José Lucio León Duque

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miércoles, 7 de enero de 2015

MENSAJE DE MONS. MARIO DEL VALLE MORONTA AL INICIO DEL AÑO 2015



AL PRESBITERIO Y AL PUEBLO DE DIOS
QUE ANUNCIA EL EVANGELIO DE JESUCRISTO EN LA DIÓCESIS DE SAN CRISTÓBAL

“No ceso de dar gracias a Dios por Ustedes y recordarles en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la Gloria les conceda el Espíritu de sabiduría para que ilumine los ojos del corazón a fin de que sepan cuál es la esperanza a la les llamó” (Ef. 1,17-18).

Con estas palabras del Apóstol Pablo quiero hacerles llegar mi saludo y un fraterno mensaje al inicio de este año 2015. Es un tiempo de gracia en el cual daremos testimonio de la luz y de la vida, presentes de manera transformadora en la historia humana cuando la Palabra se hizo carne y puso su morada en medio entre nosotros (Cf Jn 1,14). Este hecho maravilloso, recientemente conmemorado durante la Navidad, continúa marcando nuestras existencias al permitirnos ser hijos de Papá Dios y recibir “gracia sobre gracia” (Jn 1,12.17).

1.
Ante los anuncios de tiempos duros y difíciles, en especial en lo socioeconómico, es importante no perder de vista una característica propia de un discípulo de Jesús: la esperanza, a la cual hemos sido llamados. Siempre hemos de dar razón de nuestra esperanza: Jesucristo y su mensaje liberador de toda esclavitud y opresión, productos ambas del pecado del mundo.

Para nosotros los cristianos, la esperanza no es una actitud de pasividad. Por tanto, no significa aguardar la solución de los problemas por parte de otros; como tampoco consiste en buscar respuestas mágicas a las dificultades que se nos presentan. Pensar así la esperanza suele desembocar en frustraciones y conformismos. Al contrario, la esperanza conlleva la actitud de mirar hacia adelante y comprometerse en la edificación del Reino de Dios. Se trata de una virtud –fuerza- recibida del Espíritu Santo en el Bautismo. Todo creyente, discípulo de Jesús, posee en su propia vida la esperanza, junto con la fe y la caridad.

Por ello, en el año 2015 –y siempre- los cristianos hemos de distinguirnos por ser gente capaz de vivir y contagiar esperanza a todos. Dios nos la concede como un don para dar razón de ella siendo testigos de la luz, a fin de disipar las tinieblas del pecado. Con ello, podemos realizar el mandato evangelizador, por el cual, además de anunciar el mensaje de salvación, manifestamos su fuerza transformadora en la sociedad donde vivimos.

Está a nuestras puertas un tiempo de “vacas flacas” preconizado en la situación económica que comienza a hacerse sentir y para lo cual no nos hemos preparado. A esto se une la agudizada polarización política con sus consecuencias de desencuentro y división. Profundiza este panorama la grave crisis de descomposición moral que ataca la dignidad de toda persona y la integridad de nuestras familias. Son muchas y variadas las situaciones, causas y consecuencias de lo antes señalado, con las cuales nos hemos de enfrentar: el creciente narcotráfico en nuestras región, el tráfico de personas, el auge de la prostitución con diversas modalidades, el contrabando, el matraqueo.

A los cristianos nos corresponde ante todo esto y otras situaciones difíciles, ser gente de esperanza. Pero, ¿Cómo serlo? En primer lugar, nos corresponde asumir la esperanza como un don del Espíritu para ponerla en práctica y así alejar de nosotros toda actitud conformista y mágica. En segundo lugar, nos toca mostrarla como expresión del testimonio de la luz, al cual hemos sido llamados por Dios. En tercer lugar, cada uno la ha de poner en práctica desde su propio quehacer y su responsabilidad particular: Los cristianos que están en el campo de la política, en funciones de gobierno o de dirigencia, deben crear las condiciones para el encuentro, el diálogo, la participación ciudadana de todos, el respeto a los derechos humanos; de igual modo, deben promover el bien común, impulsar la producción de bienes y servicios y hacer que los recursos lleguen a todos sin excepción, dejando a un lado los intereses partidistas, la corrupción y lo que desdiga del nombre de cristianos. Quienes están en el campo del trabajo –empresarios, comerciantes, agricultores, obreros, estudiantes, maestros, profesionales- cuales discípulos de Jesús deben favorecer el auténtico desarrollo de todos y crear las condiciones para una vida digna, la paz social, la justicia y la equidad. Los cristianos dedicados a servicios de seguridad, administración de la justicia y promoción social no deben olvidar su obligación de proteger a los ciudadanos y garantizarles paz social y seguridad plena. Los ciudadanos todos, desde su fe en Cristo, han de ser constructores de relaciones de fraterna solidaridad, mutuo respeto y de participación en el quehacer diario de la sociedad, haciendo valer sus derechos y cumpliendo sus deberes.

