INSTRUCCIÓN
SOBRE
LA CELEBRACION DE LA EUCARISTIA POR
LOS ENFERMOS Y
POR OTRAS NECESIDADES
INTRODUCCION.
El
ministerio pastoral encomendado a los Obispos, en comunión con sus respectivos
Presbiterios, junto con el oficio de enseñar y de regir conlleva el de
santificar al Pueblo de Dios (cf. L.G. 18,28). Se trata del ejercicio del
Sacerdocio de la Nueva Alianza con el cual se sigue haciendo memoria del
acontecimiento pascual de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. A Él estamos
configurados para actuar en su nombre y guiar al Pueblo de Dios como el Buen
Pastor.
El
oficio de regir, enseñar y santificar, entre otras tareas, le da a los Obispos
la responsabilidad de velar por la Liturgia, animarla y hacerla expresión de
conmemoración y celebración del Misterio Pascual en cada una de las comunidades
e instancias eclesiales que hacen vida en la Iglesia local a ellos
encomendadas. En esta misma línea deben,
entonces, vigilar porque la misma Liturgia se realice en comunión con la
Iglesia Universal y de acuerdo a las normativas y directrices que le son
propias.
La
Liturgia, junto con la Palabra de Dios y la Tradición, es fuente para la
reflexión, oración, espiritualidad y acción pastoral (Cf. O.T. 16). Si bien
debe tener en cuenta las diversas manifestaciones de los tiempos y culturas,
también es verdad que ha de realizarse dentro de la eclesiología de comunión
para así manifestar que uno solo es el Señor, una la fe y uno el Bautismo, como
nos enseña el Apóstol Pablo (cf. Efes. 4, 5).
Desde
esta perspectiva y movido por la solicitud pastoral, queremos ofrecer
orientaciones y directrices ante un tema y una praxis que ha generado
preocupaciones, dificultades y hasta exageraciones: las mal denominadas “misas de sanación”; así como las
prácticas que en no pocos sitios se están implementando para pedir de Dios la “curación-sanación-liberación”. Lo hacemos con el ánimo de orientar
y fortalecer el sentido de comunión, distintivo esencial de nuestra Iglesia
local, en comunión con la Iglesia Universal.
DESDE NUESTRA FE
EN CRISTO, EL SEÑOR
Creemos
firmemente en el Dios Uno y Trino: el Padre que nos ha hecho sus Hijos, Creador
de todo: Él ha amado hasta el extremo a la humanidad hasta el punto de
enviarnos a su Hijo Amado Jesús para darnos la salvación. Este, es el Ungido por
el Espíritu, quien se hizo hombre y nos dio la Vida Nueva, gracias a su Pascua
redentora. Pasó haciendo el bien: proclamó la presencia del reino de Dios, se
identificó con los pobres y necesitados, expulsó demonios, sanó enfermos y
realizó muchos prodigios, para así anunciar el gran milagro de su Resurrección.
Gracias a su muerte y Resurrección nosotros hemos podido llegar a ser hijos del
Padre Dios (cf. Jn 1,12). El Espíritu Santo, Señor y dador de vida, quien habló
a través de los profetas y ahora lo hace por medio de la Iglesia, nos marca
para ser testigos del Resucitado.
Como
nos lo enseña el Apóstol Pablo, todo lo podemos y debemos hacer en el nombre de
Jesucristo, el Señor. Es el Pastor bueno, preocupado por todas sus ovejas;
Maestro de la Verdad que hace auténticamente libres a los seres humanos (cf. Jn
8,32) y Sumo Sacerdote, ofrecido Él mismo para la salvación de la humanidad. En
Él se recapitulan todas las cosas y es el origen de la Nueva Creación. Nos ha
entregado el mandato de anunciar su Evangelio y edificar el Reino de justicia y
de paz, de amor y libertad plena.
El
es el Mediador de la Nueva Alianza: ha constituido a la Iglesia como un nuevo
pueblo sacerdotal, cuyos miembros se presentan cuales “ofrendas vivas” (Rom.
12,1). La Iglesia ha recibido la Misión de hacer memoria de su Pascua redentora
con la tarea evangelizadora. Para ello, todos los bautizados tienen la
responsabilidad de actuar en comunión y decisión, y así extender el reino de
Dios. En ese pueblo sacerdotal, hay algunos que han sido elegidos para servir y
para configurarse a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote: ellos han recibido una
Misión de servicio y por eso deben actuar en estrecha comunión con el Señor
para guiar al pueblo de Dios, enseñarle las riquezas de la Palabra viva y santificar
a todos, para lo cual deben también celebrar el misterio de la Pascua, de modo
especial en la Eucaristía.
