz les dejo, mi Paz les doy: No se las doy como la da el mundo”.
Estas pocas palabras son suficientes para dar a
entender a cada uno de nosotros el significado de la paz en nuestras vidas. Es
el deseo de Jesús que nos inquieta y nos hace estar siempre más cerca de Él.
Desean la paz quienes perciben su propia vida
amenazada por las insidias del mal.
Desean la paz los que sienten que el pecado les
cubre sin compasión.
Desean la paz los corazones puros, sinceros y
llenos de amor de Dios.
Desean la paz quienes se encuentran en su lecho de
enfermedad, los que sufren, los excluidos, los que ven la armonía como algo
lejano.
Por diversos motivos, la paz ha sido muchas veces
más un deseo que una realidad, por el mismo hecho que los hombres la buscan sin
la mirada puesta en Jesús. La paz es un saludo de buenos deseos, es aquello
que, desde la perspectiva de Dios, llena el corazón del hombre y hace de la
vida un itinerario de fe y esperanza. Es el cumplimiento de la promesa de Dios:
la plena realización de su alianza con nosotros.
La paz que ofrece Jesús, y que los discípulos
entenderían después de la resurrección: es SU paz, hecha vida en el sacrificio
anunciado en la Última Cena. Esas palabras de Jesús se convierten en la paz
verdadera, única vía para que se pueda realizar la armonía y la unión entre
Dios y los hombres. Se vive esa armonía si se busca cumplir la voluntad de
Dios, si estamos dispuestos a vivir correctamente la relación con los demás,
orientando positivamente los buenos deseos que se tienen y se viven desde lo
más profundo del corazón, convirtiéndose en experiencia de vida cristiana.
Solo en Dios se encuentra la paz y se encuentra
porque Él nos la da, por los méritos de su Hijo quien se entrega libremente a
sí mismo para nuestra salvación. La paz es un don, no es algo que se da
automáticamente, Dios no impone sus dones, los ofrece y queda en todos y cada
uno de nosotros, según nuestra inteligencia y libertad, acogerla, valorarla y
hacerla vida en lo cotidiano.
Unidos a María…
Con la fuerza del Espíritu y de la mano con María,
nuestra Madre, caminemos en unidad y armonía. Que todos y cada uno de nosotros
seamos evangelizadores y promotores del mensaje de amor y paz que debemos
llevar a todos, sin exclusión y con decisión. ¿Nos estamos
preparando de la mejor manera, para la venida del Espíritu Santo? Así sea.
P. José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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