José Lucio León Duque

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lunes, 9 de febrero de 2015

Mensaje de Mons. Mario del Valle Moronta Rodríguez al presbiterio de San Cristóbal, 9 de febrero de 2015

A MIS HERMANOS DEL PRESBITERIO DE SAN CRISTOBAL
“SALUD Y PAZ EN CRISTO SACERDOTE”

Hemos culminado la hermosa experiencia de los ejercicios espirituales. Ha sido, como siempre, un momento de gracia. En ellos, con la ayuda de quienes los han dirigido y la fraterna cooperación de cada uno, revivimos lo acontecido en el Cenáculo, donde Jesús, preocupado por su “pequeño rebaño” de discípulos, los marcó y les pidió convertirse en Memoria viva de la Nueva Alianza, sellada con la entrega de su Cuerpo y de su Sangre. Así, en estos ejercicios espirituales hemos podido renovar y reafirmar nuestro compromiso de sacerdotes del Señor para el Pueblo de Dios.

Sacerdotes durante los grupos de trabajo
Uno de los frutos inmediatos de estos ejercicios es la organización de grupos sacerdotales para la formación permanente del Presbiterio. Además, en el caso de los sacerdotes más jóvenes, se ha propuesto la elaboración de un “proyecto de vida” para su realización. Hacia allí debemos llegar todos: tener y cumplir un “proyecto de vida” elaborado a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia. Este “proyecto de vida” nos permitirá fortalecernos personalmente, vivir en fraterna comunión y crecer en santidad. Así podremos ser para el Pueblo de Dios faros que lleguen a difundir la luz de Cristo (cf. Filp. 2,15).

El día de nuestra Ordenación fuimos configurados a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Por la imposición de manos y oración consecratoria del Obispo, recibimos la unción del Espíritu Santo. Con esta unción nos unimos a Cristo y así nuestra identidad quedó sellada para siempre. No somos profesionales de lo religioso, sino ministros, capacitados para actuar in Persona Christi capitis. En esta línea quisiera recordarles algunas ideas de las cuales no debemos prescindir. Brotan de la misma esencia del Sacramento recibido y modelan nuestra existencia para manifestarse a través de nuestra conducta cristiana y ministerial.



"Bendito y alabado sea el Santísimo
Sacramento del Altar"
En primer lugar, hemos de tener presente el encuentro continuo con el Señor. Él mismo nos lo pide: “Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Es la mejor y única manera de dar un fruto duradero (cf. Jn 15,4). Se trata de una estrecha comunión con Jesús, propia de quien está configurado a Él. Es la intimidad del amigo que nos ha convertido en sus amigos y nos ha dado a conocer al Padre y su designio de salvación (Cf. Jn 15,15). Esa intimidad se nutre con la Palabra, la Eucaristía, la caridad pastoral y la oración. Aquí está “la fuente de todo celo apostólico” (FRANCISCO, Homilía en la Catedral de Manila 16 de enero 2015). Nadie da lo que no tiene; nosotros, en cambio, estamos ungidos por el Espíritu para dar la riqueza recibida en el encuentro con Jesucristo. Es esta relación cotidiana con el Señor lo que salva al sacerdote de toda mundanidad. Cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo, en vez de ser ungido termina siendo “untuoso”, nos advierte el Papa Francisco (Homilía en Santa Marta, 11 de enero 2014). Por eso, el sacerdote puede “perder todo” pero nunca su vínculo con el Señor, pues de lo contrario no tendría nada más que darle a la gente.

Mons. Mario del Valle durante los
Ejercicios Espirituales
En segundo lugar, hemos de mantener viva la llamada a ser pastores buenos y servidores del Pueblo de Dios. Sin dar espacio ni a la duda ni a la mediocridad, nos debemos caracterizar por ser ministros llenos de amor. “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14). Como pastores y servidores nos presentamos cuales “embajadores de Cristo” (2 Cor 5,20) Francisco nos lo explica: “ser embajadores de Cristo significa, en primer lugar, invitar a todos a un renovado encuentro personal con el Señor Jesús, nuestro encuentro personal con Él” (Manila, 16 de enero 2015). El mismo Pontífice nos brinda la clave: compartir la alegría y el entusiasmo del propio amor a Cristo y a la Iglesia con todos (cf. Ibidem). Nuestro ministerio será siempre un testimonio provocador de conversión y manifestará el amor de Dios, rico en misericordia y ternura.

Para ello, en tercer lugar, el sacerdote debe sentir el “gusto espiritual de ser pueblo” (E.G. 268ss). El mismo Señor “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entienda sin esta pertenencia” (E.G 268). Esta debe ser una actitud característica y propia de cada uno de nosotros: “Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres de pueblo” (E.G. 271). El mismo Papa lo reafirma cuando dice: “la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en este mundo” (E.G 273). Somos servidores y pastores: a fin de entregar la propia existencia para la salvación de los hermanos, pero en comunión con ellos y compartiendo sus gozos y alegrías, sus angustias y problemas (cf. G.S.1).

Sacerdotes compartiendo el
Proyecto de Vida
Expresión particular de lo anterior, en cuarto lugar, es la decidida preocupación por los pobres y excluidos de la sociedad. Configurados a Cristo, estamos llamados a poseer sus “mismos sentimientos” (Filp 2,5); por tanto a ser pobres de espíritu. Más aún, hemos de asumir la opción preferencial por los pobres, la cual “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza” (Benedicto XVI). Francisco nos lo recuerda con sus propias palabras: “los pobres están en el centro del Evangelio, son el corazón del Evangelio: si quitamos a los pobres del Evangelio no se comprenderá el mensaje de Jesucristo” (Manila 16 de enero 2015). Hoy más que nunca los pobres y excluidos requieren de nuestra cercanía: tanto los pobres por causas materiales como los pobres por causas sociales y morales. “En este mundo los ministros ordenados y los agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal” (E.G. 169). No tengamos miedo ni reparo en hacerlo.

Finalmente quiero animarles en una tarea de suma importancia para todos nosotros. Con el decidido testimonio de vida cristiana y sacerdotal, uno de los frutos a conseguir serán jóvenes capaces de descubrir la llamada de Dios al sacerdocio. El Beato Pablo VI advertía en su primer mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que éstas se descubren en las comunidades donde se vive con generosidad según el Evangelio; y esto se consigue donde hay sacerdotes fieles y celosos, para quienes la continuidad del propio sacerdocio es el primer y más importante programa de atención pastoral. Cada uno de nosotros es un portavoz de la llamada de Dios a no pocos jóvenes. Hablemos de la vocación con sentido de esperanza; hablemos de nuestro ministerio con alegría; manifestemos que vivimos con decisión el encuentro con Cristo; seamos pastores buenos y servidores, “embajadores de Cristo”, en comunión con el Pueblo de Dios al cual pertenecemos; seamos pobres entre los pobres, mostrando que ocupan un lugar privilegiado en nuestros corazones… y de seguro el Señor nos seguirá bendiciendo con numerosas y santas vocaciones.

María del Táchira, nuestra Señor de la Consolación, nos acompaña e intercede por nosotros para concedernos con su intercesión un celo desbordante con el cual gastarnos generosamente en el servicio de nuestros hermanos y hermanas.

De nuevo les reitero mi fraterno aprecio y comunión, y les bendigo afectuosamente.

+Mario, Obispo de San Cristóbal.

San Cristóbal, 8 de febrero del año 2015. V Domingo Ordinario.

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