LA IGLESIA
CELEBRA EL MISTERIO PASCUAL
La
Iglesia proclama el misterio de salvación y lo celebra. El Papa Francisco nos
enseña cómo se desarrolla el dinamismo evangelizador que incluye la celebración
de los misterios de la fe; es decir del misterio pascual. La Iglesia debe estar
siempre en salida, dispuesta al encuentro de todos los seres humanos, creyentes
y no creyentes, cercanos y alejados. Acompañarlos para así ayudarlos a
fructificar con los frutos del Espíritu Santo. Este dinamismo evangelizador y
misionero, a la vez, encuentra una hermosa expresión en la celebración de la
Pascua.
Nos
enseña el Papa: La Iglesia en salida es la
comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que
acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este
neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la
iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe
adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los
lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive
un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la
infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más
a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los
pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos,
poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los
discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La
comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los
demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y
asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los
evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la
comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en
todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas
largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y
evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La
comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la
quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador,
cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas
ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una
situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean
imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta
el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de
enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y
renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe
«festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la
evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en
medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se
evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es
celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso
donativo. (E.G. 24).
La Iglesia no sólo proclama el Evangelio y
realiza una acción misionera con la fuerza de la caridad pastoral, sino también
celebra lo que anuncia, festeja lo que vive y así adelanta en esta tierra la
plenitud del encuentro con la Trinidad Santa por medio de la Liturgia. Esta, en
sus diversas expresiones es, ante todo, conmemoración de la historia de
salvación y del misterio pascual, y su máxima expresión la hallamos en la
Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia.
LA IGLESIA HACE
LA EUCARISTIA, LA EUCARISTIA HACE LA IGLESIA.
El
Concilio Vaticano II nos ha insistido en la centralidad de la Eucaristía para
la vida de la Iglesia. Es fuente y culmen de toda la acción misionera, y además
para la vida y quehacer de todos los discípulos de Jesús. Así nos lo deja ver
San Juan Pablo II en su hermosa Carta Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA: La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa
solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia.
Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples
formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo » (Mt28,
20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el
cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad
única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha
empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha
marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza. (n.1).
El misterio pascual de Jesús le da sentido a todo
lo que vamos haciendo. Es la razón de ser de la historia de la Iglesia y el
evento con el cual toda la historia humana adquiere un sentido salvífico; no en
vano hablamos de “historia de la salvación”. El mismo Papa Juan Pablo II nos lo
recuerda con estas palabras: Del misterio pascual nace la Iglesia.
Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del
misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial.
Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la Iglesia que nos
ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían asiduamente a la enseñanza de
los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones » (2,
42).La « fracción del pan » evoca la Eucaristía. Después de dos mil años
seguimos reproduciendo aquella imagen primigenia de la Iglesia. (n. 3).
Desde
esta perspectiva podemos entender cómo la IGLESIA HACE LA EUCARISTIA, Y LA EUCARISTIA
HACE LA IGLESIA. Todo el compromiso evangelizador de la Iglesia, que
incluye al anuncio explícito del Evangelio, la promoción humana, la lucha por
la justicia y la celebración de los misterios encuentran en la Eucaristía su
punto de partida y su punto de llegada: con la fuerza del pan de la Palabra y
el eucarístico, compartidos en la comunión, surge el entusiasmo por contagiar
la vida cotidiana con el dinamismo pascual de Jesucristo.
De
igual modo, todo lo que se hace, con sus logros y fracasos, encuentra en el
evento eucarístico su momento para purificarse, fortalecerse, ofrecerse y
también para manifestar la acción del Espíritu Santo. De hecho, en la plegaria
eucarística hay dos momentos cuando se ora pidiendo la acción del Espíritu:
cuando el presidente de la asamblea litúrgica implora la acción del Espíritu
para transformar sacramentalmente el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de
Jesucristo; y posteriormente cuando se ruega al Espíritu “congregue en la unidad” (Plegaria Eucarística II) a todos
los fieles que participan del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La
celebración eucarística, dentro de esta perspectiva, adquiere un sentido
peculiarísimo y central. No se trata sólo de un conjunto de ritos orgánicamente
celebrados. Es algo mucho más profundo: la conmemoración del evento de la
pascua del Señor, enriquecido con la Palabra, proclamado en la plegaria
eucarística, compartido en la comunión y avivado por el compromiso renovado de
todo creyente. La celebración eucarística, así entendida y vivida, hace la
Iglesia: nos permite a todos lanzarnos en la aventura permanente de la
evangelización. Y así podemos asociarnos al Sumo y Eterno Sacerdote, quien
continúa siendo Mediador ante el Padre Dios.
