AL PRESBITERIO Y AL PUEBLO DE DIOS
QUE ANUNCIA EL EVANGELIO DE JESUCRISTO EN LA
DIÓCESIS DE SAN CRISTÓBAL
“No ceso de dar gracias a Dios por Ustedes y
recordarles en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de la Gloria les conceda el Espíritu de sabiduría para que ilumine los
ojos del corazón a fin de que sepan cuál es la esperanza a la les llamó” (Ef.
1,17-18).
Con estas palabras del Apóstol Pablo quiero hacerles llegar mi saludo y un
fraterno mensaje al inicio de este año 2015. Es un tiempo de gracia en el cual
daremos testimonio de la luz y de la vida, presentes de manera transformadora
en la historia humana cuando la Palabra se hizo carne y puso su morada en medio
entre nosotros (Cf Jn 1,14). Este hecho maravilloso, recientemente conmemorado
durante la Navidad, continúa marcando nuestras existencias al permitirnos ser
hijos de Papá Dios y recibir “gracia sobre gracia” (Jn 1,12.17).
1.
Ante los anuncios de tiempos duros y difíciles, en especial en lo
socioeconómico, es importante no perder de vista una característica propia de
un discípulo de Jesús: la esperanza, a la cual hemos sido llamados. Siempre
hemos de dar razón de nuestra esperanza: Jesucristo y su mensaje liberador de
toda esclavitud y opresión, productos ambas del pecado del mundo.
Para nosotros los cristianos, la esperanza no es una actitud de pasividad.
Por tanto, no significa aguardar la solución de los problemas por parte de
otros; como tampoco consiste en buscar respuestas mágicas a las dificultades
que se nos presentan. Pensar así la esperanza suele desembocar en frustraciones
y conformismos. Al contrario, la esperanza conlleva la actitud de mirar hacia
adelante y comprometerse en la edificación del Reino de Dios. Se trata de una
virtud –fuerza- recibida del Espíritu Santo en el Bautismo. Todo creyente,
discípulo de Jesús, posee en su propia vida la esperanza, junto con la fe y la
caridad.
Por ello, en el año 2015 –y siempre- los cristianos hemos de distinguirnos
por ser gente capaz de vivir y contagiar esperanza a todos. Dios nos la concede
como un don para dar razón de ella siendo testigos de la luz, a fin de disipar
las tinieblas del pecado. Con ello, podemos realizar el mandato evangelizador,
por el cual, además de anunciar el mensaje de salvación, manifestamos su fuerza
transformadora en la sociedad donde vivimos.
Está a nuestras puertas un tiempo de “vacas flacas” preconizado en la
situación económica que comienza a hacerse sentir y para lo cual no nos hemos
preparado. A esto se une la agudizada polarización política con sus
consecuencias de desencuentro y división. Profundiza este panorama la grave crisis
de descomposición moral que ataca la dignidad de toda persona y la integridad
de nuestras familias. Son muchas y variadas las situaciones, causas y
consecuencias de lo antes señalado, con las cuales nos hemos de enfrentar: el
creciente narcotráfico en nuestras región, el tráfico de personas, el auge de
la prostitución con diversas modalidades, el contrabando, el matraqueo.
A los cristianos nos corresponde ante todo esto y otras situaciones
difíciles, ser gente de esperanza. Pero, ¿Cómo serlo? En primer lugar, nos
corresponde asumir la esperanza como un don del Espíritu para ponerla en
práctica y así alejar de nosotros toda actitud conformista y mágica. En segundo
lugar, nos toca mostrarla como expresión del testimonio de la luz, al cual
hemos sido llamados por Dios. En tercer lugar, cada uno la ha de poner en
práctica desde su propio quehacer y su responsabilidad particular: Los
cristianos que están en el campo de la política, en funciones de gobierno o de
dirigencia, deben crear las condiciones para el encuentro, el diálogo, la
participación ciudadana de todos, el respeto a los derechos humanos; de igual
modo, deben promover el bien común, impulsar la producción de bienes y
servicios y hacer que los recursos lleguen a todos sin excepción, dejando a un lado
los intereses partidistas, la corrupción y lo que desdiga del nombre de
cristianos. Quienes están en el campo del trabajo –empresarios,
comerciantes, agricultores, obreros, estudiantes, maestros, profesionales- cuales
discípulos de Jesús deben favorecer el auténtico desarrollo de todos y crear
las condiciones para una vida digna, la paz social, la justicia y la
equidad. Los cristianos dedicados a servicios de seguridad,
administración de la justicia y promoción social no deben olvidar su
obligación de proteger a los ciudadanos y garantizarles paz social y seguridad
plena. Los ciudadanos todos, desde su fe en Cristo, han de ser
constructores de relaciones de fraterna solidaridad, mutuo respeto y de
participación en el quehacer diario de la sociedad, haciendo valer sus derechos
y cumpliendo sus deberes.
Esta responsabilidad de promover la esperanza lleva a invitar a quienes van
por caminos contrarios al bien a convertirse. También es un tiempo de gracia
para ellos: quienes se lucran con el comercio de muerte del narcotráfico, del
aborto, de la prostitución, del sicariato; quienes se benefician del
contrabando y del matraqueo; los especuladores que suben irracionalmente los
precios de los productos necesarios o los acaparan; los que promueven “rumbas”
donde el alcohol, la droga, las inmoralidades, el sexo mal entendido hacen de
las suyas.
