A MIS
HERMANOS DEL PRESBITERIO DE SAN CRISTOBAL
“SALUD Y PAZ
EN CRISTO SACERDOTE”
Hemos
culminado la hermosa experiencia de los ejercicios espirituales. Ha sido, como
siempre, un momento de gracia. En ellos, con la ayuda de quienes los han
dirigido y la fraterna cooperación de cada uno, revivimos lo acontecido en el
Cenáculo, donde Jesús, preocupado por su “pequeño rebaño” de discípulos, los
marcó y les pidió convertirse en Memoria viva de la Nueva Alianza, sellada con
la entrega de su Cuerpo y de su Sangre. Así, en estos ejercicios espirituales
hemos podido renovar y reafirmar nuestro compromiso de sacerdotes del Señor
para el Pueblo de Dios.
Sacerdotes durante los grupos de trabajo |
El
día de nuestra Ordenación fuimos configurados a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Por la imposición de manos y oración consecratoria del Obispo, recibimos la
unción del Espíritu Santo. Con esta unción nos unimos a Cristo y así nuestra
identidad quedó sellada para siempre. No somos profesionales de lo religioso,
sino ministros, capacitados para actuar in Persona Christi capitis.
En esta línea quisiera recordarles algunas ideas de las cuales no debemos
prescindir. Brotan de la misma esencia del Sacramento recibido y modelan
nuestra existencia para manifestarse a través de nuestra conducta cristiana y
ministerial.
"Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar" |
En
primer lugar, hemos de tener presente el encuentro continuo con el Señor. Él
mismo nos lo pide: “Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Es la
mejor y única manera de dar un fruto duradero (cf. Jn 15,4). Se trata de una estrecha
comunión con Jesús, propia de quien está configurado a Él. Es la intimidad del
amigo que nos ha convertido en sus amigos y nos ha dado a conocer al Padre y su
designio de salvación (Cf. Jn 15,15). Esa intimidad se nutre con la Palabra, la
Eucaristía, la caridad pastoral y la oración. Aquí está “la fuente de
todo celo apostólico” (FRANCISCO, Homilía en la Catedral de
Manila 16 de enero 2015). Nadie da lo que no tiene; nosotros, en cambio,
estamos ungidos por el Espíritu para dar la riqueza recibida en el encuentro
con Jesucristo. Es esta relación cotidiana con el Señor lo que salva al
sacerdote de toda mundanidad. Cuando un sacerdote se aleja de Jesucristo, en
vez de ser ungido termina siendo “untuoso”, nos advierte el Papa
Francisco (Homilía en Santa Marta, 11 de enero 2014). Por eso, el sacerdote
puede “perder todo” pero nunca su vínculo con el Señor, pues de
lo contrario no tendría nada más que darle a la gente.
Mons. Mario del Valle durante los Ejercicios Espirituales |
Para
ello, en tercer lugar, el sacerdote debe sentir el “gusto espiritual de
ser pueblo” (E.G. 268ss). El mismo Señor “nos toma de en medio
del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se
entienda sin esta pertenencia” (E.G 268). Esta debe ser una actitud
característica y propia de cada uno de nosotros: “Queda claro que
Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres de
pueblo” (E.G. 271). El mismo Papa lo reafirma cuando dice: “la
misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me
puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que
yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en
este mundo” (E.G 273). Somos servidores y pastores: a fin de
entregar la propia existencia para la salvación de los hermanos, pero en
comunión con ellos y compartiendo sus gozos y alegrías, sus angustias y
problemas (cf. G.S.1).
Sacerdotes compartiendo el Proyecto de Vida |
Expresión
particular de lo anterior, en cuarto lugar, es la decidida preocupación por los
pobres y excluidos de la sociedad. Configurados a Cristo, estamos llamados a
poseer sus “mismos sentimientos” (Filp 2,5); por tanto a ser
pobres de espíritu. Más aún, hemos de asumir la opción preferencial por los
pobres, la cual “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que
se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”
(Benedicto XVI). Francisco nos lo recuerda con sus propias palabras: “los
pobres están en el centro del Evangelio, son el corazón del Evangelio: si
quitamos a los pobres del Evangelio no se comprenderá el mensaje de Jesucristo”
(Manila 16 de enero 2015). Hoy más que nunca los pobres y excluidos requieren
de nuestra cercanía: tanto los pobres por causas materiales como los pobres por
causas sociales y morales. “En este mundo los ministros ordenados y los
agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana
de Jesús y su mirada personal” (E.G. 169). No tengamos miedo ni reparo
en hacerlo.
Finalmente
quiero animarles en una tarea de suma importancia para todos nosotros. Con el
decidido testimonio de vida cristiana y sacerdotal, uno de los frutos a
conseguir serán jóvenes capaces de descubrir la llamada de Dios al sacerdocio.
El Beato Pablo VI advertía en su primer mensaje con ocasión de la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones, que éstas se descubren en las
comunidades donde se vive con generosidad según el Evangelio; y esto se
consigue donde hay sacerdotes fieles y celosos, para quienes la continuidad del
propio sacerdocio es el primer y más importante programa de atención pastoral.
Cada uno de nosotros es un portavoz de la llamada de Dios a no pocos jóvenes.
Hablemos de la vocación con sentido de esperanza; hablemos de nuestro
ministerio con alegría; manifestemos que vivimos con decisión el encuentro con
Cristo; seamos pastores buenos y servidores, “embajadores de Cristo”, en
comunión con el Pueblo de Dios al cual pertenecemos; seamos pobres entre los
pobres, mostrando que ocupan un lugar privilegiado en nuestros corazones… y de
seguro el Señor nos seguirá bendiciendo con numerosas y santas vocaciones.
María
del Táchira, nuestra Señor de la Consolación, nos acompaña e intercede por
nosotros para concedernos con su intercesión un celo desbordante con el cual
gastarnos generosamente en el servicio de nuestros hermanos y hermanas.
De
nuevo les reitero mi fraterno aprecio y comunión, y les bendigo afectuosamente.
+Mario, Obispo de San Cristóbal.
San
Cristóbal, 8 de febrero del año 2015. V Domingo Ordinario.
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