Debemos
enfatizar que toda celebración eucarística hace la Iglesia por ser memorial del
evento pascual: el sacrificio de la cruz y la resurrección. De allí la
profesión de fe y compromiso cristiano que se dice luego de la consagración en
una de sus aclamaciones: ¡ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROCLAMAMOS TU
RESURRECCION, VEN SEÑOR JESUS! En cada celebración eucarística
rehacemos la experiencia de los discípulos de Jesús: debemos sentir el ardor de
la Palabra en nuestros corazones y reconocerlo en la fracción del pan, para
salir a anunciarlo y compartir nuestra experiencia de fe con todos los demás
hermanos.
Entonces,
toda eucaristía celebrada nos permite presentar nuestras alegrías y esperanzas,
angustias y problemas para recibir la luz del misterio pascual transformador. Unidos
a la fe de la Iglesia, con total esperanza de quienes son peregrinos hacia la
plenitud del Reino y llenos del amor de Dios, iluminamos las diversas
situaciones de nuestra vida y de nuestra sociedad. Por eso podemos pedir por la
salud de los enfermos, por el eterno descanso de los difuntos, por la paz y la
concordia, por el buen tiempo y las cosechas, por el perdón de los pecados;
además podemos dar gracias por tantas situaciones, como aniversarios propios de
cada estado de vida, por los regalos dados por Dios y los favores recibidos. Como
se trata de una celebración de comunión, nos unimos a quienes ya están en la
eternidad para honrarlos y recordar nuestra vocación a la santidad. Los santos,
al igual que la Virgen María, nos impulsan a admirar cómo el efecto de la
Pascua redentora de Cristo es definitivo y eterno.
La
celebración eucarística se puede celebrar cada día. Pero no debemos dejar a un
lado la importancia del DIA DEL SEÑOR.
Es el día para celebrar la pascua de la semana, para recordar la nueva
creación, para reafirmar nuestra vocación a vivir el domingo sin fin de la
eternidad (cf. PREFACIO X DEL TIEMPO
ORDINARIO). Así nos lo recuerda San Juan Pablo II: El día del Señor —como ha sido llamado el domingo desde los
tiempos apostólicos— ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una
consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del
misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del
tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua
de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado
y la muerte, la realización en él de la primera creación y el inicio de la «
nueva creación » (cf.2 Co 5,17). Es el día de la evocación
adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez la prefiguración, en
la esperanza activa, del « último día », cuando Cristo vendrá en su gloria (cf. Hch 1,11; 1
Ts 4,13-17) y « hará un
mundo nuevo » (cf. Ap 21,5).
(DIES DOMINI, 1).
Hemos de seguir presentando de modo prioritario
el DOMINGO como el DIA DEL SEÑOR. Con nuestra acción
pastoral, la catequesis litúrgica debe insistir en la importancia del Domingo y
animar a todos los creyentes a vivirlo como el día del descanso, ciertamente,
pero también como el día del encuentro
de la Iglesia en torno a la muerte y resurrección de Jesús, cuando compartimos
nuestros afanes y proyectos y cuando unimos los esfuerzos para seguir
edificando el Reino de Dios. Hoy se están presentando muchas excusas para dejar
a un lado la importancia del domingo, como DIA
DEL SEÑOR: encuentros y convivencias durante la semana para orar y durante
los cuales se celebra la eucaristía parecen ser tomados como alternativa que
sacrifica la celebración dominical.
Nos debe ayudar una profunda catequesis litúrgica
y recordar en todo momento la doctrina
seria y eclesial sobre el misterio eucarístico. No se trata de actos emotivos,
ni simple repetición de ritos, como tampoco acciones para mostrar liderazgos
histriónicos o buscar soluciones mágicas a problemas humanos. La celebración
eucarística responde al ars celebrandi, pero esto no
significa que la celebración eucarística (así como otras celebraciones
litúrgicas) convierta en espectáculos para mostrar las habilidades de
celebrantes o de grupos, como tampoco para hacer demostraciones de “poderes”
especiales. El “ars celebrandi” supone una actitud de fe y de caridad a fin de
hacer realidad el misterio a conmemorarse, con la fructuosa participación de
los diversos miembros de la asamblea litúrgica, en comunión con la Iglesia
universal. Esto será posible con el desarrollo de los diversos ministerios y
funciones propias de la Iglesia para beneficio del pueblo de Dios.
¡QUE Y COMO
CELEBRAR LA EUCARISTIA!
Como
consecuencia de lo antes señalado, es fácil deducir el “qué” de la Eucaristía.
En ella, con la riqueza litúrgica de la Iglesia, se celebra, ante todo, la
Pascua del Señor Jesús: su muerte, al conmemorarse el sacrificio de la Cruz; y
la resurrección del Señor. No se pueden separar ambas realidades, las cuales
dieron origen a la Nueva Alianza. Pero, a la vez, el misterio pascual no está
divorciado de la Palabra: la misma Palabra que se encarnó y fue revelación del
amor de Dios, se hace presente sacramentalmente para alimento eucarístico.
