José Lucio León Duque

José Lucio León Duque
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sábado, 16 de agosto de 2014

Un llamado a la reflexión...

“CONSUELEN AL PUEBLO DE DIOS”

Reflexión que nos motiva a hacer el Papa Francisco en ocasión del breve discurso pronunciado en la Sogang University de Seúl, en visita a los jesuitas el 15 de agosto de 2014, en el marco del Viaje Apostólico en Corea.


La presencia de la Iglesia en el mundo es un signo preciso del mensaje de Jesús a los discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Su promesa es una realidad que se refleja en la Misión que cada día se realiza en medio del Pueblo de Dios. Aún así, es necesario mirar a nuestro alrededor y encontraremos que esa promesa debemos acompañarla con nuestra adhesión a Dios de manera más concreta.

“El Pueblo de Dios, necesita consuelo, ser consolado”. Ante las palabras del Papa Francisco se nos presenta un escenario que debe ser tomado en cuenta: hay heridas ¡cuántas heridas! y debemos buscar a Jesucristo para encontrar la respectiva sanación y el amor que viene de Él. Estamos todos llamados a participar en este servicio, en esta invitación que nos hace el Papa Francisco en nombre de Dios. No seamos sordos a esta realidad.

“¡No castiguen más al pueblo de Dios! ¡Consuelen al pueblo de Dios!”, nos exhorta el Papa. Esto nos abre un camino de esperanza, pues se presenta como un llamado de alerta con el fin de que cada uno sepa recibir la gracia de Dios como un don precioso que debe ser colocado al servicio de los demás. Somos pastores y no funcionarios, nos recuerda Mons. Mario Moronta, obispo de San Cristóbal, en más de una oportunidad. Con la oración del Pueblo de Dios, que camina de la mano junto con sus sacerdotes, podremos juntos evitar que ese “castigo” persista y se pase a vivir en plenitud el servicio que se nos invita a conocer, experimentar y realizar cada día.

“Dios nunca se cansa de perdonar; ¡Sean misericordiosos!”: es la invitación para los pastores, para quienes estamos llamados a servir al Señor en medio de su pueblo como sus discípulos. Esto conlleva a que escuchemos, con atención y convicción, la llamada que se nos hace a trabajar por la viña del Señor viviendo con fe, esperanza y caridad, la propia vocación y lo que eso comporta: “buscar el Reino de Dios y su justicia, lo demás será dado por añadidura” (Mt 6,33).

María Santísima, nuestra Madre del Cielo, nos ha recordado en la Fiesta de la Asunción que el consuelo, como plan de vida personal en ayuda del prójimo, es posible. Su encuentro con su prima Isabel, a quien visitó, acompañó y ayudó,  es un detalle concreto del significado de ayudar a quien lo necesita: “…el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.” (Lc 1, 49-53).  

Ella, madre de los sacerdotes, nos enseña a confiar en Dios, sentir su presencia, ser conscientes que estamos invitados a reflejar en el mundo la luz que viene del Él y, con humildad y docilidad, vivir según lo que es propio de quien ama a Dios: ser discípulos y misioneros; pastores y hermanos; a imagen de Jesucristo, Buen Pastor. Así sea.


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José Lucio León Duque.

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