EL HOMBRE DE HOY CLAMA
JUSTICIA
“¿Creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar.”
“¿Creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar.”
Iº lectura: Ex 17, 8-13; Salmo: 120; IIº lectura: II Tim 3,14- 4,2; Evangelio: Lc 18, 1-8
Nos ha sucedido, que al
menos una vez en la vida, al encontramos en un momento difícil, alguien nos ha
aconsejado la oración para encontrar paz y sosiego a nuestra alma; y clamar
insistentemente al cielo la justicia que necesitamos. La liturgia de este
domingo, día del Señor, insiste en este tema.
LA ORACIÓN PERSEVERANTE
La oración piadosa,
inundada de fe, hecha con absoluta confianza, con total desprendimiento de
egoísmo, vanidad o avaricia y con la certeza que sin Él no se puede hacer nada;
ésa, es la que nos da la “posibilidad”
de obtener lo que pedimos. Y digo “posibilidad” porque nuestra oración no es
una orden impuesta a Dios, ni Él está obligado a cumplir nuestra voluntad; es
Dios en Su infinita sabiduría, quien considera lo que es justo e injusto, y
finalmente hace Su voluntad, que siempre será lo mejor para sus hijos, así no
lo entendamos.
El Evangelio de hoy,
señala una de estas cosas malas: la injusticia de los hombres. En este caso la
injusticia es cometida tanto por el adversario de la viuda como por el juez,
quien se supone sea la persona encargada de administrar la “justicia”. Pero la justicia divina es
superior a la terrenal. Dios juzgará y actuará como juez honesto y justo, sólo
debemos ser pacientes y aguardar como aquella viuda, a que llegue el momento,
porque Dios, al escuchar nuestra súplica, sin duda alguna responderá y nos
ayudará.
La oración y la
reflexión personal, junto con el conocimiento y la profundización en la Sagrada
Escritura, hacen del cristiano, alguien pleno de la sabiduría, de una sabiduría
que lleva a la salvación mediante la fe; es decir, a alguien “perfecto y preparado para toda obra buena”
(2Tim 3, 17). Veamos, pues, en todo esto, el valor fundamental de la oración,
su influencia en el hombre y la receptividad con que Dios la acoge.
Venceremos el mal con la
fuerza de la oración y con la práctica de la virtud; virtud entendida no como
una simple idea humana o filosófica, sino entendida de una manera más sublime,
que eleva lo humano y lo acerca a Dios, algo que solo la fuerza del amor de
Dios puede donar.
MARÍA, GUÍA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Seguir a Jesús es
caminar por la senda de la justicia, es garantía para sentir Su amor en nuestro
corazón, es tener la certeza de que todo mejorará. Nuestra madre del Cielo, María
del Táchira, nos sigue llevando de la mano para perseverar cada día y dar
testimonio de la justicia de Dios en espíritu y verdad como discípulos y misioneros.
Así sea.
José Lucio León Duque
joselucio70@gmail.com
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