La
Eucaristía nos recuerda la Cena del Señor: en ella partimos el pan de la
Palabra y de la Eucaristía. Una es la mesa y una la misma acción litúrgica. En
ella nos encontramos para compartir los frutos del Cordero de Dios inmolado,
cuyo cuerpo fue entregado y su sangre derramada por la humanidad. Nos nutrimos
de ese alimento. Por eso, la Palabra y la Eucaristía aparecen en estrecha unión
y sintonía en toda celebración.
La
Iglesia, Madre y Maestra, ha recibido, como bien lo ha reflejado el Apóstol
Pablo una tradición que hace vivir a lo largo de los siglos (cf. 1 Cor. 11,
23ss). Para ello, además cuenta con un inmenso tesoro litúrgico del cual se van
elaborando las enseñanzas, las directrices y los ritos para su justa y seria
celebración. Con el Concilio Vaticano II, se pidió una adecuación de los ritos
a las situaciones del mundo actual, pero sin romper con la Tradición. Esto,
dentro del marco de la Reforma Litúrgica, permitió la elaboración de
directrices para una fructífera celebración de la Eucaristía.
Recientemente
(año 2000), como fruto de esa reforma litúrgica hemos recibido la INSTRUCCIÓN
GENERAL DEL MISAL ROMANO. En este documento, a tener presente por parte
de los ministros ordenados y de los fieles cristianos laicos, se nos brindan
las orientaciones e indicaciones para la correcta celebración de la Eucaristía.
Lamentablemente es poco leído y estudiado. De allí los diversos abusos de todo
tipo (por acción y omisión) con los cuales se opaca la dignidad del misterio
eucarístico y las maneras incorrectas con las cuales se pretende celebrar el
misterio de la Presencia real y sacramental del Señor.
Es
necesario tenerla en cuenta siempre junto con las diversas directrices de la
Iglesia Universal. De lo contrario se pueden introducir costumbres reñidas con
el sentido de la Liturgia y perjudiciales para la vida de los fieles
cristianos. De allí la necesidad de estar con la mente abierta y el corazón
dispuesto para conocer y profundizar las orientaciones de la Iglesia.
Si
se tuviera en cuenta todo lo antes dicho, no tuviéramos los problemas o
situaciones difíciles que nos conseguimos en la praxis cotidiana de la Iglesia.
Mencionamos algunas de ellas: el identificar la celebración de la eucaristía
como “decir misa” (por parte de los ministros) o de “escucharla”
(por parte de los fieles laicos). No se dice la misa, se celebra la Eucaristía.
Otra situación que amerita nuestra atención, la identificación reductiva de la
celebración con acciones muy particulares: las así denominadas de manera
inconveniente, “misas de sanación”,
“misas de grados académicos”, “misas de liberación”, “misas de cumpleaños”, “misas de muertos o de difuntos”…
Estas
denominaciones reducen lo litúrgico a un ámbito muy pequeño. En el caso de las
así llamadas “sanaciones y liberaciones”,
puede correrse el riesgo de aupar soluciones mágicas de parte de quienes las
soliciten y hacer pensar que lo pedido depende más de un “actor” con ciertos
“poderes”. Es preocupante cómo en las celebraciones antes mencionadas pueden
llegar a falsificar el auténtico sentido de la liturgia eucarística, y cómo
suele abundar el espectáculo y la presentación del celebrante con una especie
de “poderes”. Además terminan convirtiéndose como una alternativa para la
conmemoración del DIA DEL SEÑOR.
Sin
embargo, la Eucaristía es celebración de la Pascua, por medio de la cual
podemos encomendar a los enfermos de todo tipo; a los difuntos para que se les
conceda el perdón de sus pecados y la vida eterna; a los que ofrecen su acción
de gracias por diversos motivos; a quienes piden un favor especial de Dios para
ellos o para sus comunidades (lluvia, paz, cese de la guerra, progreso, etc…).
LA ORACION POR
LOS ENFERMOS Y POR OTRAS NECESIDADES.
Siguiendo
el ejemplo de su Maestro, la Iglesia, desde los inicios dedicó especial
atención a los enfermos (cf. Sant 5,14-15). Recibió del Señor la herencia del
sacramento de la unción de los enfermos. También, con sus obras de caridad
abrió espacios para el cuidado de los mismos, así como de personas con
necesidades (ancianos, huérfanos, etc.). Así, la Iglesia imitó a su Señor en el
hermoso gesto de compasión y misericordia hacia quienes sufren en el espíritu y
en el cuerpo.