El Santo Padre Francisco nos propone, a manera de revisión de vida, algunas
interrogantes, con las cuales podemos afinar nuestra actitud de esperanza:“¿Cómo
es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos?
¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu,
rescatadas, libres? O ¿Vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo
que el diablo nos hace creer que es nuestro interés? Hay siempre en nuestro
camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación” (FRANCISCO,
Homilía en las Vísperas solemnes de María Madre de Dios, 31.XII.2014).
2.
Y nuestra Iglesia Diocesana de San Cristóbal ¿qué debe hacer? Todos en la
Iglesia hemos recibido el llamado de Dios a edificar su Reino en nuestra
sociedad. Sin excepción, pastores y laicos, miembros de los Institutos de vida
consagrada y agentes de pastoral… hemos de ser “gente de y para la esperanza”,
como miembros del pueblo de Dios, presentes en los diversos ambientes de
nuestra sociedad.
El Papa Francisco nos brinda unas sabias indicaciones al respecto. Primero
nos recuerda que somos una “Iglesia en salida” (E.G. 20ss) Es así
como se podrá contagiar la esperanza: “Fiel al modelo del Maestro, es
vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos los lugares, en
todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del
Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (E.G. 23.
Más aún, hemos de reconocer que somos pueblo, lo cual exige desarrollar el
gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente (cf. E.G. 268). Si
seguimos a Jesús, podremos integrarnos a fondo en la sociedad, compartir la
vida con todos, escuchar sus inquietudes, colaborar con sus necesidades y
edificar un mundo nuevo (cf. E.G 269).
Supone asumir un desafío: “Jesús quiere que toquemos la miseria
humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (E.G 270). Así
podremos dar razón de nuestra esperanza, “con dulzura y respeto”
(1Pe 3,16), “en paz con todos los hombres” (Rom 12,18), “sin
cansarnos de hacer el bien” (Ga 6,9). “Queda claro que Jesucristo
no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de
pueblo” (E.G. 271) La clave está en el amor con el cual se puede
iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar (cf. E.G. 273).
Por ser gente de y para la esperanza, “necesitamos reconocer también
que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus
capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que
nos brinde, sino porque es obra de Dios… Más allá de toda apariencia cada uno
es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega”
(E.G. 274). Una particular atención, cuya fuente está en la fe en Cristo, hemos
de dar a la opción preferencial por los pobres y excluidos, quienes han de
estar en el centro de nuestras preocupaciones y las acciones eclesiales de cada
día “¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad
cristiana para tener la valentía de proclamar que hay que defender a los pobres
y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse
de los débiles!” (Homilía 31.XII. 2014).
En el Táchira, fiel a la misión recibida, nuestra Iglesia está decidida a
contagiar y hacer vivir la esperanza. Para ello, se hace eco de la convocatoria
de Jesús con su Palabra: invita a todos a dar testimonio de la luz para ir
destruyendo las tinieblas que opacan la vida de muchos. Con la cercanía a
todos, construiremos puentes y derribaremos los muros de división existentes.
Queremos ir al encuentro de los alejados y de quienes no conocen a Cristo para
decirles con cariño que los queremos y los invitamos a unirse a nosotros a fin
de dar razón de nuestra esperanza.
Quienes tenemos algún compromiso apostólico y pastoral,- los religiosos y
religiosas, los seminaristas y sacerdotes- estamos llamados a ser ejemplos
vivos de esa esperanza. Esto nos obliga a centrar nuestras existencias en
Cristo y ser sus testigos, anunciar la verdad que libera (cf. Jn 8,32),
denunciar el pecado del mundo, abrir nuestros brazos llenos de misericordia y
ternura a los demás y así hacernos sentir cerca de nuestros hermanos sin
excepción de ningún tipo. Por eso, el 2015 es un tiempo de salvación para que,
enriquecidos con ella, podamos hacer que muchos reciban “gracia sobre
toda gracia”. Entonces, cumpliremos con nuestra misión de hacer
presente el Reino de justicia, paz y amor; y, en nuestra región, seremos
capaces de dar los pasos para superar los problemas, las tensiones, angustias y
dificultades. Así nos mostraremos como una Iglesia con sabor a pueblo, llena de
esperanza. Este año se nos presenta como un tiempo de gracia durante el cual,
con entusiasmo apostólico, nuestra Iglesia se lanza, sin miedo ni vergüenza, en
la aventura de construir la reconciliación y el perdón, la paz y el amor.
Contamos con la maternal protección de María del Táchira, Nuestra Señora de
la Consolación, y estamos sostenidos por los brazos amorosos del Santo Cristo
de La Grita: con ellos queremos, de verdad, dar testimonio de nuestra esperanza
como miembros de esta Iglesia local de San Cristóbal, la cual se renueva
siempre en “espíritu y verdad”.
Con mi fraterno saludo y mi cariñosa bendición,
+Mario, Obispo de San Cristóbal.
San Cristóbal, 04 de enero del año 2015, Epifanía del Señor.
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