LA PAZ, VERDADERA
ARMA DEL CRISTIANO
“La paz sólida y verdadera entre naciones no consiste en la igualdad de armamento, sino en la confianza mutua"
San Juan XXIII
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: la paz esté con ustedes”. Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor…” (Juan 20, 19-20) Los discípulos se llenaron de alegría,
se sintieron llenos del amor de Jesús que estaba allí, en medio de ellos
infundiéndoles esperanza y señalándoles el camino a seguir y el arma que
debemos usar como medio para conseguir algo, en este caso, algo bueno. La paz
es esa arma, es el instrumento de trabajo del cristiano, del verdadero
cristiano, de quien siente la necesidad de seguir a Jesús y en Él encuentra su
paz, su armonía, su tranquilidad.
Nuestra casa es el corazón y es allí
donde entra Jesús y nos dice: la paz sea y esté contigo. Lástima que la bondad y la alegría se
opaquen por la contaminación espiritual y moral que existe; lástima que quieran
cada día acabar con el deseo de caminar en la unidad y en la paz; lástima que
al ver el cielo, encontremos las nubes oscuras de un “smog”, más que por causa natural, es causa del daño que el hombre
de hoy hace de modo material y espiritual. El aire no tiene ni inspira la misma
armonía, y no es por algo político u otros perfiles, es porque no nos
regocijamos de ver al Señor Jesús resucitado que actúa en nuestras vidas; esa
es la verdadera razón.
En la actualidad las ideologías
personales sobrepasan el bien de la humanidad. De varias partes surgen ráfagas de odio, de división, de inestabilidad.
Se oyen insultos, calumnias, mentiras; se oyen las voces inertes de personas
que desean causar más daño al mundo, a ese mundo que Dios creó hermoso y
natural y que nosotros estamos convirtiendo en algo más que artificial, algo
como “ficticio” y “de mentiras”. Vivimos inmersos en un
mundo de cuentos, de fantasías falsas, de historias sin principio ni fin, de
fábulas que no enseñan ni educan, usamos cortinas para cubrir la necesidad que
tiene el hombre de seguir y amar a Dios.
No somos máquinas, somos seres humanos,
creados por Dios, con cuerpo y alma. Nuestro corazón y nuestra mente miran
el rostro de Dios y sienten cada vez más necesidad de Él y de su paz. “Nadie
puede decir: “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay
diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios,
pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra
todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. (1Cor 12, 3b ss).
Si hablamos de Jesús, es
porque hemos permitido que Él nos hable y penetre nuestros corazones, nuestras
almas, nuestro ser. Jesús no se puede ni se debe convertir
en algo que cubra, cuales velos piadosos y falsos, las verdaderas necesidades
del hombre de hoy. El Espíritu Santo consolador y dador de vida, es quien nos
da la fuerza para reconocer en Jesús el rostro del Padre; es quien permite que
el corazón del hombre adore y alabe la omnipotencia de Dios, su admirable
presencia y su plan de salvación para todos y cada uno nosotros.
A la luz del Evangelio, el
hombre de hoy tiene la oportunidad de vivir en el espíritu de Dios, de vivir
por Él y para Él;
no seamos sordos a la voz de Dios, no usemos su nombre para cubrir la falsedad
de nuestras vidas, no seamos los testigos falsos de la acción del demonio ya
que estamos llamados a ser testigos del don del amor del Dios, testigos y
promotores del ministerio que se nos encomienda, cumpliendo y sirviendo en
nuestro deber de cristianos verdaderos, empuñando el arma que mata todo vicio y
quita del camino lo que daña el alma: LA
PAZ VERDADERA.
En cada uno de nosotros se
manifiesta y actúa el espíritu de Dios. En cada uno de nosotros existe una
llama que refleja el amor de Jesús y la luz del Espíritu Santo que, al igual
que a la Virgen y a los discípulos, desciende sobre nosotros, entra en nuestros
corazones y purifica nuestras almas. Ojalá seamos conscientes que nuestra
tarea, nuestro servicio es, ante todo, llevar el mensaje de Cristo a quien lo
necesite y de ahí en adelante podemos agregar muchos dones más. “Al llegar el día de Pentecostés, estaban
todos reunidos en el mismo lugar… Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería” (Hch 2, 1.4)
Nuestra misión es anunciar la
verdad, no la mentira.
Es una misión guiada por Jesucristo, en la cual el Espíritu Santo nos ilumina con
SABIDURÍA
para tener la habilidad de seguir el camino que nos indica Jesús; INTELIGENCIA
para comprender y aprender que Dios nos ama de verdad; CONSEJO para aclarar lo
que a veces nos pueda confundir; FORTALEZA para emprender el camino
en Dios; CIENCIA para conocer que ese camino es el verdadero; la piedad para servir a Dios de corazón y
con sinceridad y TEMOR DE DIOS para no fallarle, para no tener miedo ya que
Dios, no es un tirano, no es un castigador, sino un Padre amoroso que nos da la
capacidad para hablar de su Hijo Jesucristo con el testimonio de vida.
Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo
habiten en nuestra vida y que la Virgen Santísima de la Consolación haga de
nosotros verdaderos cristianos dispuestos a renovarse en Espíritu y Verdad,
siendo a cada instante MENSAJEROS DE LA VERDADERA PAZ, UNIDAD Y FRATERNIDAD. Así sea.
José
Lucio León Duque
11
de agosto de 2014
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