Encontramos
en algunos rituales y bendicionales, debidamente aprobados por la Iglesia,
oraciones para implorar la salud, la curación y el fortalecimiento de los
enfermos. Estas oraciones forman parte, muchas veces, de las acciones
denominadas sacramentales: son los signos sagrados instituidos por la Iglesia
cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y
santificar las diversas circunstancias de la vida. Muchos de estos signos
son acompañados por diversos gestos, entre los cuales se incluyen el agua
bendita rociada sobre los enfermos, como también cirios encendidos, imágenes
religiosas para pedir la intercesión de la Virgen María o algún santo de
devoción. Toda la comunidad está invitada a orar por sus enfermos, sean amigos,
familiares o desconocidos. Incluso se puede promover oraciones para pedir por
todos los enfermos en ocasiones concretas: jornada de oración por los enfermos,
epidemias, accidentes, etc.
La
Iglesia también posee el ritual particular para los exorcismos, que debe ser
puesto en práctica con el permiso expreso y bajo la supervisión directa de cada
Obispo o Superior legítimo (cf. can.1172). De lo contrario puede caerse en
exageraciones y en situaciones que generan confusiones entre los fieles
cristianos, en especial de débil fe.
El
tratamiento de los casos así denominados de “posesión diabólica” o de
influencia satánica han de ser considerados con suma delicadeza y seriedad. La
presencia del mal siempre se ha dado en la historia de la humanidad. Pero no
todas las aparentes manifestaciones diabólicas (posesiones) son tales, sino más
bien enfermedades de carácter psiquiátrico. Otras veces son producidas por
sugestión y hasta por praxis reñidas con la fe cristiana (brujería, maleficios,
juegos esotéricos…). Esto ha generado que algunos miembros de la Iglesia
(ministros y laicos) se dediquen a la praxis y oración de “liberación”. Se hace
con frecuencia y apelando “poderes” que no se tienen, o que no son reconocidos
por la Iglesia.
Lamentablemente
en estos casos como en otros, referentes a oraciones de curaciones, no se actúa con prudencia y se abusa del
elemento dramático y de falsos protagonismos. Muchas veces quienes acuden a
estas praxis lo hacen en búsqueda de elementos mágicos que pretenden resolver
situaciones puntuales, pero sin compromiso para un cambio de vida y
acercamiento a Dios. Tampoco faltan quienes se prestan para alimentar este tipo
de situaciones creyendo que poseen “carismas” de sanación y de liberación,
cuando más bien son movidos por un afán de protagonismo y una necesidad de
proyección personal.
El
ministro ordenado –obispo y presbítero- por la configuración a Cristo recibe un
carisma especial, que les permite reconciliar, ungir a los enfermos y orar por
ellos; así como el de santificar al pueblo de Dios. Por eso también reciben el
encargo de convocar a todos a la comunión con Dios, para alejarlos del mal y
del pecado. En algunos ministros ordenados, la Iglesia reconoce un don o
carisma especial para realizar exorcismos. Estos deben hacerse según las directrices
de la misma Iglesia, en obediencia y comunión con el Obispo y, sobre todo desde
una experiencia permanente de encuentro con el Señor, testimonio de vida
cristiana alimentada por la oración, la Palabra de Dios y la Eucaristía.
El
así llamado “carisma de sanación” no es fácil definirlo. No se debe a la propia
voluntad o deseo de quien dice tenerlo. Tampoco pertenece a un grupo
determinado dentro de la Iglesia, o a un grupo de ministros o de fieles
cristianos. Hay que verlo dentro de la eclesiología de comunión y, por tanto,
su reconocimiento depende de la autoridad eclesial correspondiente.
Para poder guiar a todos en la Iglesia,
la CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA
FE ha publicado la INSTRUCCIÓN “ARDENS FELICITATIS” SOBRE LAS
ORACIONES PARA OBTENER DE DIOS LA CURACION (14 de septiembre 2000). En ella nos encontramos
algunas luces de carácter doctrinal y algunos señalamientos de orden
disciplinar. Nos basaremos en ellos para dar algunas directrices propias para
nuestra Iglesia de San Cristóbal. Estas serán de carácter obligante y pretenden
ser un auxilio para tratar los delicados asuntos surgidos a partir de
costumbres o de praxis que no son del todo correctas. Pedimos a todos los
fieles cristianos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, tenerlas en
cuenta para ponerlos en práctica.
DIRECTRICES PARA
LA DIOCESIS DE SAN CRISTOBAL
Por
el compromiso adquirido al ser Pastor de esta Iglesia local de San Cristóbal y
la obligación de orientar al pueblo de Dios, así como de promover y custodiar
la vida litúrgica de nuestra Diócesis (cf. can. 838), presentamos las
siguientes directrices que deben ver con las oraciones de “sanación y
liberación”, así como con los exorcismos. Pedimos a todos, no sólo su
conocimiento y difusión, sino también su implementación y cumplimiento.
- En relación a las oraciones por la salud de los enfermos.
1.