Esta responsabilidad de promover la esperanza lleva a invitar a quienes van por caminos contrarios al bien a convertirse. También es un tiempo de gracia para ellos: quienes se lucran con el comercio de muerte del narcotráfico, del aborto, de la prostitución, del sicariato; quienes se benefician del contrabando y del matraqueo; los especuladores que suben irracionalmente los precios de los productos necesarios o los acaparan; los que promueven “rumbas” donde el alcohol, la droga, las inmoralidades, el sexo mal entendido hacen de las suyas.

El Santo Padre Francisco nos propone, a manera de revisión de vida, algunas interrogantes, con las cuales podemos afinar nuestra actitud de esperanza:“¿Cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres? O ¿Vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés? Hay siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación” (FRANCISCO, Homilía en las Vísperas solemnes de María Madre de Dios, 31.XII.2014).

2.
Y nuestra Iglesia Diocesana de San Cristóbal ¿qué debe hacer? Todos en la Iglesia hemos recibido el llamado de Dios a edificar su Reino en nuestra sociedad. Sin excepción, pastores y laicos, miembros de los Institutos de vida consagrada y agentes de pastoral… hemos de ser “gente de y para la esperanza”, como miembros del pueblo de Dios, presentes en los diversos ambientes de nuestra sociedad.

El Papa Francisco nos brinda unas sabias indicaciones al respecto. Primero nos recuerda que somos una “Iglesia en salida” (E.G. 20ss) Es así como se podrá contagiar la esperanza: “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (E.G. 23. Más aún, hemos de reconocer que somos pueblo, lo cual exige desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente (cf. E.G. 268). Si seguimos a Jesús, podremos integrarnos a fondo en la sociedad, compartir la vida con todos, escuchar sus inquietudes, colaborar con sus necesidades y edificar un mundo nuevo (cf. E.G 269).

Supone asumir un desafío: “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (E.G 270). Así podremos dar razón de nuestra esperanza, “con dulzura y respeto” (1Pe 3,16), “en paz con todos los hombres” (Rom 12,18), “sin cansarnos de hacer el bien” (Ga 6,9). “Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (E.G. 271) La clave está en el amor con el cual se puede iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar (cf. E.G. 273).

Por ser gente de y para la esperanza, “necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios… Más allá de toda apariencia cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega” (E.G. 274). Una particular atención, cuya fuente está en la fe en Cristo, hemos de dar a la opción preferencial por los pobres y excluidos, quienes han de estar en el centro de nuestras preocupaciones y las acciones eclesiales de cada día “¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener la valentía de proclamar que hay que defender a los pobres y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!” (Homilía 31.XII. 2014).

En el Táchira, fiel a la misión recibida, nuestra Iglesia está decidida a contagiar y hacer vivir la esperanza. Para ello, se hace eco de la convocatoria de Jesús con su Palabra: invita a todos a dar testimonio de la luz para ir destruyendo las tinieblas que opacan la vida de muchos. Con la cercanía a todos, construiremos puentes y derribaremos los muros de división existentes. Queremos ir al encuentro de los alejados y de quienes no conocen a Cristo para decirles con cariño que los queremos y los invitamos a unirse a nosotros a fin de dar razón de nuestra esperanza.

Quienes tenemos algún compromiso apostólico y pastoral,- los religiosos y religiosas, los seminaristas y sacerdotes- estamos llamados a ser ejemplos vivos de esa esperanza. Esto nos obliga a centrar nuestras existencias en Cristo y ser sus testigos, anunciar la verdad que libera (cf. Jn 8,32), denunciar el pecado del mundo, abrir nuestros brazos llenos de misericordia y ternura a los demás y así hacernos sentir cerca de nuestros hermanos sin excepción de ningún tipo. Por eso, el 2015 es un tiempo de salvación para que, enriquecidos con ella, podamos hacer que muchos reciban “gracia sobre toda gracia”. Entonces, cumpliremos con nuestra misión de hacer presente el Reino de justicia, paz y amor; y, en nuestra región, seremos capaces de dar los pasos para superar los problemas, las tensiones, angustias y dificultades. Así nos mostraremos como una Iglesia con sabor a pueblo, llena de esperanza. Este año se nos presenta como un tiempo de gracia durante el cual, con entusiasmo apostólico, nuestra Iglesia se lanza, sin miedo ni vergüenza, en la aventura de construir la reconciliación y el perdón, la paz y el amor.

Contamos con la maternal protección de María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación, y estamos sostenidos por los brazos amorosos del Santo Cristo de La Grita: con ellos queremos, de verdad, dar testimonio de nuestra esperanza como miembros de esta Iglesia local de San Cristóbal, la cual se renueva siempre en “espíritu y verdad”.

Con mi fraterno saludo y mi cariñosa bendición,

+Mario, Obispo de San Cristóbal.

San Cristóbal, 04 de enero del año 2015, Epifanía del Señor.

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