De
acuerdo a lo establecido en la INSTRUCCIÓN
ARDENS FELICITATIS: "Los fieles son libres de elevar
oraciones a Dios para obtener la curación. Cuando éstas se realizan en la
Iglesia o en otro lugar sagrado, es conveniente que sean guiadas por un
sacerdote o un diácono” (art. 1). Por tanto, es una praxis conveniente
y necesaria para pedir la ayuda de Dios en el caso de enfermos, sea por parte
de ellos mismos como por parte de familiares, amigos o miembros de la comunidad
a la cual pertenecen.
2.
Si
se realizan en un templo, lugar de culto o reuniones de carácter eclesial
público, es conveniente y necesario que sean dirigidas por ministros ordenados
y de acuerdo a los libros litúrgicos correspondientes. Para ello ha de tenerse
presente lo establecido en la antes mencionada INSTRUCCIÓN : Art. 2.Las
oraciones de curación son litúrgicas si aparecen en los libros litúrgicos aprobados
por la autoridad competente de la Iglesia; de lo contrario no son litúrgicas.
Art. 3 - § 1. Las oraciones litúrgicas de curación deben ser celebradas de
acuerdo con el rito prescrito y con las vestiduras sagradas indicadas en el
Ordo benedictionis infirmorum del Rituale Romanum.
3.
Cuando
se trate de oraciones por los enfermos que no sean de carácter litúrgico
también se tendrá en cuenta lo establecido en la INSTRUCCIÓN: Art. 5 - § 1.
Las oraciones de curación no litúrgicas se realizan con modalidades distintas
de las celebraciones litúrgicas, como encuentros de oración o lectura de la
Palabra de Dios, sin menoscabo de la vigilancia del Ordinario del lugar, a
tenor del can. 839 § 2. § 2. Evítese cuidadosamente cualquier tipo de confusión
entre estas oraciones libres no litúrgicas y las celebraciones litúrgicas
propiamente dichas. § 3. Es necesario, además, que durante su desarrollo no se
llegue, sobre todo por parte de quienes los guían, a formas semejantes al
histerismo, a la artificiosidad, a la teatralidad o al sensacionalismo.
4.
No
es correcto hablar de “misas de sanación
o liberación”. La Eucaristía es el sacramento del Memorial de la Pasión
Muerte y Resurrección del Señor. Por tanto se debe privilegiar la
característica esencial de celebración del misterio pascual. En nuestra Diócesis
de San Cristóbal, por tanto ni se debe hablar ni se deben realizar las así mal
denominadas “misas de sanación”.
5.
En
vista de lo anterior, se deberá tener en cuenta lo propuesto en la Instrucción ARDENS FELICITATIS: Art.
7 - § 1. Manteniéndose lo dispuesto más arriba en el art. 3, y salvas las
funciones para los enfermos previstas en los libros litúrgicos, en la
celebración de la Santísima Eucaristía, de los Sacramentos y de la Liturgia de
las Horas no se deben introducir oraciones de curación, litúrgicas o no
litúrgicas. § 2. Durante las celebraciones, a las que hace referencia el § 1,
se da la posibilidad de introducir intenciones especiales de oración por la
curación de los enfermos en la oración común o «de los fieles», cuando ésta sea
prevista.
6.
En
virtud de lo anterior, no se permiten celebraciones por los enfermos que no se
rijan por las normas de la Iglesia, sobre todo las impartidas por la Santa
Sede. No se debe realizar ninguna celebración u oración por los enfermos donde
se privilegie la emotividad, la necesidad de sanarse y la visión mágica de las
cosas que poseen muchas personas. Al contrario, se debe pedir a Dios la salud
espiritual y corporal así como la fuerza necesaria para asumir la enfermedad.
7.
Los
sacerdotes deben actuar en comunión con la Iglesia Universal, con el Obispo y
el Presbiterio. Por tanto, ningún sacerdote de nuestro presbiterio tiene el
permiso para hacer “misas de sanación”
con rituales particulares; sacerdotes de otras diócesis tampoco podrán hacerlo.
No están prohibidas las celebraciones litúrgicas por la salud de los enfermos,
de acuerdo a lo establecido en el Misal Romano. También pueden promoverse
oraciones por los enfermos de acuerdo a lo establecido en el Ritual de la
Iglesia. De igual modo es importante que la duración de estas celebraciones sea
razonable, sin abusar del tiempo de los participantes.
8.
Es
conveniente que en cada parroquia se realicen jornadas para celebrar el
sacramento de la unción de los enfermos, a quienes se les ofrecerá también la
oportunidad de acudir al sacramento de la reconciliación. Para ello, sin
introducir ningún elemento que desdiga de lo litúrgico, se deberá seguir lo
establecido en el ritual de la Unción para los enfermos.
9.
En
el caso de las celebraciones litúrgicas indicadas en el numeral anterior como
en la celebración eucarística por los enfermos, nunca se exigirá un estipendio
u ofrenda por ello. Todo se realizará en un contexto de evangelización, de
solidaridad y caridad pastoral. No se debe dar nunca la impresión de que se
trata de un mercado de lo religioso.
10.
Se
ha venido introduciendo una praxis que no concuerda con la Tradición de la
Iglesia: vender o dar “aceites especiales” atribuidos incluso a devociones
particulares y que son presentadas con un sentido mágico y con aparentes
poderes curativos. Esto no debe hacerse de ningún modo. Por tanto, queda
prohibida la venta de aceites o elementos bendecidos con los que se pretenda
ofrecer un recurso «mágico» para obtener la curación de los enfermos.
11.
De
igual manera, hay que hacer una catequesis sobre el sentido del agua bendita,
sacramental que nos recuerda el Bautismo y la vida nueva conseguido por él. Por
otro lado, queda prohibido recibir alguna ofrenda por el agua bendita. Tampoco
está permitido hacer mezclas de sustancias naturales o químicas en el agua a
bendecir y luego ofrecerlas como destinadas a curar determinadas dolencias o
prever determinados problemas o liberar de posibles posesiones de “espíritus”.
Ningún sacerdote debe hacerlo, y mucho menos solicitar ofrenda alguna por ello.
12.
La
imposición de las manos sólo la pueden hacer los ministros ordenados, en los
casos previstos por las normas de la Iglesia. Ningún fiel laico está autorizado
para imponer las manos con fines de curación o de otro tipo y mucho menos
recibir dinero por hacerlo.
13.
No
está permitido a los sacerdotes usar el santo óleo de los enfermos fuera del
sacramento de la Unción de los enfermos y mucho menos entregarlo a los laicos
para unciones que producirían presuntas «curaciones».
14.
Hay
una hermosa costumbre de orar por los enfermos en actos litúrgicos organizados
en cada parroquia: entre ellos la hora santa o adoración al Santísimo
Sacramento. Pero no está permitido darle una connotación curativa o de
“sanación” a estas celebraciones y mucho menos introducir prácticas que pueden
confundir a la gente, como imponer la custodia con el Santísimo en el cuerpo de
los enfermos o de quienes lo pidan para obtener una “curación” o un favor: esto
desvirtúa el sentido de la oración de adoración y contemplación y puede inducir
a muchos a no ver la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por tanto, en las celebraciones, sígase la normativa litúrgica y no se introduzcan elementos
extraños a la Tradición de la Iglesia o que no estén de acuerdo con lo establecido
por el Magisterio o aquello que es exigido en la propia índole de la
celebración.
15.
En
esta misma dirección, no se deben introducir oraciones de sanación, litúrgicas
o no, en la celebración de la Eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia
de las Horas.
- En relación a los exorcismos.
16.
La
Iglesia siempre ha tenido en cuenta la acción del maligno, tentador que busca
dividir a la humanidad entre sí y separarla del amor de Dios. Su presencia
maléfica se siente muchas veces en situaciones de carácter personal y social.
Por ello, se requiere, además de la oración para pedir la fuerza contra su
acción, una adecuada catequesis sobre él y sus consecuencias. Un remedio
adecuado para su acción e influencia lo podemos y debemos encontrar en la
enseñanza de la Iglesia.
17.
Se
debe tener mucha prudencia para no caer en identificaciones o calificaciones de
carácter demoníaco. Por eso, es necesario siempre el juicio de la Iglesia para
poder atender los casos que requieran una intervención particular de un
ministro de la Iglesia.
18.
Se
debe tener en cuenta que no pocos fenómenos de carácter psicológico, de
histerismo, de enfermedades del espíritu suelen ser identificadas como
“posesiones” diabólicas y en cambio no lo son. Quienes sufren estos
padecimientos, igualmente que sus familiares y allegados, buscan la ayuda
espiritual de sacerdotes y de personas que se auto-identifican como poseedores
de “poderes” para la liberación de dichas “posesiones”, lo cual además de crear
confusiones, también terminan enfermando más a las personas. Se debe alejar
todo tipo de acción con características “mágicas”.
19.
Cuando
un ministro ordenado reciba alguna persona con características particulares que
dicen ser de carácter “sobrenatural”, ha de informarse muy bien acerca de las
condiciones de salud corporal y mental de la misma, de su entorno familiar y de
amistades, y otras circunstancias que puedan provocar trastornos que lleguen a
confundirse. Es necesario saber si se ha acudido a prácticas esotéricas reñidas
con la fe y la disciplina de la Iglesia. Es importante orientar a las personas
y familiares de las mismas hacia médicos especializados que puedan dar una
opinión seria al respecto. Se puede hacer una oración, de las previstas en el
ritual romano, para pedir por la salud de la misma persona.
20.
Para
realizar el ministerio del exorcistado se debe tener el permiso expreso del
Obispo. Y, en el ejercicio del mismo se debe mantener informado al mismo
Obispo.
21.
Es
necesario tener en cuenta la enseñanza de la Iglesia y lo dispuesto en la INSTRUCCIÓN ARDENS FELICITATIS: Art. 8 - § 1. El ministerio del exorcistado
debe ser ejercitado en estrecha dependencia del Obispo diocesano, y de
acuerdo con el can. 1172, la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe
del 29 de septiembre de 1985 y el Rituale Romanum.
22.
El
exorcismo es, ante todo, una oración para ayudar a las personas y no para dar
determinados «poderes» a diversos objetos. Por consiguiente, no se puede
permitir que los llamados «aceite, agua y sal exorcizados», se estén empleando
como objeto de engaño y de negocio por parte de quienes los venden.
23.
Ningún
laico, como tampoco ningún grupo de apostolado seglar, tiene la potestad para
realizar exorcismos.
- Otras
disposiciones.
24.
Para
una adecuada atención de los enfermos, es necesario promover, de acuerdo al
Plan Diocesano de Pastoral, el ministerio de la misericordia. Para ello, en
cada comunidad parroquial deberán bendecirse ministros laicos –adultos- que
puedan cooperar con el párroco en la atención de los enfermos, su
acompañamiento y la solidaridad necesaria para los diversos casos.
25.
La
visita a los enfermos en sus casas o en centros de salud es una obra de
misericordia que involucra a todo sacerdote y a la comunidad eclesial, mediante
el servicio de los ministros de la misericordia.
26.
Es
necesario aprovechar la catequesis en sus diversos niveles y etapas para
instruir a los fieles cristianos, desde niños y adolescentes hasta los adultos,
sobre la atención a los enfermos, la necesidad de la práctica de la caridad y
la misericordia. Así se les podrá advertir sobre las formas correctas de
atender a los enfermos y evitar las exageraciones y los desvíos doctrinales al
respecto.
27.
Ningún
sacerdote que venga de otra diócesis –diocesano o religioso-puede realizar
actividades religiosas que simulen “sanación”, o manifestación de “poderes
especiales”. En caso de que insistan, se debe acudir al Obispo Diocesano para
que éste les indique cuál es la doctrina y disciplina al respecto. Tampoco
grupos de apostolado seglar venidos de fuera de la diócesis podrán realizar
jornadas de “sanación y liberación”. En las casas de retiros y de convivencias
que tienen sede en esta Diócesis se debe cumplir lo establecido en estas
directrices diocesanas
28.
La
capilla del Santísimo, donde está colocado el “sagrario”, es un lugar para la reserva
eucarística así como para motivar la oración de contemplación y adoración. Allí
se expresa la presencia permanente de Dios en su Iglesia. Por tanto, debe
mantenerse con decoro y respeto. No se puede reducir a un lugar donde se
realicen oraciones de “sanación”, como tampoco para imponer aceites sobre
enfermos o personas que lo soliciten ni para colocar ex votos de la gente, como
peticiones escritas, fotos y otras cosas
de parte de los fieles.
29.
Se
requiere brindar a los fieles también una adecuada catequesis sobre el
significado del agua bendita: ésta es símbolo del bautismo y nos recuerda
nuestro compromiso de ser hijos de Dios. También tiene un sentido purificador y
debe usarse con fe, implorando el auxilio divino para tener protección de su
presencia contra las acechanzas del enemigo e implorar el perdón de los
pecados.
30.
Es
urgente privilegiar la celebración eucarística del DIA DEL SEÑOR. Quienes organicen
celebraciones con algunas características especiales (en escuelas, para grupos
de apostolado, etc) de acuerdo a las normas litúrgicas deben advertir que no
suplen ni son alternativas para la celebración eucarística del domingo.
31.
En
todo momento, se deberá tener en cuenta la fuerza salvadora y redentora de la
Pascua de Jesús: gracias a su Muerte y su Resurrección podemos alcanzar la vida
nueva, y con los sacramentos –celebración continua del misterio pascual-
tenemos las gracias suficientes para ir hacia el encuentro definitivo con la
Trinidad Santa. En ese caminar a la plenitud, mientras dure nuestra
peregrinación terrena como ciudadanos del cielo, hemos de tener permanentemente
la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo.
Mons. Mario Del Valle Moronta Obispo de San Cristóbal |
Estas
directrices, introducidas por una reflexión teológico-pastoral, entren en
vigencia en nuestra Diócesis a partir del 25 de marzo del año 2015.
+Mario
Moronta R., Obispo de San Cristóbal
Por mandato del
Sr. Obispo, Pbro. José David Ramírez, Canciller.
LAUS DEO
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